El botijo y el beber en botijo resistía hasta antes de la pandemia en muy pocos ámbitos. El uno era el toreo. El otro, la religión y la fiesta de la virgen del Sagrario en Toledo. Lo suyo, antes de lo de las furgonetas para las cuadrillas, era el “haiga” americano y una baca en la que al lado de los fardos de capotes y muletas no faltaba el botijo con el nombre del torero titular. El agua embotellada en botellas de plástico acabó con aquella tradición entre otras cosas porque no había botijo que resistiera una temporada por esas plazas de Dios. Ahora, cuando por milagro se celebra una corrida de toros, además del público, se echa en falta aquel botijo blanco salido de los alfares de Ocaña o de Tarancón entre los trastos de torear.

La pandemia también ha acabado con los botijos el día quince de agosto en el claustro de la catedral de Toledo. Ya hace tiempo que los higienistas clamaban contra los peligros del beber en botijo, aunque fuera a galgo, y la pandemia ha hecho todo lo demás. No habrá nunca más botijos de agua milagrosa ni besar reliquias, por mucho que se prohíba chupar del pitorro y que el cura se encargue de pasar un paño impoluto cada vez que besa por turno un feligrés. Se jodió también el besuqueo a media misa que removía el cuerpo entero a un amigo mío, que ya pasó adelante, cada vez que iba a un funeral. "¿Y si me toca al lado un piojoso?", reflexionaba lleno de una caridad cristiana que le salía del alma.

La industria del botijo ya andaba de capa caída, entre la competencia del frigorífico y el invento del PET para el agua embotellada, pero esto, ya digo, es la puntilla. El frigorífico tuvo la culpa y por mucha reconversión y mucho I+D que intentaron los barreros de lo basto, no hubo manera de levantar el mercado. Después de aquello, si alguien resiste y mantiene el botijo en casa, se le ve como un excéntrico que conserva bacines, orinales y otros aparejos de noche debajo de las camas como el que no quiere desprenderse de aquel tiempo, cuando beber a galgo era todo un arte y una prueba de que el niño ya había crecido y no se iba a estampar el botijo contra los morros.

Se han liquidado los dos ámbitos naturales del botijo y no hay manera de levantar una industria que no volverá. Un objeto cotidiano con el que crecimos chupando y que luego levantamos orgullosos para demostrar que por fin y después de muchos tragantones ya sabíamos beber en botijo.