Me acaba de ocurrir en una cafetería de Toledo y antes de que se vaya la inspiración, lo escribo. Un hombre acurrucaba un bebé recién nacido al lado de la barra, junto a la puerta que da a la cocina. Junto a ellos, una mujer sirve cafés en el mostrador y atiende a la vez la pequeña terraza de domingo que se despierta en la calle.
El bebé, muy silencioso, cae rendido en los brazos de su padre que, con mucho cuidado, lo lleva al carrito donde lo cubre con una fina sábana azul. Le pregunto a ella cuánto tiempo tiene y me dice que una semana. Lo miro y sobre sus ojos ya cerrados cae una matita de pelo negro que mece también su frente.
Cierra los puños bocarriba, se llama Darío y sueña que quizá mañana sea rey como aquel otro de Persia antes de Cristo. "¿Es suyo?", le pregunto a la mujer. Contesta que sí y de manera inmediata, le repregunto: "¿Y está usted aquí?". "Y aquí estoy yo”, sonríe bellamente. "¿Le da usted el pecho?” "Sí, se lo doy cuando puedo". Y otro café al extremo de la barra se pide en la mañana festiva.
Son de Perú, limeños, y pronto llega el resto de la familia. La abuela y dos hijas más que se encargan también del bar. La pequeñita se asoma al carro para mirar a su hermano. Es el sol grande que ha traído el verano. Y el trabajo sigue en la cafetería mientras la mañana se despereza en Toledo.
Quizá si lee esto un inspector de Yolanda Díaz, la busque para sancionarla y mandarla a casa con la baja maternal. Pero la mujer no puede. No puede dejar el negocio ni el euro cincuenta que vale el café para mantener al niño. Este es el trabajo que han dejado de hacer los nacionales y vienen de fuera para realizarlo.
Por eso, no entiendo el discurso de Torre Pacheco y menos aún, la locura en torno a descerebrados. A Vox le convendría apartarse de los radicales, si no quiere que los confundan verdaderamente. Porque junto a los hechos, hay muchos intereses. Los unos, por criminalizar a los otros, al diferente; los otros, por evadir responsabilidades; aquellos, por distraer la atención y tapar escándalos… Pero detrás solo hay hombres y mujeres que sufren, a los que debemos prestar atención.
El malnacido que atacó al anciano ya está detenido y esperemos que quienes rompieron el Kebap de Torre Pacheco, también. Que nadie olvide que el inmigrante puede ser él… Hoy, mañana o pasado.
Lo que nos extraña y atemoriza es el otro, el diferente… Cuando la principal fuente de riqueza desde que el hombre es hombre, fue la mezcla y el encuentro. No defiendo con esto una inmigración desmedida, pero sí regularizada, consecuente y normal. Hay trabajos que ya no quieren los de aquí.
Vayan por la Mancha y pregunten a los agricultores que se ven negros para sacar el pistacho, la vendimia o el aceite. Por eso, al que viene hay que acogerlo… Y es labor suya y nuestra la integración… Porque sólo así podrán evitarse los guetos y el desarraigo, que conducen indefectiblemente al aislamiento y la confrontación.
Este país fue un día inmigrante y debe asumir el fenómeno con cordura, que también significa corazón. Trump se equivoca cuando levanta el muro igual que Sánchez acierta al derruirlo ahí. Otra cosa son los que yergue a los de enfrente para que no le quiten el sitio, entre saunas, pisos y grabaciones. Pero esa es otra historia.
Que nadie se le olvide que detrás de las cifras están las personas. Y a esas, hay que atenderlas. Si dimos la lengua un día, ¿por qué no dar el cariño a quienes lo buscan en otras tierras? La mañana seguía y Darío dormía. Sus padres comenzaban a preparar las primeras tortillas del domingo. Ya es rey y su trono se levanta sobre los posos del café.