Los gobiernos de coalición tienen lógicas y dinámicas propias, que nada tienen que ver con la lógica y las dinámicas de los gobiernos de mayorías. Cuando se llega a la mitad de la legislatura, los partidos minoritarios empiezan a agitarse interna y externamente. El objetivo es preparar las siguientes elecciones. Los movimientos internos se multiplican, las discusiones suben de tono, las tensiones afloran y todos estudian cómo engordar, para no difuminarse, a costa del partido mayoritario. Es decir, que lo que está sucediendo en el gobierno de España responde a esas lógicas. Solo se escapa Podemos, que ha decidido repetir el error de Andalucía, separándose antes que allegar más recursos para unos cuantos y, sobre todo, controlar las tensiones centrífugas internas. Por eso se ha convertido en el partido más extraterrestre y más disparatado del momento.

En el punto crítico actual del gobierno de coalición han aparecido en el partido mayoritario acontecimientos execrables, rechazables, punibles y profundamente desestabilizadores. De ahí la debilidad del gobierno actual, que sin esas circunstancias estaría igual de débil por las lógicas de las coaliciones y no por la corrupción, como algunos desde dentro apuntan. Hasta aquí todo sería normal y previsible y, en esa lógica, la oposición reclamaría con toda su capacidad tóxica la convocatoria de nuevas elecciones para ver si le va mejor ahora que en la anterior convocatoria. Lo que tiene, sin embargo, de extraordinario el momento presente es, por un lado, la fiereza destructiva de la oposición de derechas nunca vista hasta ahora, el papel que están desempeñando algunos jueces para debilitar al gobierno, la rabia y sin razón de algunos medios de comunicación y la crítica interna del propio partido mayoritario que coincide milimétricamente con los intereses de la derecha.

Esto último resulta extrañamente extraño. Convocar elecciones cuando más debilitado se encuentra el partido del gobierno es dar alas a los partidos minoritarios de la coalición, a quienes apoyan al gobierno desde fuera y a la ardiente oposición de derechas. Es promover una apuesta por un suicidio programado. Pero debe quedar claro que esto no va de más democracia o menos democracia, sino de oportunidades para los grupos minoritarios de mejorar sus posiciones y desde quienes internamente quieren escenificar sin tapujos ya una pelea interna que dura toda la legislatura. En cuanto a afrontar una moción de confianza que han esgrimido algunos periodistas y la oposición interna, los efectos serían los mismos. Debilitar más al gobierno mayoritario de lo que obtendrían los máximos rendimientos posibles las formaciones minoritarias y, si no se obtuviera la confianza, el partido mayoritario se vería abocado a convocar elecciones. O sea, una nueva vía para desembocar en el suicidio. ¿Puede haber alguien que, amando a la organización a la que se pertenece, busque una forma de inmolación gratuita?

Pedro Sánchez ha conseguido esquivar estas dinámicas y ganar un tiempo que le permita reforzar la organización. Tiene que prepararse la posibilidad de afrontar las siguientes elecciones en el contexto real en que deben producirse, que es la confrontación entre derecha e izquierda, máxime cuando la derecha española ha dado un paso decisivo en su identificación con la ultraderecha. Y esto sí que va de democracia. Lo que se debe dilucidar en las siguientes elecciones es la pervivencia del Estado social de derecho de la Constitución o su destrucción. Y lo que no se entienda así, será ruido, furia, tácticas y luchas internas que deben ser atajadas. Porque, frente a lo que se pretende hacer ver, no va solo de corrupción, sino del papel de España en el orden internacional e intereses que afectan a los modelos de políticas públicas en los que los ciudadanos tendrán que optar entre gobiernos progresistas o gobiernos involucionistas, reaccionarios, xenófobos e iliberales, estilo Milei.