Siempre pasa lo mismo. No soy aficionado al fútbol y no siento fulgor por ningún equipo, pero como español siento vergüenza de que una afición que juega la final de la Copa del Rey pite el himno de España y la bandera de tu país.
Nadie está obligado a participar en una competición que teóricamente no te representa. Sería mucho más inteligente por parte de los miles de aficionados que en Sevilla ensalzaron su repulsa al país del que, les guste o no, forman parte que, sencillamente, no vayan al campo o que pidan a su equipo que no dispute el torneo.
La bandera y el himno de España es de todos y si ellos no quieren formar parte de nuestras fronteras, sería tan sencillo como pedir asilo deportivo en Francia y que el FC Barcelona vaya a jugarse el título contra el París Saint Germain o, que formen un grupo entre el Girona, Espanyol, Mataró, Sabadell y el Barca.
En segundo lugar, si un equipo realmente quiere ser grande, lo verdaderamente lógico sería que fomentara su globalidad y que respetara las ideologías de otros aficionados que seguramente piensen diferente a los cafres que pitan el himno de España, pero se alegran de la consecución de un título nacional. ¡Que contrasentido!
¿Qué puede pensar de esos pitos un aficionado del Barcelona en cualquier otra provincia de España?, ¿qué puede sentir cualquiera de los jugadores que ayer defendieron la camiseta del Barcelona y en unos meses la de España en competiciones internacionales?
Lo bonito del fútbol es la pasión que despierta en millones y millones de seguidores, pero si a esto le uniéramos un poco de cordura y de raciocinio todo funcionaría mucho mejor.
Y hablando de pasiones, qué podemos decir del teatro ante la posible cancelación de la final por las críticas reiteradas de unos y de otros a los árbitros. No tiene sentido que alguien pueda llorar por el "bulling" que hacen a su hijo en el colegio por el enaltecimiento de las bajas pasiones en el mundo del fútbol.
Todos deberíamos hacer una reflexión sobre si no estamos llevando demasiado lejos la pasión por el deporte. Sistemáticamente no se puede ejercer tanta presión sobre los árbitros porque, tal y como han dicho los encargados de dirigir la final de la Copa del Rey, "si no se corta esta situación, un día pasará algo".
Sólo hace falta ir a cualquier campo de España para darse cuenta que un simple partido en categorías juveniles, por citar sólo una, supone una carga insufrible contra los árbitros. ¿En qué momento alguien se cree con el derecho de insultar y amedrentar desde el minuto uno al colegiado?
El fútbol es fútbol e, independientemente del sentimiento a unos colores, debería primar la educación de los valores deportivos. Cómo vamos a explicar a los niños términos como sana competitividad, deportividad o juego limpio si, cuando miran a la grada, encuentran a sus padres insultando a los compañeros del partido y/o al árbitro. Sencillamente lamentable.
Y por último, una vez más la ministra Montero lo ha vuelto a hacer. Fue más protagonista por su mímica que por sus declaraciones ya que por todos es sabido que no destaca precisamente por sus aciertos lingüísticos, en definitiva, una final de la Copa del Rey que no sólo dejó fútbol.