No es ninguna novedad que todos y todos dependemos cada vez más y más de la tecnología, desde las personas de a pie hasta las más altas estructuras del estado. El software que utilizamos cada vez maneja más y más datos, y en muchos casos se trata de información sensible y privada.

En la mayoría de casos este software corre a cargo de grandes corporaciones cuyos intereses no siempre tienen por qué coincidir con el bien común -aunque estos sean totalmente legítimos, como es ganar dinero-. En este marco, nace la idea de soberanía tecnológica, que se basa en la idea de que la comunidad debería ser consciente del software que usa y tener control sobre él.

Buena parte del software realizado por este tipo de corporaciones es privativo (también llamado software propietario), es decir que estos no pueden ser modificados por terceros para mejorarlos o simplemente adaptar su forma de funcionar a distintas necesidades.

Por contra, el software libre sí que permite a los usuarios estudiar su funcionamiento, modificarlo y redistribuirlo gracias a poner el código fuente a disposición de todo el mundo. Hay que dejar claro que esto no tiene nada que ver con que sea gratis o no: software propietario puede ser de gratis y software libre puede ser de pago.

El software libre como base de la tecnología

El movimiento a favor de la soberanía tecnológica defiende el uso del software libre, ya que es el único que da al usuario auténtico poder sobre la tecnología, permite que se adapten los programas a sus necesidades y no sus procesos a lo que te pide la informática, como ocurre con el privativo.

Y no sólo eso, también se refiere a una cuestión de seguridad y privacidad. Sistemas como pueden ser Windows o iOS tienen partes de su código que no son accesibles y que, en muchas ocasiones, no se sabe bien a qué se dedican. Podría ser algo completamente inofensivo o incluso beneficioso con tanta facilidad como podría ser un sistema de recolección de datos privados.

De la misma manera, un Estado tiene la obligación de gestionar de la manera más eficaz posible sus recursos, sin embargo, en la actualidad es imposible que eso ocurra realmente si ni siquiera se tiene control de sus recursos. Para ello, el Estado debe tener control de las aplicaciones y programas que usa, no sólo para optimizar su funcionamiento a sus necesidades, sino también para garantizar la seguridad de su uso.

Ramón Ramón -Consultor Internacional TIC para diferentes países de América Latina y autor del blog Software Libre y Cooperación– compara la dependencia de algunos estados en el campo del software con que se cediera el control del ejército a un tercer país. La importancia que cobra en estos puntos el software abierto nos lleva a realizarnos una pregunta ¿es Android realmente software libre? ¿Puede ser una de las soluciones a la soberanía tecnológica?

Sobre Android como software libre

En los últimos meses ha habido una cierta polémica en este punto debido al, para algunos, excesivo control que Google quiere ejercer sobre Android, y que ha llevado por ejemplo a Cyanogen a aproximarse a Microsoft para crear un Android sin Google. Para responder a esta pregunta hay que tener en cuenta que Android tal y como lo entendemos es esencialmente tres elementos: Android Open Source Project, que sería el pilar central del sistema operativo, Google Mobile Services (que incluye Google Play o Google Now) y las Google Apps (Gmail o Google Drive). El primero es libre, pero los otros dos no lo son, ya que en muchos casos se asocian a servicios de los de Mountain View.

Cualquiera puede descargar el código de Android, pero en esencia tendría una carcasa sin servicios en nube, esenciales hoy en día en cualquier dispositivo móvil. El fabricante que quiera instalar en su dispositivos los servicios y aplicaciones de Google deberá pasar por el aro del buscador y pagar 0,75 dólares por terminal validado, algo que es real y que muchos han usado para argumentar que Android no es tan libre como se vende.

Sin embargo, la gran cantidad de versiones modificadas de Android que se pueden encontrar es una prueba fehaciente de que se trata de software libre. Amazon y su Fire Phone son la prueba viviente de que se puede hacer un terminal Android sin necesidad de las aplicaciones y servicios de Google, integrando sus propios servicios. Es cierto que es algo costoso  y que no todo el mundo puede hacer, pero es posible. Aunque en realidad Android encaja más en la definición de software de código abierto.

La soberanía tecnológica, algo por lo que merece la pena luchar

Escándalos como Prism -el espionaje masivo por parte de la NSA- puso de manifiesto la colaboración de los gigantes tecnológicos con las agencias de inteligencia americanas. Snowden puso de manifiesto que Google, Apple, Microsoft y Facebook facilitaban el acceso -o que como mínimo no hacían mucho para evitarlo, aunque ellas lo niegan- de la NSA a sus servidores, que acabaron por convertirse en la fuente número uno de información.

La extensión del software libre no evitaría cosas así, pero al menos tendríamos la seguridad de que el código de los programas y sistemas operativos que usamos no facilitan a terceros información ya que cualquiera podría analizar hasta el último milímetro del código, y también facilitaría encontrar vulnerabilidades, además de permitir ajustar mejor el funcionamiento de los programas a nuestras necesidades.

En ese sentido, parece claro que la mayoría de estados, al menos en Europa, no dan la importancia que debería tener algo que tiene una importancia tan vital en el funcionamiento de la sociedad actual como es el software. ¿Tal vez debería crearse un Ministerio del Software? Si ya existe uno del tiempo