Image: La soledad sonora de los stradivarius

Image: La soledad sonora de los stradivarius

Primera palabra

La soledad sonora de los 'stradivarius'

Escuchar el sonidos de los 'stradivarius' del Palacio Real es un privilegio para los que aman la soledad sonora

7 febrero, 2008 01:00

Lo más in en la vida cultural española es un concierto de cámara en el Salón de Columnas del Palacio Real, estremecidas las viejas piedras fatigadas por la luthería cremonense del “periodo de oro”. Un privilegio para los que aman la soledad sonora. Así es que la semana pasada acudí a escuchar al cuarteto Julliard de Nueva York con Joel Smirnoff, Ronald Copes, Samuel Rhodes, Joel Krusnick. Al público, muy entendido, le gustaron más los violines que el chelo y la viola, aunque todos estuvieron bien, la verdad es que de forma discreta. Salieron del paso sin vibración pero con seriedad. Hubo aplausos, pero no indescriptibles.

Cinco stradivarius enriquecen la colección del Palacio Real: una viola excepcional, la única ornamentada de las trece que quedan en el mundo, “Antonius Stradivarius Cremonensis Faciebat anno 1696”; dos violonchelos de 1696 y 1700 y dos violines, ambos de 1696. Constituye un orgullo para España este conjunto de cuerda tan excepcional y único. Se conserva algún violín más en nuestra nación, como el del Conservatorio Superior de Música, de años posteriores (1713) y, según algunos expertos, sin la excelsitud de los palatinos.

La calidad sonora de los stradivarius no se ha igualado nunca según algunos por la fórmula secreta del barniz empleado por el artesano; según otros por el tiempo de secado de las maderas preciosas de arce y abeto. Las investigaciones actuales se inclinan, tras varios análisis endoscópicos, por el tratamiento de la madera con sales metálicas que fue el secreto mejor guardado de la artesanía de Antonio Stradivari. En todo caso, trescientos años después, un stradivarius es la Capilla Sixtina del violín y si saliera alguno a la venta superaría tal vez el millón y medio de euros.

Hace cuarenta años, dirigía yo el dominical de ABC. Tuve la suerte de conocer en Londres a Yehudi Menuhin. Le pedí un artículo para el periódico. Lo escribió y yo me sentí orgulloso de que aquel judío universal se incorporara a las páginas de mi publicación. Años después me alegró que Paloma O'Shea, que es la sabiduría en la música, incorporara a Menuhin a la Escuela Reina Sofía, Fundación Albéniz, a cuyo patronato tengo el honor de pertenecer. “Un stradivarius - decía Menuhin - no es un violín, es un milagro”.

Mientras escuchaba en el Salón de Columnas del Palacio Real, el sonido asombroso de los stradivarius, sin una tos que quebrara su pureza, me acordaba yo de Yehudi Menuhin y también de Antonio Fernández-Cid. Fui muchas veces a los conciertos en su compañía y de forma especial a los del Palacio Real. Era exacto en sus juicios, generoso en la crítica, comedido en el elogio, conocedor profundo de la música. Identificaba a los pocos segundos las propinas. El cuarteto Julliard de Nueva York nos obsequió con Mozart y Beethoven. La propina fue de Haydn, claro.

José Peris Lacasa, en una excelente presentación del concierto, recoge la anécdota desconocida para mí de la reacción de Beethoven cuando el violinista Ignaz Schuppanzigh se quejó de las dificultades para interpretar la Fuga del cuarteto 3, opus 59. “¿Cree usted que yo he pensado en sus miserables cuerdas cuando el espíritu me hablaba?”, le espetó el músico al intérprete. Beethoven estaba irritado porque la crítica había calificado sus cuartetos como la “música chapucera de un loco”. Son los sarcasmos del arte. Lope de Vega escribió: “Ningún escritor tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe a Don Quijote”.

Ah, sería injusto no referirme a la persona que organiza los conciertos stradivarius del Palacio Real y que es una de las mujeres que más sabe, que más entiende de música en España. Ha puesto su experiencia y sus contactos internacionales para convertir los cielos de música de cámara del Palacio Real en centro medular de las manifestaciones culturales en España. Me estoy refiriendo a la Reina Doña Sofía, claro.

Zigzag

Gabriel Albiac es la claridad del pensamiento y la escritura. Se podrá estar o no de acuerdo con lo que dice. Pero se entiende muy bien lo que quiere decir. Es uno de los cerebros más lúcidos de la vida intelectual española y su prestigio se ha consolidado en la filosofía, el ensayo, la novela, el periodismo. Le sigo desde hace muchos años con atención que no decrece. Su nuevo libro Contra los políticos es una síntesis de las virtudes de Albiac. Habla de todo con el desparpajo del columnista de periódico y con la solidez del filósofo. Lo hace, además, con sagacidad. La descarga irónica de su escritura cuando se refiere a la política y a los políticos es demoledora. No hay un lugar común en sus juicios y afirmaciones, no hay un tópico. Desprecia, como la inmensa mayoría de los españoles, a esa clase política mansurrona y lanar de la que hablaba Ortega y Gasset. Y subraya con regocijo inagotable su radiante mediocridad.