Image: Tormenta de uno

Image: Tormenta de uno

Poesía

Tormenta de uno

Mark Strand

19 febrero, 2010 01:00

Mark Strand

Traduc. D. López. Visor. 122 páginas. 12 euros


Mark Strand (1934) nos recuerda a Clint Eastwood. Parece un tipo duro, pero intuimos que sólo son las contramedidas de un niño grande. El pelo cano, la mirada noble. Y en la literatura, como en el cine, la honestidad de quien sólo habla cuando tiene algo que decir.

Más que un libro, Tormenta de uno es un problema. Esencialmente, Strand escribe para desafiar al mundo: cree que nuestras cabezas están llenas de pájaros y que esos prejuicios absurdos deben ser liberados de su jaula. De lo contrario, acabaremos locos o idiotas. Pero el remedio puede ser peor que la enfermedad, y asumir verdades sencillas resulta a menudo más arduo que inventar complejas mentiras que nos ayuden a sobrevivir. La comprensión de las criaturas que somos se complica si en la ecuación introducimos la variable "Y piensas que quizá no eras quien pensabas y que en adelante/ Cualquier idea de ti mismo debe incluir un cuerpo que envuelve una canción". Todo nuestro sistema social se ablanda como papel mojado ante la evidencia de que "nuestra obra maestra es la vida privada". Strand cede la palabra a cinco perros con resultados tan sorprendentes como "La mayoría de quienes son como yo cree/ Que la tierra es el único planeta que no está cubierto de pelo". Es el truco del prestidigitador que nos muestra una nueva percepción empleando como materia prima la desgastada realidad de la que todos estamos un poco hartos.

Strand no parece un erudito (pero lo es). Ni un poeta (aunque lo sea, e inmenso). Su lengua inglesa es una máquina de versos que nacen limpios, perfectos. Pocos como él capaces de ensartar palabras sin necesidad de puntos ni comas, unidas sólo por un hilo (eso sí, de acero) de significados verdaderos y dolorosos. Es uno de esos valientes que reconocen ser unos farsantes y una ruina y siembran el pánico entre los demás sólo por el hecho de decirlo en voz alta. A la poesía, como a la vida, Strand le concede la máxima atención y la menor importancia. Se complace en confundir existencia y creación: vivir día tras día o escribir verso tras verso, todo se reduce al mantra "Primero se instala el aburrimiento; después, la desesperanza". Es el misterio de qué hacemos aquí y por qué nos empeñamos en quedarnos. Sumo poeta de la trifecta canadiense junto con Douglas Coupland y Margaret Atwood, Strand es uno de los premios Pulitzer más incómodos de todos los tiempos, irrepetible. Porque puede parecerse a Eastwood. Pero es único en su especie.