Poesía

La casa roja

Juan Carlos Mestre

4 septiembre, 2008 02:00

Calambur. Madrid, 2008. 164 páginas, 15 euros

- Lea unos poemas de La casa roja

¿Y tú, que has escrito un verso en una lengua que piensa por ti, te haces llamar poeta?". La cita no es literal, ni tampoco anónima, aunque no consigamos recordar a quién pertenece. Probablemente a alguien muy listo. Una cosa es segura: el poeta a quien van dirigidas estas palabras NO es Juan Carlos Mestre (Villafranca del Bierzo, León, 1957).

La culpa de que hayamos recordado la frase (y olvidado al autor) es de La casa roja, precisamente porque no la habita ni un solo verso o línea que parezcan gratuitos, aleatorios o debidos a la intervención sobrenatural de la lengua española. Algo nos dice que aquí el único que piensa es Mestre: "Engañifa stop acepto gustoso este premio stop gracias le doy al espíritu santo stop no será un bombón envenenado stop un poeta debe ser más útil que ningún ciudadano de su tribu stop gracias isadore ducasse por echarme una mano en la caseta de feria stop tengo miedo a los aviones stop iré por tierra en un barquito de papel stop los mares están que arden stop tengan preparado el micrófono" ("Telegrama a la engañifa"). Antes, la poesía era inmediatamente reconocible por la rima, el cómputo silábico, los pies métricos. Ahora, lo es por los premios. Signos de pobreza, unos y otros.

Acostumbra la cultura a matar al pájaro y quedarse con la jaula vacía: "El asesino contemporáneo ha fracasado seducido por la emotividad de su víctima. Antes lo había hecho el arte moderno disparando su rebaño de hazañas contra la multitud" ("La góndola de los bucéfalos"). Suele la poesía actuar como el perverso psychokiller que embellece el cadáver para sublimar el crimen: "Pulse asterisco. Espere a oír el evangelio de estas rosas en la nada. Marque el cero seguido de eclipse con oxígeno. Aguarde a oír su confidencia en la catedral de las ballenas. Marque luego el siete. Diga la palabra grillo y oiga al grillo. La voz del espectáculo le preguntará qué quiere. Deletree lápida para comunicarse con Bernini. Medite despacio en lo despacio, hay desierto" ("Instructivo para llamar al teléfono móvil de la eternidad").

Necesitamos incluir la razón entre los planes a extinguir antes de que ella nos declare a nosotros especie en extinción: "Entonces el poema se levanta y da por terminada la superficie del lenguaje, se apoya en la escalera de mano, digamos el punto de vista desde el que se asoma al vacío, a cierto grado de premonición equidistante a la agricultura de lo que llamamos destino, y ahí, destructiva, irreparablemente fragmentado por el mecanismo íntimo, tampoco alcanza a dar testimonio de la mano izquierda de Dios" ("La mano izquierda de Dios"). Lo dicho: Mestre es el cerebro; el lenguaje, un matón a sueldo.

Y nuestra reseña es -para qué engañarnos- una pérdida de tiempo. Leernos a nosotros cuando puede leerse a Juan Carlos Mestre debe de ser ilegal en alguna parte. Así que menos Cultural y más Casa roja: ciento sesenta y cuatro páginas de divina locura y genialidad humana. Esto es lo que ocurre cuando ocurre la poesía.