Louise Erdrich. Foto: Archivo

Siruela. Madrid, 2017. 365 páginas, 21 €. Ebook: 9,99 €

Escribía hace un año en estas mismas páginas, reseñando el volumen de relatos El descapotable rojo, que Louise Erdrich (Little Falls, Minnesota, 1954) "no trata de magnificar la realidad nativa, tampoco de lamentar su situación sino de reconciliarse con su realidad" e idéntica apreciación se puede formular respecto a la última novela traducida al español de esta autora, El hijo de todos (LaRose en el original). El hilo argumental es tan imaginativo como sobrecogedor: un hombre -Landreaux- sale de caza y mata accidentalmente al hijo de su amigo y vecino Peter. La única forma de mitigar el sentimiento de culpa y la pena de los padres destrozados será entregarles a su propio hijo, LaRose, de tan solo cinco años, en sustitución del niño muerto, tal como establece la tradición de la tribu Ojibwe. Este es el motor de la acción, con la potencia necesaria para arrastrar al lector más exigente (en los "Agradecimientos" de la última página menciona que fue la madre de la autora quien le relató un episodio real similar).



Las posibilidades de resolución para una historia de tales características son infinitas. La escogida por Erdrich es probablemente la más virtuosa: LaRose logrará que entre "sus dos familias" vuelva a reinar la armonía existente antes del desgraciado accidente. Pero como en el resto de los anteriores catorce títulos, a Erdrich la trama le sirve de hilo conductor de donde derivar mil y una sub-tramas que además de enriquecer el relato principal tienen sentido en sí (y por sí) mismas.



De esta forma, la sencillez argumental alcanza una complejidad propia de una epopeya, máxime cuando la comunidad -como suele ser habitual de indios nativos- se convierte en el referente histórico, social, y filosófico-conceptual de lo narrado. Entre la amplia nómina de personajes que aparecen en la novela (viejos conocidos algunos de ellos de anteriores títulos), destacan la primera LaRose, que inició la saga hace generaciones; Romeo, supuesto amigo de Landreaux pero de espíritu atormentado; el padre Travis, el párroco católico que tiene una singular forma de entender la religión. La narración de sus propias historias enfatiza la percepción de que es la comunidad la verdadera protagonista del libro. La acción de entregar al propio hijo como "compensación" por el mal causado ya presupone aceptar que existe un órgano superior a la familia, en este caso la tribu. Una argumentación reforzada por el hecho de que también Romeo entregara su propio hijo, Hollis, a la familia de Landreaux, que lo cuidará mejor que él, adicto a las drogas. En este sentido el título de la edición en español, El hijo de todos, se antoja más acertado que el original LaRose. No se derive de tal propuesta un inherente reduccionismo por el que se consideraría a Erdrich una autora étnica, con el folklorismo de ello derivado. El microcosmos de la tribu adquiere, gracias a la referida inclusión de los personajes secundarios, una novedosa dimensión universalista, en línea similar a lo que Faulkner lograra con su Yoknapatawpha. La primera LaRose representa el pasado del que no se puede escapar y del que debemos aprender; Romeo, el mal que existe en toda sociedad; no se trata de un mal natural, sino de un mal propiciado por las propias circunstancias sociales y personales; el padre Travis es el contrapunto a uno de los temas subyacentes, el de la asimilación cultural, al efectuar el recorrido contrario adaptando los preceptos religiosos a las necesidades de un grupo específico de feligreses.



Conozco bien la trayectoria narrativa de Louise Erdrich; la calidad de obras como The Master Butchers Singing Club (2003, los protagonistas son emigrantes alemanes) o más recientemente La casa redonda (2012, reconocida con el National Book Award), resulta incuestionable; sin embargo en ninguna de ellas había logrado Louise Erdrich emocionarme como en aquella primeriza y referencial Love Medicine (1984), algo que sí ha conseguido con esta deliciosa El hijo de todos.

Por un centavo Hija de padre alemán y madre mitad francesa, mitad chippewa, Erdrich es la autora nativa norteamericana más importante de nuestro tiempo. Lectora voraz, asegura que su padre es quien más le ha influido literariamente, ya que, siendo niña, le pagaba un centavo (un niquel) por cada historia que escribía. En general, eran relatos sobre chicas solitarias con talentos ocultos. Y aunque su padre decía estar aburrido de escuchar esta vieja historia, hace poco le dio un rollo de monedas antiguas "en pago de nuestra deuda pendiente".