Eduardo Ruiz Sosa. Foto: Archivo.

Candaya. Barcelona, 2014. 576 págs. 21 euros.

El mexicano Eduardo Ruiz Sosa (Culiacán, 1983) desembarca en el género de la novela de la mano de una nueva beca con vocación de prestigio, la Han Nefkens, y despertando un entusiasmo crítico que no es para menos: la ambición y rigor de su propuesta son admirables. Así, la lectura de Anatomía de la memoria comienza siendo uno de los peajes para connoisseurs de la temporada, pero acaba suponiendo el descubrimiento de un autor y de un libro que parecen haber llegado para quedarse.



Hablamos de literatura exigente, aunque eso no debería sonar a amenaza. Con una estructura influida explícitamente por la Anatomía de la melancolía de Robert Burton (curiosísimo catálogo de humores escrito en el siglo XVII), la novela de Ruiz Sosa narra los intentos de un hombre llamado Estiarte Salomón por reconstruir en un libro la historia de un grupo de estudiantes revolucionarios que en el México de los años 70 se hicieron llamar Los Enfermos, y que entre otras acciones subversivas se dedicaban a escribir grafitis en los muros de la ciudad. Esos grafitis, síntesis poéticas de su posición frente a los males del país, se podrían resumir en eso que cantaban los italianos Baustelle: la catástrofe es inevitable.



Sin embargo, el trabajo de Salomón topará con muchos problemas: de los setenta a hoy, la vida de Los Enfermos y la del poeta Juan Pablo Orígenes (uno de sus miembros más reconocibles) se han vuelto imposibles de fijar. En este texto denso se muestran indiscernibles realidad y mito, memoria y desmemoria, pasado y futuro: ¿quién traicionó a quién, quién mató a quién, y por qué lo hizo? En Anatomía de la memoria, la prosa anda a la caza de significados y contradicciones; pero eso no significa que no "cuente" nada, porque como el mismo autor se encarga de subrayar en tres finales de capítulo consecutivos, aquí la trama es "absurda y necesaria". La trama entendida como argumento y como red espesísima de relaciones, afectos y analogías entre ideas, cosas, personajes. Pero en última instancia, la arquitectura profunda de la novela, su lógica, comparte muchas características con la escritura tratadista y con las dinámicas poéticas.



Y es que, en cierto modo, estas casi 600 páginas nacen de una fórmula esencial, copulativa, de un intento de definición: qué cosa es la memoria, qué cosa es el libro, qué cosa es la muerte. "Las palabras son lo que deshace el mundo"; "hurgar en la memoria es tantear la ceguera de los otros"; "la memoria es una cosa que se parece mucho a la burocracia", etc. Los ejemplos de citas con esta construcción tan elemental podrían ser infinitos, y esa abundancia apunta a lo infinito de los temas tratados. Sucede que la inteligencia de Ruiz Sosa (una inteligencia básicamente narrativa, y muy poderosa) no puede ofrecer definiciones cerradas sin que aparezcan a continuación el matiz o la negación, y por ahí su novela crece y crece mediante citas de otros autores que funcionan como argumentos de autoridad o como nuevas capas tectónicas de la memoria; mediante personajes y situaciones, algunas dolorosas y otras grotescamente cómicas; y mediante un talento natural para la sentencia lírica.



La novela también podría titularse Anatomía de la Violencia o Anatomía del Tiempo, y uno intuye de hecho que el tiempo es invocado aquí como una forma de violencia. Pero se titula Anatomía de la memoria y responde a la exigencia fundamental que el poeta Juan Pablo Orígenes propone en una ocasión: el libro se nos está muriendo en las manos, y creo que seguirá haciéndolo durante bastante rato.