Novela

Guerras que he vivido

Gertrude Stein

10 enero, 2001 01:00

Traducción de A. Palomas. Alba. Barcelona, 2000. 278 páginas

La ocupación nazi le sirve a la escritora de excusa para elaborar una profunda reflexión sobre la condición humana

La primera vez que Ernest Hemingway viajó a París llevaba consigo una carta de recomendación de Sherwood Anderson dirigida a Gertrude Stein. No podía encontrar el autor de Winesburg, Ohio mejor "enchufe", pues buena parte de la vida artística parisién de comienzo de siglo giraba en torno a la figura de esta mujer fundamental para entender el panorama artístico de comienzos de siglo. Su casa se convirtió en el centro de reunión de los jóvenes pintores experimentalistas, desde Picasso hasta Braque o Matisse y lo mismo ocurrió con los escritores. También frecuentaban sus tertulias jóvenes autores norteamericanos recién aterrizados en Europa a quienes ella bautizaría con el nombre de "Generación Perdida". No era sin embargo uno de los asiduos, y éste es un buen momento para desmitificar la historia James Joyce. Aún más, Joyce y Stein apenas si se vieron en más de un par de ocasiones -Stein consideraba que lo que Joyce hizo con Ulysses (1922) ella lo había hecho antes con Three Lives (1909)- y si Picasso no pintó un retrato de Joyce fue porque no pertenecía al "círculo de Stein".

Sea como fuere ello no pasa de ser una mera anécdota, lo verdaderamente significativo es la importancia de Stein en las letras norteamericanas. Sin duda alguna, Hemingway fue quien absorbió como una esponja cuantas recomendaciones provenían de su mentora; pero también Henry Miller e incluso el propio Pound supieron aprehender las sugerencias de Stein. Desde luego que la critica literaria reclama a gritos un estudio serio sobre la verdadera influencia de Gertrude Stein en el Modernismo norteamericano.

Pero no son estos los motivos por los que Stein es conocida por el público en general, sino por ser la autora de La autobiografía de Alice B. Toklas, inolvidable obra donde lo interesante, más que su propia vida, es conocer el ambiente cultural al que me refería al comienzo de esta reseña. Y obra de corte similar es la que se ofrece ahora al público español, Guerras que he visto, publicada originalmente en 1945, un año antes de su muerte.
Nos encontramos de nuevo ante un escrito autobiográfico cuya narración se sitúa en Culoz, un pequeño pueblo de la Francia ocupada durante la invasión nazi. La suya es una narración un tanto atípica pues la guerra parece servirle de excusa para elaborar una profunda reflexión sobre la condición humana. Por supuesto que la guerra es el referente, pero en algunos casos la trágica realidad parece diluirse en consideraciones intelectuales unas veces, y terriblemente humanas en otras. Me explico. Ofrece agudos y elaborados análisis de la guerra en general, comparando la que está sufriendo con las de otras épocas, los Boers... etc.; así, por ejemplo, la I Guerra Mundial pertenecía al siglo XIX pero "las esperanzas y los miedos, y la relación con lo finito y lo infinito de esta guerra y el método de la credulidad e incredulidad, y la esperanza en el progreso y en la reforma de todas estas cosas no pertenecen al siglo diecinueve en absoluto ahora no." Tres párrafos después abandona la especulación filosófica para contarnos los acontecimientos cotidianos de la vida en un pueblo ocupado, "... están recolectando la uva para hacer el vino, será dicen todos el vino de la victoria, y es un buen vino en cantidad y en calidad."
Será el balance existente entre estos dos ámbitos narrativos, tanto uno como el otro convenientemente dosificados, lo más singular de la obra y por ende lo que a la postre la convierte en un escrito singular y atractivo.