Image: El Partido. Los secretos de los líderes chinos

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Ensayo

El Partido. Los secretos de los líderes chinos

Richard McGregor

2 diciembre, 2011 01:00

Hu Jintao.

Traducción de Laura Vidal. Turner. 384 pp, 23'90 e.

¿Sigue siendo comunista China? Dado el éxito espectacular del capitalismo chino en las últimas décadas, la pregunta puede parecer fuera de lugar e incluso poco cortés. No es un tema que les guste plantear ni a los líderes chinos, ni a sus socios comerciales en el mundo democrático. Sin embargo, la tesis principal de este excelente ensayo de Richard McGregor, corresponsal del Financial Times en Pekín durante la pasada década, es que el sistema político chino sigue aun hoy el modelo diseñado hace casi un siglo por Lenin.

Hace años, cuando comenzaban las reformas económicas impulsadas por Deng Xiaoping, hubo un almuerzo en Washington en que un politólogo occidental se empeñó en convencer a un banquero chino, hijo de un influyente miembro del Comité Central, de la incongruencia entre la ideología marxista oficial y la implantación de una economía de mercado, hasta que su interlocutor, exasperado, terminó por responder: "nosotros somos el Partido Comunista y nosotros decidimos qué significa qué ser comunista".

La respuesta no carece de lógica. La decisión crucial se tomó en los inciertos días que siguieron a la represión brutal de la protesta democrática en la plaza de Tien An Men, en un momento en que el sistema comunista se venía abajo en Europa centro-oriental. No se volvería atrás hacia la economía socialista, de cuya ineficacia estaban convencidos los líderes chinos, pero tampoco se seguiría la senda de Gorbachov, que conducía a la caída del comunismo. Se optó por la economía de mercado y se eliminaron todas las rémoras que obstaculizaban el desarrollo de China, pero el sistema seguiría bajo el control del Partido Comunista. El éxito en ambos planos ha sido completo. El desarrollo económico ha convertido a China en una potencia mundial, ha alimentado con ello el orgullo nacional, ha enriquecido a un sector de la población, ha sacado de la pobreza a un sector mucho más amplio y ha abierto para todos la esperanza de que prosperar es posible. El control totalitario de la vida privada ha desaparecido y los ciudadanos son libres en todos los aspectos, salvo para poner en duda el monopolio del poder que ejerce el Partido.

Richard McGregor muestra como ese poder se ejerce en gran medida en la sombra. Los órganos del Partido no se someten al escrutinio público, sus debates internos no salen a la luz y sus canales de influencia no responden a preceptos legales establecidos, pero el principio leninista de la subordinación de los órganos del Estado a los órganos del Partido sigue siendo la clave del sistema. Para ello es crucial el hecho de que los nombramientos dependan del Partido, incluso en el caso de las empresas estatales, que tienen aún gran importancia. En China no se ha producido una privatización completa, sino que se ha conseguido algo insólito: unas empresas estatales eficientes, con directivos nombrados por el Partido, que compiten en el mercado internacional y cotizan en las principales bolsas.

Otro tema fundamental que esclarece McGregor es el de la corrupción. Todo sistema autoritario en el que no están garantizadas ni la libertad de prensa ni la independencia judicial genera necesariamente corrupción y si ello se combina con una etapa de auge económico, las posibilidades de enriquecimiento ilícito de políticos y funcionarios se multiplican. Esto es lo que ocurre en China, pero al mismo tiempo surgen de vez en cuando noticias acerca de severas condenas de altos personajes por corrupción y los líderes supremos no cesan de condenarla. Puesto que los responsables de prácticas corruptas son miembros del Partido, es a éste a quien corresponde investigar a los sospechosos antes de que pueda intervenir la justicia, así es que las condenas por corrupción suele responder o bien a ajustes de cuentas internos entre facciones o bien a casos tan escandalosos que perjudican al Partido.

Quienes pagan las consecuencias de la corrupción son los ciudadanos comunes, por ejemplo los propietarios desahuciados de sus viviendas con indemnizaciones mínimas, debido a la colusión entre promotores y autoridades municipales. Los ciudadanos se ven también privados del conocimiento de su propia historia, porque este es un campo muy sensible para la legitimidad del Partido, que quedaría en entredicho si se revelaran en su auténtica magnitud los crímenes de la era de Mao, como la terrible hambruna de los 60, que sigue siendo tabú para la historiografía china.