Image: Vida de la Duse y de D’Annunzio

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Ensayo

Vida de la Duse y de D’Annunzio

Bertita Harding

27 noviembre, 2008 01:00

Archivo

Trad. Virgilio Piñera. Nortesur. Barcelona, 2008. 277páginas, 22 euros

Quizás convenga empezar por el final: Bertita Harding (murió en 1971 con 69 años) fue una dama cosmopolita famosa en la época de entreguerras y algo después como autora de amenas biografías al modo, digamos, de Zweig. En 1947 publicó esta vida de Eleonora Duse y de D’Annunzio cuya traducción española apareció en 1950 en Buenos Aires, obra del gran poeta y narrador cubano Virgilio Piñera.

Sabido esto, se halla el lector ahora ante una biografía bien tramada y de fértil lectura, aunque la autora ponga algo más hincapié en la más bien desdichada vida de la Duse (1858-1924) que del operetesco y notabilísimo D’Annunzio (1863-1938). Es posible que desde 1947 sepamos más detalles de ambas vidas, pero no importa, porque lo esencial era conocido entonces -con menos crudeza- y estamos ante un tipo de libro que busca más al lector que anhela un saber general, un lector genérico para un tipo de biografías cordiales, por lo demás muy bien hechas.

La italiana Eleonora Duse, una de las grandes actrices del teatro de comienzos del siglo XX, fue casi la única que pudo disputar el trono de Talía (ya que no el de la extravagancia) a la divina Sarah Bernhardt. Duse amaba el teatro, al que llevó una pasión y un naturalismo dramático que la contraponían a Sarah. Pero mientras la francesa vivió para sí misma y para su triunfo escénico, Duse aspiró (con poco éxito) a una vida íntima de madre y mujer enamorada y fue (pese a su éxito) una dama doliente.

Nada más lejos de la historia (literaria y vital) de quien fue uno de los grandes autores europeos del "fin de siècle", mujeriego, dandi, protofascista, teatrero y en muchas cosas genial. Hacia 1898 (cuando ya eran ambos figuras de éxito, pero D’Annunzio más joven que la Duse) la gran dama del teatro cayó rendidamente enamorada del poeta que comenzaba a escribir teatro. D’Annunzio y Duse mantuvieron un romance que, con alzas y bajas, no pasó de los cuatro años. Ella no lo olvidó nunca e incluso siguió interpretando alguna obra suya (como La città morta) aún después de haber acabado con él, como para demostrar que la admiración hacia el poeta superaba al amor perdido por el hombre. Sin embargo él no dejó de aprovecharse del amor de la diva, y no sólo teatralmente. Mientras su amor transcurría, D’Annunzio hizo un gesto muy moderno, esto es, escribir detalladamente la historia, en una de sus mejores novelas decadentes Il Fuoco (El Fuego), publicada en 1900. La novela tuvo un enorme éxito, no ajeno ni a su calidad literaria ni al escándalo. Un joven atractivo y genial poeta mundano, Stello Effrena, en el dorado ocaso veneciano, ama a una gran actriz trágica, ya en su declive, y lo cuenta todo.

Muchos admiradores de la Duse consideraron que D’Annunzio no se había portado como un caballero. Pero él no aspiraba a eso, sino a ser un príncipe (lo terminarían nombrando "Príncipe de Montenevoso") y ella, además, le perdonó, aunque sirviera de poco para el amor. La Duse se fue apagando lejos de él; y él hasta su muerte en pleno fascismo, fue el gran poeta de esa Italia que se resumía en un gran escritor decadente, muchos trasterrados y la casa/monumento d’annunziana, que se visita aún junto al lago de Garda: "Il Vittoriale". Una de las divisas de D’Annunzio fue: "Me ne frego" (Más o menos "¡A mí qué me importa!").