Ensayo

Las mujeres que leen son peligrosas

Stefan Bollmann

14 diciembre, 2006 01:00

Habitación de hotel, de Edward Hopper

Prólogo de Esther Tusquets. Trad. Anna Kosutic. Maeva. 2006. 152 páginas, 29’50 euros

Las mujeres que leen son peligrosas es una original coartada para enriquecer con inteligente ligereza el catálogo de los libros que utilizan la investigación iconográfica para reforzar una determinada hipótesis. Pero en este atrayente museo temático de mujeres inmersas en la lectura no se levanta el edificio riguroso de una gran teoría; más bien se invita a un vagabundeo literario por las hermosas imágenes pictóricas y fotográficas de mujeres leyendo que proliferan en el arte occidental y que llevan la firma de Buonarroti, Vermeer, Rembrandt, Fragonard , Casas, Manet, Matisse, Van Gogh, Julia Margaret Cameron , Eve Arnold o Hopper entre otros creadores.

Ilustrado con representaciones artísticas desde el siglo XIII hasta mediados del XX, este libro esboza, de un modo atomizado e impresionista, una historia visual de la lectura en femenino al hilvanar una cadena de retratos magistrales de mujeres con libro, concentradas en la lectura, o bien inmortalizadas en ese instante en que la mirada se levanta del texto para perderse en el ensueño. Su autor, Stefan Bollmann, escritor y editor alemán, nos recuerda que el "furor de la lectura", que pareció afectar a las mujeres a partir del XVIII, fue visto como una amenaza social y una prueba de la decadencia de las costumbres. Aunque Bollmann no cita el texto de 1801 del "izquierdista" francés Sylvain Maréchal, partidario de que las mujeres no aprendiesen las letras porque "leer abre las puertas peligrosas de la imaginación", su visión poliédrica nos recuerda que el libro era un atributo tradicionalmente masculino, del que se apropiaron en gozosa rebeldía las mujeres. Sin pretender una reconstrucción cronológica de la historia de la lectura, aquí se testimonia, con textos cultos pero de tono casi volátil, cómo las mujeres hicieron suyo el placer íntimo de lo literario, desde lo místico a lo sentimental. Tanto el prólogo de Esther Tusquets, como la introducción y las reflexiones a pie de imagen de Bollmann, manifiestan que las mujeres alcanzaron nuevos horizontes con el acceso a la lectura, adquiriendo conocimientos, autonomía y capacidad para pensar por sí mismas.

Desde la María Magdalena enfrascada en un libro sagrado de Ambrosius Benson (1540), pasando por la lectora con "incurable melancolía" en Habitación de hotel de Edward Hopper (1931), hasta una Marilyn fotografiada por Arnold (1952) y en apariencia sumergida en el Ulises de Joyce (inquietud intelectual que pone en duda el acertado prólogo de Esther Tusquets), la panorámica de imágenes sirve de soporte para que Bollmann despliegue una técnica narrativa cercana al collage. En los textos se insinúan ideas, se ofrecen datos históricos, se fija el contexto social, pero prima la divagación subjetiva. Se pretende ilustrarnos, no tanto a través de la descripción erudita sino en virtud de las subyugantes atmósferas imaginadas. Lo vemos en esa suerte de iluminación que embarga a la joven lectora de Domenico Fetti, inspirando a Bollmann este comentario: "ella nos hace sentir que la lectura, como el cinturón mágico de Afrodita, tiene el poder de conceder la gracia y garantizar el amor". Flaubert quiso que la vida imaginada de las novelas fuera la perdición de Madame Bovary. Estas imágenes nos hablan de lo contrario: de conciencia atenta para llegar más lejos. "La literatura apacigua momentáneamente esa insatisfacción vital, pero, en ese milagroso intervalo […], somos otros", ha escrito Mario Vargas Llosa.

De la mano de grandes artistas, la transformación que ejerce la literatura, salta a la vista. Boucher ha representado a una marquesa de Pompadour con libro, en su recargado aposento, tal vez esperando a Luis XV, pero sobre todo con el gesto infantil de la evocación soñadora. Así, la niña tendida sobre un diván, del simbolista inglés Burne-Jones, tan concentrada que se ha convertido ella misma en un personaje del libro. Parecida expresión arrobada en la Muchacha leyendo de Théodore Roussel. Abundan aquí los retratos de mujeres desnudas leyendo, como ésta que lee en la cama, pintada por Valadon, que fuera modelo de Renoir y de Toulouse-Lautrec. Aposentos íntimos, interiores holandeses o jardines nórdicos nos muestran un retablo de mujeres lectoras, muchas de ellas entregadas al "goce del texto", perdidas en esa vida más amplia y "plenamente vivida", como diría Proust, que es la literatura.