Ensayo

Iberia

Manuel de Lope

12 junio, 2003 02:00

Debate. Madrid, 2003. 480 páginas, 22 euros

En la página 74 de Iberia, Manuel de Lope declara que este libro "debe ser algo más que una guía de viaje". En seguida le consolamos, y a la vez le reprochamos que así sea: no es una, sino diez guías de viajes, y sí, algo más que guías, pero no mucho más. La concepción de esta vasta obra es difícil de entender. ¿Para qué nos describe lo que las correspondientes guías turísticas y libros de arte sobre Galicia, Asturias, Cantabria, La Rioja, Navarra, Valencia, Murcia, o Andalucía ya hacen de forma más útil y manejable? A De Lope le pedíamos sobre España lo que Kapuscinski nos ha dado sobre áfrica: una visión crítica, una perspectiva nueva. Siendo además fabulador, un toque más literario, juguetón con la ficción, más egotista.

No podemos decir de Iberia que sea un libro que se lee de un tirón. Es denso por su profusa información histórica y sus descripciones excesivas, y por aportar ciertos datos de poco interés. Son muchas las noticias curiosas que recoge sobre muchos lugares, sí: que el primer guacamayo desembarcó en Bayona o que una gallina copula en una hornacina de la catedral de Logroño. Pero no reproduce diálogos actuados ni incluye recuerdos. Sólo la estatua de un oso en Covadonga le arranca un excurso sobre su infancia.

Acierta cuando pone el dedo en la llaga: denuncia la polución y la "esquizofrenia hídrica" en Murcia o compara el Camino de Santiago con un festival de rock. Acierta cuando retrata a algún personaje novelesco. Pero se equivoca descuidando la parte gastronómica de su ruta en favor de la búsqueda de burdeles de carretera, que describe sólo en sus exteriores.

En conjunto nos hallamos ante una obra abrumadora cuya información nos hubiera ayudado a digerir una articulación más estudiada de los capítulos con más epígrafes. Es excesivo, por ir en busca de los secretos de un lugar, tener que separar el grano de la paja y zambullirse en la descripción de los Sanfermines o de la huerta murciana. Un escritor que ama a Góngora hubiera sacado más partido a un viaje por carreteras secundarias al estilo del que hizo Alfonso Armada en España, de sol a sol, en busca de mitos culturales personales como Jiménez Lozano.