Image: El impacto de lo nuevo

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Ensayo

El impacto de lo nuevo

Robert Hughes

1 noviembre, 2000 01:00

Hughes recurre, lógica y contínuamente, a un abanico de referencias que incluyen la historia, la literatura, el cine o la ciencia

Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores. Barcelona, 2000. 430 páginas, 6.500 pesetas

Los más de veinte años transcurridos desde su redacción parecen darle nueva y mayor consistencia a los argumentos de Hughes. No es, sin embargo, un libro fácil, pues recurre a un abanico de referencias que incluyen la historia, la literatura, el cine o la ciencia

Dos datos me parecen relevantes para la mejor comprensión de este libro de Robert Hughes -cuarto de los suyos publicados en España, le han antecedido A toda crítica, La cultura de la queja y Barcelona (Anagrama)-; primero, que su origen es el de unos guiones para un programa de televisión del mismo título, cuyo texto ha sido, posteriormente, reconvertido y ampliado; segundo, que el programa fue emitido en 1980 y el libro fue publicado, en esta su segunda edición, en 1991 (edición a la que corresponde, creo, el añadido del capítulo séptimo, "El futuro que fue", que aborda, precisamente, la locura mercantilista de los años ochenta).

Lo resalto porque los más de veinte años transcurridos desde su redacción no sólo no lo han envejecido, sino que parecen darle nueva y mayor consistencia a los argumentos de Hughes, y porque es preciso destacar que este no es un libro para especialistas, sino divulgador. No es, sin embargo, un libro fácil, pues Hughes recurre, lógica y contínuamente, a un abanico de referencias que incluyen la historia, la literatura, el cine o la ciencia. Ocurre que un divulgador no tiene porqué ser un banalizador ni tiene, tampoco, que rebajar su discurso a la búsqueda de la imposible comprensión por parte de quienes no tengan interés alguno por la cultura ni, por tanto, bagaje intelectual propio con el que afrontar el texto.

Las ocho horas de emisión se han convertido en otros tantos capítulos que abordan la historia del arte desde 1880 hasta finales del siglo XX eludiendo la tópica sucesión cronológica de movimientos y tendencias -impresionismo, postimpresionismo, fauves, cubismo, etc-, para hacerlo desde la perspectiva de ese impacto de lo nuevo, de lo moderno, desde sus albores optimistas y confiados en el siglo pasado hasta la desesperanza del último tramo de éste. Hughes ha pretendido responder a ciertas preguntas fundamentales que son, a la vez, un guión de los emblemas de la modernidad: el maquinismo, el paisaje domesticado, la libertad individualizada e interiorizada, el horizonte visual ocupado por la reproducción mecánica, etc. Singular relevancia tiene, a mi entender, la posición política del autor y el análisis que, desde ese punto de vista, efectúa de las relaciones entre arte, poder político y compromiso o propaganda. Comparto su juicio de que el fracaso político de la vanguardia no justifica el descreimiento en sus principios.

El acierto en la narración de Robert Hughes es consecuencia de las virtudes de su trabajo. En primer término el rigor documental, que nada o muy poco tiene que ver ni con la erudición meticulosa en lo accesorio ni tampoco con la mera definición de una estructura general en la que encajar los datos de lo sucedido. En ese sentido, resulta doloroso que el esfuerzo realizado en la edición se vea salpicado aquí y allá -no muchas veces, también hay que decirlo-, por descuidos en la traducción de títulos de obras o de términos técnicos, así resulta clamoroso el empeño por denominar a Le Grand Verre, de Duchamp, El Gran Espejo o llamar a Julio González, Gonzalès y atribuirle en el índice onomástico el nombre de su hija Eva.

La segunda virtud de Hughes es su habilidad para contextualizar los hechos históricos, la atmósfera social y las realizaciones artísticas de otras disciplinas con la plástica. Contextualizar, además, no solo los contenidos de cada capítulo, sino los elementos transportables de uno a otro argumento que caracteriza a éstos; así, por ejemplo, la mirada cubista como uno de los modos de interpretación del sueño mecanicista (capítulo I, "El paraíso mecánico") o (c. VII, "La cultura como naturaleza"), como introductor del sistema de signos de la modernidad -etiquetas, fragmentos de diario, carteles publicitarios, etc.- en la pintura.

Posee, por si lo anterior no fuese suficiente, una envidiable capacidad descriptiva, que le permite en una frase breve no la típica formulación críptica sobre "el lugar" que le corresponde al artista en un diagrama previamente estipulado, sino revelar los elementos fundamentales protagonistas de una obra concreta y su encadenamiento y expansión al conjunto de lo que dice. Por último, otras dos actitudes: la expresión de un criterio estético propio que, obligadamente, roza o limita con el gusto -con el que no siempre estoy de acuerdo, pero que merece ciertamente respeto-, y su probada ironía, a la que Hughes define como "el preservativo indispensable para el ‘fin de siécle’".

LA COSTA FATíDICA

Robert Hughes (1938) estuvo a punto de morir hace casi dos años en un gravísimo accidente de tráfico que le ayudó a tener una visión diferente de su nación. Y la ha plasmado en una serie de televisión, coproducida por la BBC, y que está basada en su libro La costa fatídica, sobre el origen de su país como penitenciaria,.para la que conversa con empresarios, estudiantes o incluso drag queens. Con una referencia clara: Australia todavía sigue marcada por su origen y porque el espacio mismo era una prisión: "caminabas a través del país, para encontrar nada, y entonces morías".