Image: Servicios secretos

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Ensayo

Servicios secretos

Joaquín Bardavío, Pilar Cernuda, Fernando Jáuregui

14 junio, 2000 02:00

El resultado del esfuerzo de Joaquín Bardavío, Fernando Jáuregui, Pilar Cernuda (en la imagen) no es de una obra histórica, aunque esa circunstancia no disminuye los méritos de la labor en su conjunto,

Plaza & Janés. Barcelona, 2000. 535 páginas, 3.300 pesetas

De fácil lectura y estilo ameno, este libro no revela los secretos de los servicios de inteligencia españoles y en aspectos importantes provoca más la pregunta que da la respuesta. Sin embargo, constituye una aportación periodística notable y digna de ser leída

La historia de los servicios secretos resulta esencial para poder comprender la mayoría de los procesos históricos de relevancia. Con ironía se dice que la serpiente original no fue sino un agente secreto de Satanás introducido en el Edén pero, aunque es difícil documentar que el primer espía resultara tan antiguo, nos encontramos con ejemplos granados de las actividades de inteligencia en el ataque de Josué contra Jericó o en la acción de Ramsés II contra los hititas en la batalla de Kadesh. Afirmar, por lo tanto, la necesidad de escribir una crónica de los servicios secretos españoles siquiera durante las últimas décadas casi constituye una obviedad. Ese reto es el que han intentado recoger tres periodistas de raza como son Joaquín Bardavío, Pilar Cernuda y Fernando Jáuregui en una obra cuyas tres partes aparecen muy bien diferenciadas aunque su calado y tratamiento resulte muy distinto. En la primera, los autores se han detenido en los antecedentes de los servicios de inteligencia actuales. Los mismos comienzan en la obra durante la guerra de la independencia con personajes como Francisco Javier Miguel de Irujo pasando después a otros tan destacados como Van Halen, el increíble Alí Bey o el novelesco Avinareta. De ahí, la obra da un salto al período de la guerra civil para mostrar cómo en el curso de la misma surgieron los primeros servicios con nombre realmente digno de tales. En la zona republicana nacerían el DEDIDE y, sobre todo, el terrible SIM que sirvió de instrumento a la URSS para llevar a cabo el secuestro y asesinato de disidentes de izquierdas como los anarquistas o los afiliados al POUM. En las filas del SIM tendría un valor relevante el panadero socialista Santiago Garcés Arroyo, que había intervenido en el asesinato de Calvo Sotelo en 1936.

Una finalidad ni represiva ni al servicio de una potencia extranjera sino ligada a la información tuvieron, por el contrario, los servicios de Franco lo que explica, siquiera en parte, sus mejores resultados. Con agentes entre los que se hallaba, por ejemplo, el que luego sería general Manuel Gutiérrez Mellado, aquellos servicios permitieron llevar a cabo tareas de información y de salvamento de refugiados. Se trataba de órganos creados para cubrir las necesidades propias de la guerra, lo que explica que, concluido el conflicto, no se prosiguiera la tarea de constituir unos servicios secretos que tuvieran calidad de tales. Así lo supieron los agentes del Eje y aliados que camparon por la Península con casi absoluta libertad. Los grandes espías españoles de esa época serían agentes de otras potencias como el famoso Garbo. Los autores han obviado la labor de españoles en servicios como el soviético NKVD o las relaciones internacionales del PNV no sólo con los aliados sino también con los nazis, a los que intentaron convencer de la necesidad de reconocer la independencia de Euskadi frente a un aliado tan supuestamente poco fiable como Franco. El resto de esta primera parte -ya adentrada en los años de la posguerra y la década de los 60- constituye una síntesis correcta aunque se echa de menos el análisis en profundidad de algunos episodios de notable envergadura. Uno de ellos es el del papel jugado por los servicios secretos extranjeros en la fundación de ETA. Los autores señalan correctamente que no existen pruebas de la acción de la CIA en ese episodio. Sin embargo, han pasado por alto la manera en que el KGB armó y entrenó, generalmente a través de los servicios de países satélites, a los primeros etarras convirtiendo la organización terrorista en un eslabón menor de su estrategia antioccidental. Con todo, esta primera parte constituye una útil introducción aunque deje importantes cabos sueltos. Que así sea es normal porque para su elaboración acabada habría necesitado el contraste y la complementación de datos con los que operan en archivos hoy accesibles como los de la antigua URSS.

Mucho mejores son las dos partes siguientes del libro porque aparecen redactadas y trabajadas en la clave periodística que tan bien dominan los tres autores. Como se reconoce en la misma obra, las fuentes no pueden ser identificadas en un buen número de casos por criterios de discreción profesional. Sin embargo, el resultado está cargado de interés. Episodios como la creación del CESID, el papel de Manglano, el caso Perote o la lucha contra la organización terrorista ETA aparecen descritos de manera muy sugerente e iluminadora. Por último, la parte final dedicada a los servicios en la época -aún breve- del PP resulta más que crónica, descripción de acontecimientos muy recientes e interpretación de posibilidades futuras. El resultado del esfuerzo conjunto llevado a cabo por Joaquín Bardavío, Pilar Cernuda y Fernando Jáuregui no es propiamente el de una obra histórica, cuyas reglas de investigación son muy diferentes. Sin embargo, esa circunstancia no disminuye los méritos de la labor en su conjunto. De fácil lectura y estilo ameno, el libro no revela los secretos de los servicios de inteligencia y en aspectos importantes provoca más la pregunta que da la respuesta. Sin embargo, constituye una aportación periodística notable y digna de ser leída con atención especialmente en lo relativo al papel que hoy tienen -y mañana podrían tener- en una España democrática y a aquellas deficiencias que menoscaban el valor de unos servicios cuyo carácter indispensable nadie podría hoy poner en tela de juicio.