Ensayo

Mea Cuba

Guillermo Cabrera Infante

13 junio, 1999 02:00

Alfaguara. Madrid, 1999. 488 páginas, 2.900 pesetas

Como toda obra de su género, Mea Cuba resulta de la suma de autenticidad e hipérbole, de retórica, testimonio y un punto de arbitrariedad

s iete años después de su primera publicación, Guillermo Cabrera Infante nos ofrece de nuevo "la escritura de mi pensamiento político" en lo que presenta como una "edición completa", corregida y aumentada de Mea Cuba. Sin embargo, el cotejo de esta edición y la de 1992 nos revela una realidad diferente: Si bien es cierto que ahora Mea Cuba incorpora dieciocho textos nuevos, que alcanzan cronológicamente la fecha de 1998, se han suprimido veintidós, con lo que el cómputo final arroja un déficit de cuatro. Y más allá de lo puramente cuantitativo, la cualidad de las supresiones resulta harto reveladora. Se ha prescindido en esta oportunidad de toda la sección titulada "Vidas para leerlas", que trataba fundamentalmente de escritores. Otro tanto sucede con la serie "Vida única", de cuyos doce textos tan solo se salva "Y de mi Cuba, ¿qué?". Y si reparamos finalmente en que también han caído "Lorca hace llover en La Habana" y "Quién mató a Calvert Casey?", no resultará aventurado sugerir que el autor ha pretendido adelgazar al máximo la veta literaria de su libro, como si pudiera distraer al lector de los objetivos políticos que le obsesionan. Efectivamente, "estos obsesivos artículos y ensayos", como Cabrera Infante los denomina, aparecidos inicialmente entre los años sesenta y 1998 en periódicos y revistas no solo, pero sí preferentemente españolas, se sitúan en "esa zona de penumbra donde la literatura y la política se tocan y luego se confunden" (página 136).
Depurado de sus páginas más literarias, Mea Cuba se nos ofrece ahora como lo que su autor ha querido que sea: una intensa gavilla de textos nacidos de la terrible experiencia de un exiliado que debió abandonar La Habana en 1965, a los treintaiséis años de su edad, y que casi ha vivido ya otro tanto fuera de su patria. Por eso Cabrera se define una y otra vez como "un verdadero exilado" y justifica el calambur de su título así: "Mea Cuba puede querer decir ‘Mi Cuba’, pero también sugiere la culpa de Cuba. La palabra clave, claro, es culpa. No es un sentimiento ajeno al exilado. La culpa es mucha y es ducha: por haber dejado mi tierra para ser un desterrado y, al mismo tiempo, dejado atrás a los que iban en la misma nave, que yo ayudé a echar al mar sin saber que era al mal" (pág. 19).
Como toda obra de su género, Mea Cuba resulta de la suma de autenticidad e hipérbole, de retórica, testimonio y un punto de arbitrariedad. No obstante, lo autobiográfico prevalece siempre sobre lo ideológico. Cabrera Infante escribe, a veces reiterativamente, sobre su vinculación familiar con el Partido Comunista cubano y sobre su participación, desde el frente cultural, en el triunfo revolucionario de 1959. Pero también sobre los hitos que fueron jalonando su disidencia: desde los problemas vividos como director del suplemento literario del periódico "Revolución", patrocinador del corto cinematográfico "P. M." censurado y secuestrado, hasta el decisivo episodio de la palinodia que Heberto Padilla tuvo que cantar en 1971 ante la Unión de Escritores y Artistas de Cuba que tres años antes había expulsado al propio Cabrera Infante y a la pianista Ivette Hernández "por traidores a la causa revolucionaria".
En este sentido, Mea Cuba proporciona interesantes datos autobiográficos de Cabrera Infante y cumplida información sobre numerosos personajes de la vida cultural y política de Cuba y del exilio. Revela además la evolución del propio escritor en lo que toca a su disidencia, que en los últimos años le lleva, ante el estancamiento de la situación cubana, a formular duras invectivas contra los políticos españoles que desde el gobierno socialista o popular han contemporizado con "la castradura que dura", como reza el título de un artículo de marzo de 1990. En otras de sus páginas Cabrera Infante se refiere a la "Castroenteritis" como la enfermedad que aqueja a su país, haciendo gala de la reconocida facilidad para la paranomasia y el calambur que su literatura narrativa acredita. Así, junto a su lamento por una Cuba "tan lejos de Dios y tan cerca de Mefistofidel" (página 424), recuerda a "la España del opaco Paco Franco" (página 336) y al "lenin lenitivo y letal" (página 124), o menciona cómo los opositores mexicanos de don Porfirio "tenían los Díaz contados" (página 344). Este revestimiento paranomástico de su diatriba política tiene cabal reflejo en el artículo "El nacimiento de una noción", donde no falta el referente fílmico tan caro al autor de Cine o sardina. Se argumenta allí que la literatura cubana nació en el exilio y en él tiene su éxito, para lo que el autor recurre a la imponente figura de Martí, "el más grande escritor del español del XIX". Figura a la que vincula con la nutrida estirpe de los suicidas cubanos, a los que dedica el ensayo más extenso y ambicioso del libro: "Entre la historia y la nada (Notas sobre una ideología del suicidio)".