Con la certeza de que “dentro de la obra de José Ortega y Gasset, España invertebrada representa un esfuerzo de interpretación global de la sociedad española del siglo pasado [...] cuya repercusión llega al debate político actual”, los organizadores del Congreso (la Fundación Ortega y Gasset-Gregorio Marañón y la Universidad Complutense) debaten a partir del 3 de mayo cuestiones como el problema español desde la razón vital orteguiana o masa y minoría selecta en España invertebrada.

Uno de sus protagonistas, Juan Pablo Fusi, que participa en un coloquio sobre “La recepción actual de España invertebrada”, recuerda a El Cultural cómo, tras el Desastre de 1898, Ortega sintió como perentorio el problema de España. De hecho, ya en 1914 había hablado de un régimen “fenecido” y de un “panorama de fantasmas”, pues, “pronto comprendió que la gravedad de la crisis (la del sistema de partidos, la inestabilidad gubernamental endémica, las reclamaciones del regionalismo catalán, la reaparición del Ejército en la política, el problema de Marruecos…) exigían de su parte algo más que un comentario de actualidad”.

Por eso, afirma, sintió la necesidad intelectual “de hacer la anatomía de aquella España en crisis, de reflexionar sobre su país con claridad y perspectiva. Y el resultado fue España invertebrada, un intento apasionado por dilucidar el alma y la historia españolas como clave para entender la España en el siglo XX”.

"El mayor mérito del libro fue atribuir la desvertebración de España y de Europa a la desmoralización colectiva”. Victoria Camps

José Luis Villacañas, que en el Congreso interviene en la mesa redonda sobre “España invertebrada y la filosofía de la historia”, va más allá y puntualiza que Ortega logró con este libro “acuñar la metáfora perfecta de España. Ahí, en la fuerza extraordinaria del título, reside el secreto del éxito de un libro que acompaña desde hace un siglo la inquietud de cualquier inteligencia atenta”.

Porque, insiste, con esa metáfora se nos indicaba un diagnóstico histórico-existencial: “Sí, en nuestra larga historia no habíamos sido capaces de ordenar la realidad sociopolítica de España. Ese diagnóstico producía una expectativa, un programa, un pronóstico. Teníamos que superar de una vez esa desvertebración. El problema era cómo hacerlo cuando todo había estallado en particularismos. ¿De dónde extraer la energía para la formación de un organismo sociopolítico?”.

El reto, insiste Villacañas, era imaginar una forma de ordenar los elementos en dispersión, o, por usar las mismas palabras de Ortega, “de generar un esqueleto que tensara los músculos hacia una acción funcional”. De ahí el éxito del libro, pues en él supo ofrecer “un diagnóstico adecuado. Es cierto que su mayor problema es la abstracción, pero eso le ofrece al texto una cierta vigencia casi intemporal. La vigencia de las metáforas”.

Es la misma postura que defiende apasionadamente Jaime de Salas, miembro del comité científico del Congreso y moderador de una mesa sobre “España invertebrada y sus perspectivas”. Para De Salas, el libro se ha convertido en un clásico porque plantea un problema de actualidad indiscutible, lo hace con una precisión y claridad enormes, porque además ofrece una explicación histórica de la situación de la España de entonces y de ahora, y porque asume que los problemas siguen abiertos... “y aquí permanecen, en otras circunstancias, pero vigentes”.

“Ortega y Gasset sintió la necesidad de hacer la anatomía de aquella España en crisis”. Juan Pablo Fusi

Quizá por eso, el impacto de su publicación hace ahora un siglo fue inmediato y abrumador. Según Jorge Freire, el libro se transformó en “un verdadero misil a la línea de flotación del noventayochismo, aunque al mismo tiempo, ofrecía un balón de oxígeno a la tesis excepcionalista”.

Eso explica que sea un libro paradójico, porque, por un lado, “plantaba siete sellos en la insufrible literatura del desastre, tan cara al 98” y en cierta medida al regeneracionismo, obsesionada con el ser de España.

Pero, por otro, no podía evitar “caer en el esencialismo al abordar algunos problemas del país.” Por supuesto, las cosas siempre son susceptibles de empeorar y, pocos años después, en Meditación del Escorial (1927), Ortega llegaría a afirmar que “España es el pueblo más anormal de Europa”.

Llegados a este punto, cabe preguntarse (y preguntar a los expertos), en qué acertó y en qué pudo equivocarse Ortega y Gasset al diagnosticar el problema de España.

“Fue un misil a la línea de flotación del noventayochismo pero dio oxígeno al excepcionalismo”. Jorge Freire

Para Victoria Camps, que inaugura el Congreso con la conferencia “Vertebrar España. Lecciones orteguianas sobre el siglo XXI”, su mayor acierto fue “atribuir la desvertebración, no sólo de España sino de Europa, a la falta de unidad en un proyecto común y a la desmoralización colectiva. En el Prólogo del libro se refiere a “la ausencia de una ilusión hacia el mañana”.

Más contundente, Javier Zamora Bonilla, que interviene en la mesa sobre “Estado integral o federal” con una ponencia sobre “El proyecto integrador de Ortega”, señala que su primer éxito fue analizar las razones por las que la sociedad española estaba en crisis.

Y el segundo, su crítica al llamado “particularismo”: “A veces —explica— se ha simplificado esta idea reduciéndola a los entonces llamados regionalismos, hoy nacionalismos, pero su crítica iba más allá. Pensaba que el particularismo era un problema común, y que el primer particularista era el poder central. De hecho, Ortega pensaba que en el fondo de las reclamaciones regionalistas había un grado de razón”.

Dice Zamora Bonilla que Ortega también tuvo razón al analizar la sociedad de masas que estaba surgiendo en aquella época, algo en lo que profundizará unos años después en La rebelión de las masas. “Sin duda. En España invertebrada muestra los problemas que para la sociedad y la política liberales trae lo que él mismo llamó ‘el imperio de las masas’”. Según Zamora, a Ortega lo que le interesaba era cómo su diagnóstico “pudiera ser provechoso para orientar la nación hacia ‘un proyecto sugestivo de vida en común’, hacia el futuro”.

“Es el ensayo perfecto. Agarra la realidad con una intensa fuerza retórica llena de ingenio”. José Luis Villacañas

Pero Ortega no pensaba sólo en élites políticas sino principalmente sociales, ya que compartía el proyecto institucionista de Giner de los Ríos y creía que había que extender esa formación de minorías selectas a las provincias para poder educar mejor a un pueblo necesitado de cultura. “Recordemos que Unamuno decía que la libertad que necesita el pueblo es la cultura, y Ortega, en esto, no le llevaba la contraria”, sentencia.

Jorge Freire, por su parte, comenta que acertó en muchos aspectos que pasan desapercibidos en general, como su crítica de las élites, “tan desconectadas del pueblo entonces como ahora”, o su intuición de que hay algo peor que la inmoralidad pública: “que una sociedad no sea una sociedad, porque no existe actividad socializadora”.

El problema era que, para el filósofo, “en España se había producido tradicionalmente una selección inversa, es decir, se había elegido a los peores frente a los mejores, y se hacía necesario formar minorías selectas que pudieran promover un futuro mejor para el país, como ya había dicho en su famosa conferencia ‘Vieja y nueva política’ en 1914”.

En cambio, Echeverría prefiere destacar cómo atinó “al defender que la crisis de España era, filosóficamente, social más que política, y al afirmar que importa más lo que se puede hacer que lo que se debe hacer, pues ni lo ético ni lo jurídico bastan para construir un gran proyecto común.

“Ortega creía que había que formar minorías sociales selectas que promovieran un futuro mejor”. Zamora Bonilla

También fue muy certero al subrayar la profunda crisis en la que había entrado el Ejército, buena parte del cual se había disociado del conjunto de España y velaba solo por sus intereses, tras haber perdido las últimas guerras que había librado”.

Como consecuencia de lo atinado de sus planteamientos, el libro sigue vigente, según los especialistas. Así, Victoria Camps lamenta que no hayamos conseguido ser “una nación vertebrada” y que tampoco Europa haya logrado nacionalizarse en el sentido en que Ortega entendía el concepto.

“Forzándolo un poco, pues Ortega rechazaba de plano el federalismo, la crítica que hace de los ‘particularismos’ como obstáculo para forjar una comunidad de destino y la idea de que una nación que merezca ese nombre es la que se basa en el pacto entre partes diferentes, no es tan ajena a lo que habría que entender por una organización federal”.

Sin embargo, más allá de sus aciertos y errores, en lo que coinciden todos los filósofos, orteguianos o no, es en la asombrosa modernidad de España invertebrada, cien años después de su publicación.

“Acertó al afirmar, filosóficamente, que importa más lo que se puede que lo que se debe hacer”. Javier Echeverría

Su admiración por el libro hace que Villacañas lo considere “el ensayo perfecto, por mucho que Ortega le llamara ‘ensayo de ensayo’. Tiene fuerza, genera evidencia, agarra la realidad, pero al mismo tiempo muestra una inusitada capacidad de hacer presente el pasado, a veces con sobresimplificaciones, pero que gozan de una intensa fuerza retórica llena de ingenio y de expresividad.

En ese sentido, tiene la capacidad que todo ensayo busca: producir subjetividad, motivar la inteligencia, generar posición ante el mundo”. Camps insiste en que también se debe a la adopción del género ensayístico como género filosófico, “muy repudiado por los filósofos que tienen voluntad de sistema, pero que es más idóneo para unos tiempos tan desconcertados como los que vivimos. Y también en las ideas que propone para comprender la realidad. Ortega es un semillero de ideas siempre fecundas”.

Ideas, confirma Echeverría, como su afirmación de la innovación frente a la tradición, y del futuro frente al pasado, pues “hoy el retorno al pasado supondría una desvertebración de España”. Y para evitarla, remata Fusi, Ortega creía en la necesidad de una “gran reforma” que hiciese que las provincias asumiesen su responsabilidad. “Sí, le preocupaba el renacer de España, construir desde regiones y provincias la conciencia y la voluntad nacionales de las que el país aún carecía”. ¿Cabe mayor modernidad?

100 Años de un éxito editorial

Los artículos que se convierten en el germen de España invertebrada nacen de la profunda crisis nacional, pero también íntima y profesional que sufre Ortega y Gasset desde 1914 pero que se acentúa en 1920. Azuzado por empresas periodísticas rivales, en julio de ese año, el gobierno promulga una ley real que impone que El Sol, su periódico, aumente su precio o reduzca sus páginas.

Ortega se niega, según su biógrafo Jordi Gracia porque “ha dedicado demasiado tiempo a la prensa, ha renunciado ‘a demasiadas cosas durante mi vida por defender en mí y en mi derredor la libertad’ como para permitir que ‘venga a amputármela cualquier audaz a quien la inmoralidad de mis compatriotas le deja figurar como presidente del Gobierno’”.

El 7 de agosto, en el último artículo que firma en El Sol, denuncia que la sociedad española “es insensible al crimen e insolidaria de toda causa justa”. Solo reaparecerá tres meses más tarde, en diciembre, para iniciar la serie de artículos que culminan en España invertebrada.

En realidad, Ortega publicó en El Sol dos series de seis artículos cada una, “Particularismo y acción directa” y “Patología nacional”, la primera iniciada en diciembre de 1920 y la segunda, en febrero de 1922.

El libro se editó en mayo de ese mismo año, aunque en la portada de la primera edición figuraba 1921 y, en la cubierta, 1922, y su éxito fue inmediato. Poco después, se hizo una segunda edición, muy revisada, y se preparó una tercera que se imprimió a finales de año. Desde entonces no ha dejado de editarse y se ha traducido a varios idiomas, entre ellos el inglés y al alemán.

El volumen de España invertebrada presentaba además cambios sustanciales respecto a la versión periodística que conocían los lectores de El Sol, porque a partir de sus artículos, a veces algo coyunturales y volanderos, el filósofo realizó, en palabras de Jaime de Salas, una “obra de interpretación filosófica de la realidad de envergadura, con una intensa reflexión, una reescritura exigente y un esfuerzo considerable de profundización y de sistematización”.