Elvira Navarro (Izquierda. Foto: Asis Ayerbe) se enfrenta al fantasma de la autora de El sur en su última ficción.

Aquel mes de septiembre la situación económica y personal de Adelaida García Morales (Badajoz, 1945-Sevilla, 2014) era penosa: sufría una fuerte depresión, apenas tenía recursos y necesitaba urgentemente dinero. Vivía con su hijo mayor, Galo Almagro, que cuando murió su madre recordaba en el Diario de Sevilla cómo en los últimos años su salud se había deteriorado mucho y había renunciado a escribir. “Lamentaba que los últimos libros que publicó, acuciada por los problemas económicos, tal vez no estaban a la altura de su exigencia literaria. Vivía bastante recluida y se refugió en el cine, que fue otra de sus pasiones”, explicó entonces Almagro. Tímida y esquiva, desaparecida de todo y todos, hacía más de diez años que había publicado sus últimas novelas, Una historia perversa (Planeta) y El testamento de Regina (Debate), ambas en 2001, con pocos lectores y demasiadas malas críticas, lo que había acentuado su soledad. Ella misma, que se definía como “una okupa de la existencia”, confesaba no vivir “en el papel de escritora” y que reconocía que publicar exigía “un tipo de vida que no atrae nada en absoluto”. Así, renunciando a todo, voluntariamente ajena al mundillo literario, cada año más olvidada, acabó García Morales en la Delegación de Igualdad de Dos Hermanas (Sevilla), pidiendo los 50 euros que necesitaba para visitar a su hijo Pablo Erice, porque, dijo, era escritora, vivía allí y necesitaba el dinero. “¿No te parece sorprendente y muy triste?”, escribió Rosario Izquierdo a Elvira Navarro cuando le descubrió, vía email, esta sórdida historia, para añadir: “tenía que estar muy desesperada y además muy ajena a la realidad, ¿no? ¿Sabes tú algo de esto, es decir, de si mentalmente estaba mal?”. “La anécdota -comenta ahora Navarro (Huelva, 1978)- era significativa de cómo la escritora había acabado sus días, y me impactó. No pude evitar, mientras leía los e-mails, figurarme esa escena como un relato”. Así nacieron Los últimos días de Adelaida García Morales, “una suerte de falso documental narrado que recrea las últimas jornadas de la autora en clave de ficción, y que me ha planteado el eterno, y en verdad falso, problema de que pueda haber una confusión entre la realidad y la ficción”, comenta.

El relato biográfico habría sido una ficción más

A vueltas, pues, con la ficción y los límites de la realidad, destaca Navarro que ha intentado solucionar este problema en el propio libro, en los tres o cuatro meses que le llevó la escritura y corrección, sabiendo que “incluso el relato biográfico habría sido una ficción más. Es sabido que la memoria no es estable y que la intencionalidad modifica el relato. Hay quien cree que decir que todo es ficción es una frivolidad, y que apela a una suerte de pureza de los hechos; sin embargo, ningún hecho puede ser contado sin ser interpretado, y no hay dos maneras iguales de vivir un mismo hecho. Lo que sí es una frivolidad es creer que las ficciones no tienen efectos”.
"Mi objetivo era ser fiel a la impresión de miedo y extrañeza que me produjo su desaparición", explica Elvira Navarro
-¿Cómo explicaría entonces en qué radican la verosimilitud y la veracidad de Los últimos días...? -La verosimilitud es la apariencia de verdad que debe tener, según la convención, todo texto literario, y no guarda relación con lo que habitualmente consideramos como una verdad real, sino con la coherencia interna del texto. La veracidad sí aspira a ser ese tipo de verdad que puede ser falsable. Los últimos días de Adelaida García Morales pretende ser verosímil, pero no veraz, pues se trata de una ficción. Aunque uso algunos datos reales, la mayor parte de la historia que se cuenta es inventada. En la ¿novela?, una joven realizadora de cine reúne en un poligono de las afueras de Sevilla a una amiga de la infancia de la escritora recién fallecida, a la madre de un compañero de clase de su hijo, y a su psiquiatra para rodar un documental sobre García Morales. Estos seres de ficción ofrecen sus testimonios desapegados, curiosos, ajenos, pero también deslizan hechos reales, como la fuerte depresión que sufría la autora de El silencio de las sirenas, su sorprendente deterioro físico, su carácter esquivo, aunque el libro no es, no pretende ser, una biografía, sino una invención. “No he investigado la vida de la autora. No era ese el objetivo que yo perseguía, sino ser fiel a la impresión de extrañeza y miedo que me produjo siempre su desaparición, así como a la sensación de injusticia que me acomete cuando veo el desamor hacia el patrimonio y la memoria que hay en este país”.

La ausencia de sí misma proyectada hacia fuera

-¿Hasta qué punto el libro podría entenderse como un relato de ausencias y fantasmas? -Estimo que la obra de García Morales tiene como conflicto fundamental la ausencia, y que ésta es todo el tiempo proyectada hacia fuera: falta el padre, el amor de la pareja. Pero lo notable es que, sobre todo, está poblada de mujeres ausentes de sí mismas, que creen que van a encontrarse cuando el otro las encuentre a ellas, y que se mueven como autómatas o, mejor aún, y tomando lo que apuntas en tu pregunta, como si fueran fantasmas. Como si no estuvieran vivas y vagaran por la Tierra enredadas con las historias, quizás fabuladas, que algún día les dieron la vida, y que acabaron por enterrarlas.
"Escribo desde la memoria y nunca para publicar. El éxito de mis novelas me deja fría, no siento nada", decía A. García Morales
Ausente de sí misma como sus propias protagonistas, la cita que abre El Sur, su relato más conocido, parece una declaración de principios literarios y vitales: “¿Qué podemos amar que no sea una sombra?” (Hölderlin). Porque así, como una sombra, se fue deslizando en su infancia sevillana y en toda su vida. También mientras participaba en algunos cortos, trabajaba a los 20 años como modelo de prêt-à-porter o al unirse durante un año al grupo de teatro Esperpento, en el que coincidió con Alfonso Guerra y Amparo Rubiales. Según evocaba el político socialista en una entrevista en la radio, el día después de su muerte, “entonces era una chica muy joven que llamaba la atención porque era de una belleza extraordinaria... muy tímida, muy callada, casi silenciosa, con unos ojos de mirada muy penetrante.... ella no hablaba pero desconcertaba a la gente con su mirada”. Cuando volvió a verla, muchos años después, recordaba Guerra, “ya era otra persona”.

Las alpujarras, trías y el silencio de las sirenas

La anterior, la joven de veinte años, se licenció en Filosofía y Letras en Madrid, descubrió el anarquismo junto a su maestro y amigo Agustín García Calvo, y estudió guión en la Escuela de Cinematografía, donde conoció a Víctor Erice. Su época más feliz fueron los cinco años que pasó con Erice en Capileira, en plena Alpujarra granadina, donde entre enero y febrero de 1981 empezó a escribir El Sur. La Alpujarra le inspiró además la obra de la cual se sentía más orgullosa, El silencio de las sirenas, con la que conquistó el premio Herralde y en la que recreaba el ambiente, “tan bonito e interesante -afirmaba su hijo Galo-, que vivimos allí, rodeados de muchos extranjeros bohemios llegados de Estados Unidos e Inglaterra que querían emular los pasos de Gerald Brenan. Aunque el tema del libro es ese ideal del amor platónico que le inspiró Eugenio Trías”. En ese momento de extraordinario éxito popular, García Morales explicó que había comenzado a escribir a los diez años, imitando a su madre, una mujer distante que se encerraba en una habitación con su máquina de escribir pero que nunca llegó a publicar. Desde entonces, decía, sólo quiso “habitar en ese espacio de la literatura, vivir en la escritura”. Y decía más. Que la exposición pública le quitaba el sueño. Que de pequeña había vivido en una gran incomunicación, y por eso, “ante la imposibilidad de la palabra hablada”, se incorporó la literatura a su vida, “hasta hacerse imprescindible”. También que le sorprendía que la gente pudiera vivir sin escribir, “aunque a veces pienso lo bien que estaría si no escribiera”.

El libro de Elvira Navarro nace como reacción a la “sensación de injusticia que siento ante el desamor hacia el patrimonio y la cultura”

Veinte años más tarde, seguía viviendo la literatura como “algo gozoso”, un universo que le permitía “huir del futuro” y “evadirse del dolor”. Era 2001 y en una de sus últimas entrevistas en El Cultural admitía novelar “desde la memoria, y nunca para publicar. El éxito y la publicación de mis novelas me dejan fría, no siento nada. Escribo desde el interior, lo que hago depende de mis estados internos, de lo que vivo y casi de lo que como”. En esa misma época admitió no saber si narraba “porque algo me duele o porque soy feliz... Pocas veces he sido feliz... He sufrido mucho, tanto, que no recuerdo desde cuándo”. Por eso, decía a menudo, sus libros se espaciaban tanto. También porque en ocasiones atravesaba momentos traumáticos o se encontraba sin fuerzas para sentarse frente a una hoja en blanco e imaginar un “mundo nuevo”. Después llegó el silencio. La depresión. El olvido. Y la muerte. Sin ser una de las autoras que más le han influido, Elvira Navarro evoca cómo Adelaida García Morales estaba incluida en su libro de literatura de BUP, lo que suponía formar parte de una suerte de santoral literario: “En semejante entorno de beatificación, lo que eran simples apuestas no se percibían como tales, sino casi como pertenecientes al canon. Entre ellas destacaban a Adelaida García Morales, cuyo nombre estoy segura de que leí por primera vez en el manual. Y luego ya no lo vi mucho más. Una autora que parecía enfilada hacia el Olimpo y que a los pocos años desaparece. Eso se convierte inmediatamente en un enigma”.

El nacionalismo de la ignorancia

-Antes comentaba que esta obra nace también de la sensación de injusticia ante el desamor a nuestro patrimonio, a la cultura y a sus gentes. ¿A qué se debe, y no sólo por parte de los políticos sino en general de toda la sociedad?
"En España se ha propiciado una suerte de nacionalismo de la ignorancia. Se supone que ya hemos accedido a la educación, pero es un cuento chino", dice Navarro
-Los políticos van a lo que les renta electoralmente, y son reflejo de una sociedad donde la cultura nunca ha importado gran cosa. Culturalmente, hay un atraso secular debido al interés de las oligarquías por mantener a las clases bajas en la ignorancia para manejarlas mejor. En España, al poder le ha resultado muy sencillo que la cultura no llegue a la gente por motivos geográficos e históricos de desconexión del país con los avances del resto de Europa. Se ha propiciado una suerte de nacionalismo de la ignorancia. Este es el país del “¡Vivan las caenas!”. Se supone que ya hemos accedido a la educación y a la cultura, pero eso es un cuento chino, pues las instancias educativas y culturales no son capaces de estar al nivel de otros países desarrollados, bien porque no reciben los recursos que necesitan, bien porque los planes de estudio son oportunistas y demagógicos. La distancia que hay entre el sistema educativo español y otros más avanzados, como el de los países del norte de Europa, es abismal. @nmazancot