Image: Mientras llega la felicidad. Una biografía de Juan Marsé

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Letras

Mientras llega la felicidad. Una biografía de Juan Marsé

Josep Maria Cuenca

27 febrero, 2015 01:00

Juan Marsé en 1971, en su balcón de la calle Mallorca

Anagrama, 2015. 752 pp., 29'90€ Ebook: 15'99€

Si ya es emocionante ver cómo aprende a nadar un niño, cuánto más lo será saber que ese niño que da sus primeras brazadas se convertirá un día en Mark Spitz. Algo así siente uno en la primera parte de la espléndida biografía de Juan Marsé que ha escrito Josep Maria Cuenca. Arrostrando una vida difícil, la obligación de dejar los estudios y ponerse a trabajar a los trece años, cambios de domicilio que lo llevan a vivir en una portería, una soledad que de enemiga acabará convirtiéndose en motor, el joven Juan Marsé -cinéfilo empedernido, lector incesante pero desordenado como buen autodidacta, guiándose a menudo por el instinto, buscando espejos en las novelas que leía- descubre en la escritura una forma de estar en el mundo, y descubrirá en el mundo -que enseguida se convertirá en “su mundo”- una forma mediante la que hacerse escritura. La biografía de Cuenca satisfará por igual a quienes consideran que una biografía debe ser el relato de una carrera de relevos en la que sucesivos “yoes” se van pasando el testigo del presente para ir modelándose a través de sus diversas circunstancias, y a quienes, siguiendo a Nabokov, están convencidos de que la biografía de un escritor debe ser la historia de su estilo. Siendo aún muy joven, empleado en un taller de joyería, peleando con las entrañas de una novela y acusando un hastío que lo ensordece, Juan Marsé, por una de esas carambolas de la vida, entra en contacto con la escritora catalana afincada en Sevilla Paulina Crusat. Es éste un personaje imponente. Las cartas que Cuenca reproduce en su libro merecerían una separata que se reparta en todos los talleres de escritura narrativa: no conozco mejor curso para dar consejos a un escritor que está gestándose. Sin condescendencia, con magnanimidad y asombrosa sensatez, tratando de hacer descender a la tierra -a la España de finales de los 50- las ambiciones elocuentes -y tan tiernas- del joven Marsé, Paulina Crusat va ofreciéndole posibilidades, consejos, algunas felicitaciones a su corresponsal, le envía libros, le descubre a Albert Camus. Todo ello era acaso una manera de decirle: no estás solo. Lo más emocionante es la posición desde la que la propia Crusat escribe: sabe que no es nadie, que es ella también una principiante, y que escribe por una necesidad imperiosa pese a detestar “el mundo literario”, donde tiene amigos ante los que intercede para que Marsé publique su primer cuento. Cuando Marsé se queja de su suerte, de su situación, de sus muchas horas de trabajo en el taller, Crusat le alivia: cualquier escritor de ahora no tiene lo que tiene usted, una auténtica mina de experiencias a las que les sabrá sacar partido con el tiempo. Y vaya si acertó. El destino quiso que los años finales de Crusat fueran dramáticos. La biografía de Cuenca recoge pocas cartas de Marsé, porque -seguramente no escribía sintiendo la mirada de un biógrafo por encima de su hombro- el narrador no solía hacer copias de las cartas que mandaba. Pero las últimas que le envía a Crusat, ya convertido en maestro de la narrativa, autor que había enlazado dos grandes novelas como Ultimas tardes con Teresa y La oscura historia de la prima Montse, son sobrecogedoras, y termómetro también del afecto y consideración que siempre le tendría a Paulina Crusat. La utilización de muchas cartas de muy distintos personajes importantes en la vida de Marsé es la médula de la estructura del libro de Cuenca. Repartidas con soberbio sentido del ritmo, esa sucesión de cartas -de García Hortelano, del editor Lara, de Barral- más los mensajes enviados al propio biógrafo por distintos protagonistas consultados para aclarar algunos sucesos -como la polémica concesión del premio Biblioteca Breve a Últimas Tardes con Teresa- consiguen que la lectura del volumen se vuelva a menudo vertiginosa. Últimas tardes con Teresa, la primera gran novela de Marsé, se impuso en el Biblioteca Breve a La traición de Rita Hayworth de Manuel Puig, gracias a que algún miembro del jurado, después de un empate en la última ronda, cambió su voto porque era una idiotez que un premio al que se habían presentado dos grandes novelas quedara desierto. Eso trajo cola: Luis Goytisolo, que formaba parte del jurado, y Juan Goytisolo, que no, pero estaba con Puig, montaron en cólera (el segundo parece que hizo lo que pudo porque la novela no la tradujera Gallimard, aunque él mismo lo desmienta. A la novela se la atacó desde distintos frentes con lecturas bastante huecas: se la consideró un ataque frontal a la burguesía catalana y se le reprochaba que no fuese lo suficientemente marxista. Fue Gonzalo Sobejano quien mejor supo ver la entidad, ambición y solvencia de la novela: consideró que Ultimas tardes con Teresa era a la novela social, lo que el Quijote a los libros de caballería. Me parece una apreciación muy convincente. Más mordacidad gastaría Marsé en la siguiente: La oscura historia de la prima Montse, donde la prosa se hace más caudalosa sin llegar a desbordarse, y donde aparece uno de sus grandes personajes: Bodegas. A pesar de que es escritor lento, por problemas económicos siempre presentes en esa época, decidió firmar un contrato por obra aún no escrita con Planeta. Entregó su novela cuando consiguió acabarla, recibió un informe devastador, y Planeta le pidió que o la reescribiera o escribiera otra para solventar “su problema pendiente”. Fue Barral quien a instancias de Planeta solventó el asunto devolviendo el adelanto y quedándose con la novela. El autor del informe devastador -dictado más por sus convicciones religiosas que por su juicio estético- era Carlos Pujol: el propio Pujol se lo confesó a Marsé reconociendo que había cometido un grave error, lo que Marsé -que se despacha a gusto cuando hay que abatir los molinos de viento de la soberbia, como hace con Goytisolo- agradeció sinceramente. Otros capítulos inevitables y muy bien documentados son los referidos a la relación de Marsé con la gauche divine, y antes de eso a su larga amistad con Jaime Gil de Biedma -se dedican unas páginas a combatir el rumor que corrió por la Barcelona de la época de que fue Gil de Biedma quien escribió Últimas tardes con Teresa: quizá es demasiada prosa para darle importancia a semejante disparate. En cuanto a la gauche divine, a Marsé se debe la idea de crear una revista, Bocaccio, que ponía más de los nervios a la autoridad competente que las reuniones de intelectuales y que acabaron cerrándola. Marsé siempre ha defendido que más que “ser” de la gauche divine, se limitó a “estar”. La ventaja de un verbo práctico y humilde y material contra uno excesivo y filosófico. Poco dado siempre a las grandilocuencias, infatigable contrincante de lo que -refiriéndose a la prosa refulgente de Umbral- llamó “prosa sonajero”, consciente de que en una novela las partes no pueden valer más que el todo y hay que sacrificar algunos buenos capítulos para que el mecanismo funcione, cuando alguna vez condesciende a teorizar sobre su trabajo de narrador, Marsé se enfuruña: aunque le interesen las cuestiones técnicas -cada una de sus novelas es una pieza de relojería- no le interesan las explicaciones. Pero en algún momento de la biografía de Cuenca resulta taxativo en su defensa de la novela y de la ficción: sirven para crear una realidad que sepa ajustarle las cuentas a la “realidad real”, dice. Y de manera más concluyente aún, dice que para escribir una buena novela sólo hacen falta tres cosas: tener una buena historia, tener ganas de contarla y saber hacerlo. Cuenca ha aplicado esa receta a su biografía: tenía una gran historia, ganas de contarla y lo ha sabido hacer de manera magistral.