Hugh Thomas. Foto: Jesús Morón

Traducción de Carmen Martínez. Gimeno. Planeta, 2013. 620 páginas, 25 euros

La aparición de un nuevo libro de Hugh Thomas es siempre una noticia destacable en el mundo editorial español, en el que todos sus libros han sido ampliamente seguidos por los lectores. El principal de ellos es su historia de la guerra civil, cuya primera edición en español, el año 1961, la hizo en París la editorial Ruedo Ibérico y circuló mucho, aunque de forma clandestina, por aquella España en la que los historiadores encontraban serios problemas para estudiar dicho conflicto. Aquel estudio, constantemente reeditado, situó a Thomas en el Olimpo de los grandes hispanistas, lugar restringido y selecto que comparte con algunos más, no muchos, todos ellos ingleses o norteamericanos a excepción de dos o tres franceses.



Sus trabajos posteriores, junto a alguna síntesis voluminosa sobre la historia del mundo, se han centrado en la América española y han ido retrocediendo en el tiempo hasta convertirle prácticamente en un modernista, desde su interés por la Cuba contemporánea a la conquista de México o al primer siglo del llamado imperio español, al que ha dedicado la trilogía iniciada con El Imperio español. De Colón a Magallanes, seguida por El Imperio español de Carlos V, y que ahora se completa con el volumen sobre el imperio de Felipe II. Entretanto, ha tenido también tiempo para otras muchas cosas, como su pertenencia a la Cámara de los Lores o la redacción de un libro más personal y literario, basado en sus experiencias y titulado Carta de Asturias (2006).



Pese a su éxito entre los lectores españoles, no conviene olvidar que, como ocurre con cierta frecuencia en los estudios de conjunto realizados por hispanistas, esta es una obra pensada preferentemente para los lectores ingleses, poco informados en general sobre nuestra historia y por ello menos exigentes en numerosos aspectos. Ello contribuye a explicar, pese a tratarse de un hispanista experto, la escasa utilización de bibliografía española -sobre todo la más reciente-. También la información poco precisa, y en ocasiones inexacta, sobre algunas cuestiones que los lectores españoles con una cierta cultura historiográfica conocen bien. Por citar solo algunos casos, me referiré a la alusión que hace a los consejos de la Monarquía, en cuya enumeración elude algunos como el de Aragón o el de Italia, la alusión -desgraciadamente cada vez más frecuente entre historiadores de la Edad Moderna- al Vaticano para referirse a la Roma pontificia (p. 279), la conversión del rey Sebastián de Portugal en sobrino "político" de Felipe II (p. 295), la reducción de la industria textil "española" a Segovia y Baeza (p. 331) o la nota bastante confusa sobre las Cortes (p. 535). Son solo algunos ejemplos, a los que se une el que en general se habla de España sin distinguir adecuadamente las coronas y reinos existentes en su seno, algo que se explica tal vez por las menores precisiones que requiere un texto dirigido al público anglosajón. Una carencia importante es la que afecta a Italia -en realidad a todo el Mediterráneo-, casi absolutamente ausente del libro (pp. 428-429), con algunas pinceladas discutibles como la alusión al "despotismo español" (p. 17), ya muy superada por la historiografía, o la afirmación errónea de que Felipe II era "duque" de Nápoles (p.49). En realidad, el libro es esencialmente un estudio del imperio transoceánico español en la época de Felipe II. España y Europa están mucho menos tratadas -poco más de 50 páginas de un total de 450- en las que se analizan solo algunos hechos y cuestiones, aquellos que el autor considera más relacionados con el Nuevo Mundo. América, sobre todo, es el centro de atención de Thomas, cuyo estudio se aleja del análisis sistemático, orgánico y equilibrado, para privilegiar los aspectos que más le interesan, o que él mejor conoce, dentro de un hábil estilo narrativo, de gran comunicador historiográfico, propio de toda su obra y que ha contribuido poderosamente a su éxito editorial.



Así, sabe combinar armoniosamente el análisis y la descripción de hechos de carácter general con la detención en detalles o el relato minucioso de algunas cuestiones, como hace por ejemplo al principio, en la descripción de la firma del tratado de Cateau-Cambrésis, el matrimonio por poderes de Felipe II e Isabel de Valois o el torneo posterior en el que perdería la vida el rey francés Enrique II.



Su libro, como todos sus acercamientos anteriores a la historia de la conquista y el Imperio español en el Nuevo Mundo, tiene además un mérito en absoluto desdeñable, cuyo valor se incrementa por venir de un historiador británico. Me refiero a la visión positiva de la conquista y la colonización española, obra por cuya envergadura muestra una notable admiración. También resulta favorable su opinión de conjunto sobre Felipe II, de quien resalta la buena formación y cultura, la religiosidad, la dedicación burocrática, o la construcción de El Escorial. "Sus obras y las de sus representantes en el Nuevo Mundo -escribe en la p. 441- fueron muchas y nobles. Todos ellos deben ser recordados por los europeos y los americanos con orgullo". Tales valoraciones positivas contrastan con las predominantes durante tanto tiempo en el mundo anglosajón, vinculadas a la Leyenda Negra y que tanto éxito han tenido también en la cultura y en parte de la historiografía española, excesivamente autocrítica, dispuesta con demasiada frecuencia a flagelarse por la propia historia y empeñada en destacar casi exclusivamente los aspectos negativos, como si los españoles hubieran tenido un especial protagonismo en la historia de la maldad y los abusos. No ocurre así en países como Inglaterra o Francia, en los que predomina y ha predominado siempre una visión positiva de lo propio. La actitud del historiador ha de ser la de tratar de acercarse lo más posible a la objetividad y a una realidad que no suele ser negra o blanca sino gris. La historia de la infamia está muy repartida y no hay pueblo que no haya participado en ella. Por eso es de destacar la valoración que hace Hugh Thomas sobre la epopeya de la expansión oceánica española y la conquista y colonización de otros mundos, un hecho sin precedentes y que llegó a configurar, precisamente en los años que él analiza, el primer imperio mundial de la historia, extendido sobre los cuatro continentes entonces conocidos. Felipe II, como se indica significativamente en el título del libro, se acercó más que nadie a la condición de "señor del mundo".



Se trata, en definitiva, de un libro ameno, inteligente y bien concebido, aunque tal vez su título pudiera hacer pensar en una visión más global que la concentrada en el espacio colonial que se nos ofrece. En él salen a la luz la enorme información de su autor, así como su maestría y madurez para enfrentarse a visiones de conjunto, siempre complejas. Sus méritos son numerosos, y entre ellos está, por ejemplo, la frecuente utilización que hace de los libros de la época, singularmente las novelas de caballerías, o las crónicas e historias de la conquista. Destaca además la buena edición del libro, con útiles apéndices al final así como unas páginas con ilustraciones en color, algunas de ellas poco divulgadas. Sin duda alguna, será un nuevo éxito editorial entre el público español.