Image: José Varela Ortega

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Letras

José Varela Ortega

"En política, el abuso de poder es la regla y la corrupción, algo excepcional"

15 marzo, 2013 01:00

José Varela Ortega. Foto: Sergio Enríquez-Nistal

José Varela Ortega (Madrid, 1944), uno de esos intelectuales de cabecera imprescindibles, regresa a las librerías con 'Los señores del poder y la democracia en España' (Galaxia Gutenberg), un extenso y polémico ensayo en el que se enfrenta al corazón de los problemas de los españoles, desde la certeza de que "no somos un caso aislado" salvo por nuestra tendencia a saltarnos "el imperio de la ley".

En 1977 José Varela Ortega publica Los amigos políticos, una disección del sistema político de la Restauración (1874-1923) y de sus bases políticas y sociales. Un genial estudio sobre la oligarquía, el caciquismo y la representación política de sus intereses. Un texto que ha quedado como un clásico de obligada lectura por sus páginas repletas de rigor documental histórico y de bisturí analítico. Páginas en las que se percibe el poso dejado por el historiador Sir Raymond Carr, su director de tesis en St. Antony's College (Oxford). En pleno franquismo muchos jóvenes hacían las maletas con ganas de salir de una España raída y pobretona. Con los años, tras levantar la Fundación José Ortega y Gasset-Gregorio Marañón, convertirse en editor de El Imparcial y hacer otras muchas cosas, el catedrático Varela se ha convertido en una referencia intelectual. La aparición de Los señores del poder estos días está levantando tanta polémica como interés. En una lluviosa mañana de marzo iniciamos esta conversación en la mítica rotonda de la Fundación Ortega y Gasset-Marañón.

No somos un caso aislado

-Si no me equivoco, profesor Varela, tanto usted como Juan Pablo Fusi, Shlomo Ben-Ami o Joaquín Romero Maura coinciden con Raymond Carr en rechazar la sobada y tópica etiqueta de hispanistas. España no es un bicho raro.
-En buena medida, porque ni España ni su historia son muy distintas de la de otros países. No somos un caso aislado ni único. Mi investigación ha pretendido siempre tener un carácter expositivo y he buscado la comparación con otros países. Es necesario destacar la normalización de la historia de nuestro país y a la vez conviene librarse del morbo del carácter nacional. Hay que salir de una vez por todas del soul searching porque acaba siendo falso y destructivo. A los efectos, quizá fuera pertinente recordar que John Locke, uno de los padres del liberalismo y la tolerancia, falleció en su exilio holandés. Lo que sí nos hace diferentes, sobre todo en relación con países como el Reino Unido, Francia, Alemania o Estados Unidos, es que aquí saltarse el llamado "imperio de la ley" es bastante habitual. Basta recordar, como ejemplo, que las normas de la Junta Central Electoral señalan que en el día anterior a las elecciones, la jornada de reflexión, no puede existir actividad partidista y que por tanto el campamento del 15-M instalado en la Puerta del Sol de Madrid debía ser levantado. A pesar de las resoluciones del Supremo y del Constitucional, el campamento no se levantó y no hubo ningún tipo de consecuencias -algo insólito en esos países de referencia, dicho esto, independientemente de los méritos que uno quiera encontrar en las reivindicaciones de los "indignados".

-La documentación que sirve de apoyo a su escritura es casi infinita en sus notas a pie de página. Sin embargo, es posible leer este medio millar de páginas sin necesidad de bajar la vista a las notas de referencia y apoyo. Al mismo tiempo, son muchos, muchísimos, los personajes que las habitan. Prim o Cánovas parecen estar en el lado de sus simpatías, y exaltados como Romero Alpuente o Largo Caballero, de un lado, o el general Franco, de otro, quedarían en el extremo opuesto. Sin embargo Azaña se mueve en una zona de ambiguedad.
-Bueno, la verdad es que pretendo comprender, que no es igual a compartir, y mis simpatías no hacen al caso porque no es posible saber qué hubiera pensado uno de haber vivido en aquellas circunstancias, entre otras cosas, porque "uno" hubiera sido "otro". Por tanto -y como gustan decir los franceses- no propongo, expongo. El caso de Azaña es interesante, porque tiene la visión, pero carece de la stamina (el temple) de un político de gobierno. ¿Es un Presidente de la II República, o acaso un observador genial? Mira la vida política como si la viviera desde la barrera. Tiene la mirada del viajero persa recorriendo España. Son muy reveladores sus comentarios sobre lo que está pasando en Alcalá de Henares, su pequeña ciudad, en un momento histórico en el que estaba siendo vandalizada. Traza una autopsia perfecta, fascinante, pero uno percibe que no se siente responsable de lo que sucede. Dotado de una inteligencia portentosa y de una de las mejores plumas de su tiempo, sus textos son muchas veces desconcertantes y, desde luego, su destino es trágico.

Eliminar a la oposición

-En su texto los productores del poder están enfocados desde la perspectiva de la historia política. Dado que, como ha señalado, está lejos de militar en las huestes de los que hoy descalifican de modo global a los políticos, cabe preguntarse por los síntomas de la enfermedad del poder que los afecta.
-De igual modo que en el mundo de la economía -nos cuenta Adam Smith- los productores "conspiran sobre los precios" y tienden al monopolio, en el universo de la política los productores del poder rechazan la concurrencia y buscan la hegemonía y, si logran la omnipotencia, eliminan a la oposición. Los excesos de poder, lo mismo que la codicia, probablemente sean consustanciales a la naturaleza del poder y al componente de ambición de la condición humana. En estas páginas he tratado simplemente de de proponer ciertas reflexiones en torno a las historias de algunos hombres con poder. Una historia de poderosos, que ni siempre -ni fundamentalmente- son los ricos ni tampoco se conducen como "el estado Mayor de la burguesía". Los políticos de raza son, por definición, traidores de clase. De cualquier "clase" -sobre todo, desde que el voto del señor Botín no vale más que el del más modesto jornalero, que decía hace años, y con razón, Felipe González.

»La venalidad y codicia -prosigue Varela Ortega- no es el problema de la gran mayoría de los políticos profesionales, sino la ambición de poder, que es su objetivo central. Sin embargo, lo aparatoso y difundido de los casos de corrupción ha canonizado, desde el tiempo clásico, ese matrimonio espurio entre política (democrática) y corrupción. La degradación de la política no es la corrupción. Y la mejor prueba -como observara lord Acton- es que la corrupción aparece en la política como una derivada del ejercicio abusivo del poder. En la famosa fórmula del pensador británico -el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente- el sujeto que corrompe es el poder. Porque, en efecto, la dirección del movimiento discurre comúnmente del poder a la corrupción, que no al revés. En todo caso, me parece empíricamente demostrable que, en política, la tendencia al abuso de poder es la regla, en tanto que la corrupción es una derivada excepcional: por eso, precisamente porque es excepcional, deja un margen de beneficio atractivo a los corruptos.

-La estructura política española vive momentos delicados. Poder y corrupción se están yendo de las manos. Si a las maltrechas instituciones le añadimos la crisis europea y la norteamericana la situación puede volverse irrespirable.

Descalificación de los políticos

-Están dadas las condiciones para que surja un demagogo con ansias de poder, que hay muchos, pero además se requiere talento para vender su producto populista y eso, afortunadamente, es más difícil. Si se extiende la descalificación de los políticos, y la creencia de que la corrupción es común a todos los políticos, será muy difícil abordar las reformas que son necesarias. Estoy lejos de militar en las nutridas huestes que hoy andan a la caza intelectual del político. Tampoco estoy por organizar monterías con reses de banqueros, cuya veda parece haber abierto una interpretación equivocada de esta crisis profunda que padecemos. En este punto y hora, me parece divertida la escena de muchos políticos saliendo en tromba de la timba del poder, cual capitán Renault en Casablanca, pidiendo justicia contra "el mercado" y venganza contra los financieros, al grito de "aquí se especula". ¡Como si ellos no hubieran hecho otra cosa desde Pisístrato que especular!... sobre el poder. Y especular, especular, claro que se ha especulado en demasía.

»Suele ocurrir cuando, de un sistema pensado con el freno de la quiebra, se percibe que, en lugar de arruinado, sale uno indemnizado y, en vez de juzgado, con las pérdidas socializadas: en este contexto de irresponsabilidad, los incentivos para tomar decisiones prudentes son mucho menores que las tentaciones para correr riesgos descontrolados. Ya no podemos seguir con políticos hieráticos o escleróticos. Es hora de emprender reformas y una Ley de Financiación de Partidos honesta, que no hipócrita como la actual, es urgente. El dinero hay que recaudarlo de forma transparente, con el número del DNI. De otra manera se están propiciando las maletas de dinero y los bárcenas y todas esas corruptelas que, como las de los apañados Cursos de Formación en sindicatos y patronal, están aún por explotar. En esta crisis no se puede mantener un entorno político que empuje a la financiación irregular. Usted recaude todo lo que pueda, pero abierta y claramente, hay que decirle al político; mas si cae en un delito de cohecho, usted y el donante a la cárcel.

-En los finales de su recorrido histórico conviene destacar su potente análisis de la ruptura del concepto clave de alternancia en toda democracia a manos del presidente Zapatero.
-En este contexto hay que situar la creciente cruzada mediática de la mal llamada "memoria histórica". En este sentido la literatura de "la memoria" ha desempeñado su tarea en la ruptura del pacto constituyente de 1978 con "la otra mitad" -clave de la Transición. Porque un objetivo político destacado de la era Zapatero ha consistido en entrar en sociedad con partidos nacionalistas. Y secesionistas. Desde este diseño político, se entiende que guste poco una Transición que -en estos años recientes y desde esta perspectiva- ha llegado a considerarse llena de claudicaciones, al objeto de perpetuar el franquismo. Con este guión de ruptura (con la Transición) y marginación (de la derecha), era de esperar un regreso a la visión maniquea de la República y la Guerra. En ambas direcciones estamos ante una historia presentista "de buenos y malos". Si los mal llamados "revisionistas" buscan justificación (al golpe), los de enfrente exigen justicia. En todo caso, se trató de utilizar el sambenito franquista como ostrakón que contribuyera a expulsar, o marginar, al PP -no ya del poder, que es la higiene del mecanismo democrático y la tarea natural del PSOE, sino del sistema de alternancia, que es cosa de naturaleza diversa. Y, visto desde ese ángulo, "la insensata voluntad de expulsar al adversario de la comunidad democrática" como la califica Muñoz Molina, rompió el compromiso contraído en la Transición de consensuar la organización territorial del Estado con el principal partido de la oposición -tal como hizo UCD en 1979 con el PSOE, entonces en la oposición, y al revés de lo que se hizo con el actual Estatuto del 2005.

El disenso y la confrontación

Es difícil - añade Varela- restar importancia a un paso de tanta trascendencia -clave en la estrategia del socialismo, versión Zapatero, en los años pasados- en la medida en que supone romper con la sociedad constituyente de 1978 y sustituir, como socio constituyente, al partido alternante -en este caso, al PP- por pequeños partidos nacionalistas: calculado en términos del sistema democrático, se han intentado intercambiar unos diez millones de votos -léase, el 40% del sufragio- por un millón largo. Añádase que como indican los sondeos, la opinión abrumadora en ambos partidos nacionales favorece la idea de una España compleja, pero no compuesta. Es decir, la mayoría abrumadora de la ciudadanía (los sondeos al respecto son contundentes), apoyando una organización autonómica del Estado, rechaza la "confederalización" por la puerta de atrás de los estatutos.

En fin, la democracia -nos explica Hayek- es la consecuencia no planeada, aunque sí celebrada, del disenso y la confrontación. Pero no arraiga ni sobrevive sin aceptar al contrario para evitar que éste se convierta en enemigo y entonces tenga que resolverse el conflicto político a través de la violencia.