Image: El hombre sin rostro. El sorprendente ascenso de Putin

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Letras

El hombre sin rostro. El sorprendente ascenso de Putin

Masha Gessen

9 marzo, 2012 01:00

Vladímir Putin. Foto: Itar Tass

Trad. de M. Pérez y J.M. Ibeas. Debate. Barcelona, 2012. 316 páginas, 20,90 euros.

¿Fue Putin responsable de los asesinatos o infartos repentinos de sus enemigos? Masha Gessen está convencida y su libro es un derroche de investigación para convencer a los lectores.

Tras su primera reunión con Vladímir Putin, en junio de 2001, George Bush confesó "haber mirado al hombre a los ojos" y "haber percibido en él un atisbo de su alma". El secretario de Estado, Colin Powell, presente en el encuentro, sólo vio en él "a un agente del KGB". El Putin de la periodista Masha Gessen -convencido de su reelección para un tercer mandato presidencial, esta vez de seis años, el 4 de marzo si supera el 50 por ciento de los votos y con la victoria segura, de todos modos, de ser necesaria una segunda vuelta- no tiene alma. Se parece mucho más al de Powell que al de Bush. Las protestas de la oposición desde las legislativas de diciembre muestran el desgaste de Putin pero, en el momento en que escribo, todas las encuestas dan por segura su victoria frente al multimillonario Prokhorov, al comunista Ziugánov, al nacionalista Zhirinovski y al ex presidente de la Cámara Alta Serguei Mironov.

La mayor parte de los observadores apostaba por una mayoría más próxima al 52% del año 2000 que al 71% de 2004 para rebajar la fuerza de las acusaciones de pucherazo y la presión de las manifestaciones. "Este movimiento ha cambiado la ecuación (de poder) y ha destruido el arraigado mito de que el pueblo prefiere seguir con Putin, a cambio de estabilidad, escribía en el New York Times del 26 de febrero Mijail Jodorkovski, ex presidente de Yukos encarcelado desde 2003, la primera en una larga lista de víctimas empresariales, políticas y periodísticas del hombre sin rostro. En dicha lista están los exiliados, como Berezovski, Gussinski y Browder, que todavía viven para contarlo, y los que han ido muriendo en circunstancias más que sospechosas, como Sóbchak, Galina Storovoitova, Babitski, Litvinenko, Anna Politkóvskaya y Serguéi Magnitski, el abogado principal de Browder en Moscú.

¿Tuvo una responsabilidad, directa o indirecta, Putin en sus asesinatos o infartos repentinos (Sóbchak)? Gessen está convencida y todo el texto es un derroche de investigación y ordenación de pruebas para convencer a los lectores. Moralmente, lo consigue, pero la condena moral es una cosa, la legal es otra y la política, otra muy diferente.

La fuerza de Putin se basa en el control de los medios, en la combinación de respeto y miedo que infunde en sus críticos, en su influencia todopoderosa sobre los principales empresarios tras la persecución de los que se le han resistido, en el apoyo firme a su candidatura de las Fuerzas de Seguridad y del complejo militar-industrial, a quienes ha prometido doblar el presupuesto, y en una mejora sustancial de la economía. El pib ruso ha crecido un 4'3% en el último año gracias, sobre todo, a un aumento del 16% de la cosecha agrícola y a la elevada producción de crudo. Con casi 10'4 millones de barriles diarios, Rusia es hoy el primer productor del mundo, por delante de Arabia Saudí. A 124 dólares el barril el 2 de marzo, Putin y su nuevo Gobierno, presidido por el presidente saliente, Medvedev, tienen margen para seguir comprando apoyos y callando voces críticas con los métodos más expeditivos que, en las páginas de su último libro, Gessen describe con toda crudeza. La familia Yeltsin, especialmente Berezovski, una de las fuentes principales de Gessen, rusa emigrada a Estados Unidos con 14 años que regresó como periodista para convertirse en uno de los principales azotes de Putin, lo eligió sucesor sin apenas conocerlo porque vio en él a una persona leal, que los salvaría de la cárcel, maleable y disciplinado. "No podían estar más equivocados" señala la autora. Putin se describe a sí mismo como un matón de puño fácil, curtido en los patios más pendencieros del Leningrado de los 50, como un adolescente sistemáticamente imprudente y violento y, cuando le preguntan sobre su trabajo en el KGB, como "un experto en relaciones humanas". ¿Fue hijo biológico o adoptivo? ¿Su padre, Vladímir, veterano de la II Guerra Mundial en una unidad del NKVD (antecesora del KGB), le allanó el camino desde la adolescencia para seguir sus pasos, o su obsesión por entrar en la policía secreta soviética se debe sólo, como él ha dicho siempre, a la influencia de películas, libros y series como El escudo y la espada? ¿Es creíble, de no haber contado sus padres con ingresos extra, que el hijo de un ferroviario luciera reloj de pulsera con 9 años, el único en su escuela, o coche propio en la Facultad de los años 60, el único en la Universidad de Leningrado, y que la dacha familiar contara con televisor y teléfono? ¿Cómo se explica que un pésimo estudiante, con fama de paria hasta los 13 años, se convirtiera de repente en un estudiante modelo y en un experto en sambo (arte marcial soviético, mezcla de yudo, kárate y lucha libre), se matriculase en alemán y, con 16 años, sin terminar la secundaria, se presentase en la sede del KGB de Leningrado para enrolarse?

El hombre sin rostro que, a partir de esas primeras sombras, construye Gessen es, un monstruo obsesionado por el control, cruel hasta extremos insospechados, mafioso, cínico, vengativo, corrupto y nihilista, responsable de la regresión democrática rusa del último decenio, empeñado en la recuperación de la gloria soviética y enfermo de pleonexia: el deseo insaciable de hacerse con lo que, por derecho, pertenece a otros.

Cada uno de los once capítulos es una investigación meticulosa de las etapas que jalonan la conversión de aquel adolescente aspirante a espía en el hombre más poderoso de la nueva Rusia con la ayuda de padrinos conocidos, como Anatoly Sóbchak y Boris Yeltsin, y de otros sin identificar y mucho más permanentes, con raíces profundas en el Ejército y, sobre todo, el KGB. No ofrece pruebas concluyentes, pero sí datos suficientes para cuestionar casi todo lo que se ha dicho y escrito sobre la ambigua respuesta de Putin, como número dos del ayuntamiento de Leningrado, ante el golpe fallido del 91; sobre su elección accidental como jefe del FSB (98), primer ministro (99) y presidente (2000) de Rusia; y sobre los cinco atentados, con más de 300 muertos, en Moscú y en el sur de Rusia, entre el 31 de agosto y el 16 de septiembre de 2000, que catapultaron al desconocido primer ministro a la presidencia.

Quizás Gessen vea más de lo que hay -"un cambio de régimen y no sólo un cambio de líder"- en la presencia del ex jefe del KGB y golpista del 91 Vladímir Kriuchkov en la primera inauguración presidencial de Putin, pero lo que hizo el nuevo presidente en sólo dos meses tras su toma de posesión refuerza sus sospechas. Decretó la inmunidad de Yeltsin, aprobó una nueva doctrina militar para Rusia, restableció la formación militar obligatoria en la enseñanza secundaria, y aumentó en un 50 por ciento los gastos en defensa. Declaró una nueva guerra en Chechenia para consolidar su poder, sustituyó los miembros electos de la Cámara Alta por miembros nombrados a dedo, nombró a siete enviados presidenciales (todos militares o agentes del KGB menos dos) para controlar a los gobernadores regionales electos, hizo de los demás partidos marionetas de su movimiento, Rusia Unida, y respondió de forma desproporcionada a los secuestros del teatro de Moscú (2002) y de la escuela de Beslán (2004), en los que murieron respectivamente 129 y 312 personas.

Tal vez exagera Gessen al describir la Rusia de Putin como "una vuelta a la URSS", pero es evidente que tiene poco que ver con la democracia soñada a comienzos de los 90 por Yeltsin.

Dictador demócrata

Es de los que evitan mirar a la ojos de sus interlocutores. Parco en gestos, con fama de hermético, tiene pinta de haber sido el chaval apocado del que sus compañeros se burlaban. A muchos les gustaría seguir riéndose de él; pero ahora la risa es peligrosa. Vladímir Putin, aquel niño ruso que rezaba con mamá a escondidas, dirige el país más extenso del planeta como un zar, sólo que con más eficacia. Hace ejercicios de malabarista con las urnas electorales y, de vez en cuando, es tiroteado un opositor. Durante largos años ejerció la burocracia y la obediencia. Erróneamente se le tilda de mediocre. Es listo, paciente, y supo siempre lo que quería: ser el jefe de todos, exhibir el torso musculoso sobre un caballo, vestirse en público el kimono de judoca; mostrar, en suma, lo que durante tanto tiempo no pudo: que es macho y manda. Fernando ARAMBURU