Image: Michel Rostain

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Letras

Michel Rostain

"Es terrible perder un hijo pero en el duelo siempre luce algún destello de vida"

1 febrero, 2012 01:00

Michel Rostain. Foto: Martine Rostain

La vida de Michel Rostain (1942, Mende, Lozère), antiguo director del Teatro Nacional de Quimper, perdió su sentido cuando, en 2003, su hijo de veintiún años muere en dos días de una meningitis fulminante. Su reconstrucción, su forma tan enriquecedora de encarar un drama semejante, nos la cuenta en su opera prima Mi hijo, que le valió el Premio Goncourt a la primera novela 2011. Escrita bajo como dialogo en seis capítulos, la voz narrativa es la de su propio hijo que cuenta lo que ve después de su muerte. Una mirada aguda, enternecedora, sensible, y que acaba por demostrar que "Se puede vivir con eso".

PREGUNTA- Mi hijo es una novela que cuenta la muerte de su propio hijo. ¿No pensó que se necesitaría mucho coraje para leerla?
RESPUESTA- Muchos artistas son hoy lo que se llaman profesores de la desesperanza. Escritores, músicos, compositores..., hablan de los horrores del mundo, las guerras, las torturas, el hambre pero, a veces, tengo la impresión de que sacan en su discurso cierto placer. Yo encuentro, como todos, que el mundo está lleno de horrores pero también hay cosas muy bellas, una flor que nace en algún lugar, por ejemplo, y esta novela está escrita en esa línea. Es terrible para un padre perder un hijo pero lo que me interesaba decir es que, mientras no estamos muertos, seguimos vivos. Les lueures de vie, mostrar los destellos de vida que iluminan el campo de ruinas en el que vive un hombre en duelo.

P.- Es cierto que, a pesar del tema, su libro no es dramático. En Francia estuvo entre los más vendidos y ya se está traduciendo a dieciséis idiomas. ¿A qué atribuye su éxito?
R.- Escribo sobre algo que llega a cualquier padre. Cuando nace un bebé es totalmente dependiente de los padres. Sin ellos, moriría en dos días y uno lucha toda su vida contra la muerte de su hijo. Es un tema muy fuerte. El empeño que uno pone en que su hijo viva. Y, además, en la novela también se habla de otra idea universal, la ilusión o el espejismo de que, a través nuestros hijos, somos inmortales.

Mi experiencia en el teatro me ha ayudado a convertir en palabras todos estos sentimientos contradictorios. Y el tema, un padre que cuenta la muerte de su hijo, no me interesaba nada, hasta que, un día, pensé que era el hijo el que se dirigía al padre y le decía, "oye papa, yo sé que he fallecido pero no hace falta poner esa cara". Entonces, ya no era yo el que me hablaba a mí mismo. La energía literaria viene a partir de esta voz, que es completamente inventada, ficticia, jamás mi hijo me ha hablado tras su muerte. Y, esta voz es, incluso, alegre.

P.- Música, teatro, literatura, ¿cómo consigue expresarse en todos estos campos intelectuales y con tal triunfo?
R.- Es lo mismo. Me gusta no estar sometido a la dura disciplina de una escuela. Ha habido grandísimos compositores que han sido autodidactas. No vengo de una familia de músicos. Mi abuelo era también autodidacta y con él tuve una relación extraordinaria de niño. Tenía una de las bibliotecas más bonitas que he visto. Estéticamente impresionante. Cogía libros de los que me hablaba y los leía. Leyendo se aprende a escribir. Mi hijo es una primera novela pero la he escrito con más de 66 años y 40 espectáculos a mis espaldas. No es una novela de debutante. Con los espectáculos uno aprende a contar historias, se sabe si uno habla a la gente o no.

P.- ¿Piensa usted seguir escribiendo?
R.- Cuando era niño soñaba con dedicarme a tres cosas. La primera era la música. Cada día practicaba dos horas el piano pero lo tuve que interrumpir para estudiar filosofía y enseñar filosofía en la facultad. Cumplidos los treinta años pensé, ¡si no vuelves al mundo de la música vas a desperdiciar tu vida! Y volví a la música, al piano y me he podido dedicar casi toda mi vida a ello. Qué suerte he tenido. También me decía de pequeño que quería ser escritor. Componía música, muy mala, y escribía. Tengo una formación de intelectual. He escrito muchos ensayos, libretos de ópera, siempre me dije que, de viejo, escribiría novelas y debo tener una decena de novelas empezadas. Pero el primer libro de ficción es este. No podía escribir otro después de la muerte de mi hijo. Cuando murió, mi carrera como director de teatro no había terminado, no me había retirado. Y mi tercer sueño era ser torero. Pero eso no lo he conseguido.

P.- En su novela, usted habla del "abrazo español"  y su amor a la música flamenca. ¿Cuál es su relación con España?
R.- Tengo una formación de música clásica, europea pero he sido uno de los primeros en hacer óperas de jazz, líricas, con música tradicional. Un día, me pidieron que hiciera la puesta en escena con música de Vicente Pradal que es hijo de emigrante españoles y que acababa de terminar su obra sobre El llanto de Ignacio Sánchez Mejías de Lorca. Acepté porque no conocía bien el flamenco y me pareció una experiencia trabajar con él. Montamos un espectáculo que tuvo un éxito arrollador en Francia, actuamos 150 veces. Había gitanos también. Y dejamos el texto en español porque tenía mucha más fuerza. En Francia, el público se emocionaba hasta las lágrimas y se ponía de pie en cada representación. Actuamos una noche en el Teatro de la Villa de Madrid y también en Cuba y en Canadá. Pero aún no hablo español. En Madrid y en Cuba fue una experiencia increíble ya que el público comprendía. García Lorca tiene una energía y una musicalidad únicas.

También tengo muchas ganas de ir a la Plaza de las Ventas que además ahora tiene el mismo director que la Plaza de toros de Nimes, a donde yo he ido con mi abuelo tantas veces. Se había vuelto ciego al envejecer y me llevaba a las corridas para que yo, con ocho años, le guiara y le contara lo que pasaba. Me explicaba todo. La muleta. Todas las palabras relacionadas con la corrida. He debido ver más de cien corridas cuando era pequeño. Ahora voy a Arles, a Nimes. Para mí, la corrida es una cultura, una experiencia. Es un mundo en el que siento cosas muy fuertes. Como digo en estos casos, me gusta, Helas! ¡Desgraciadamente!

P.- El tercer capítulo reproduce el entierro de un amigo suyo de una forma totalmente teatral. ¿Es una deformación profesional o una crítica a las costumbres actuales de afrontar la muerte?
R.- Las dos cosas. En Francia, ni los entierros ni los bautizos siquiera, se celebran realmente. ¿Cómo se inventan nuevos ritos? Es muy complicado. A mí me interesa, es una labor que debemos hacer todos para que los entierros no sean un tiempo vacío. Es un momento humano que debe tener calidad. La vida del hombre tiene cuatro momentos importantes, todos relacionados con la sexualidad. El bautismo, la comunión, la boda y la muerte. La iglesia nos da unas pautas y una ceremonia al instante. ¿Cómo sustituir, yo que soy ateo, esas ceremonias religiosas sin que se pierda el elemento sacro que hay en esos momentos tan importantes en la vida del hombre? Los espectáculos teatrales son para mí algo sagrado. Se movilizan tantas fuerzas humanas, tan fuertes, que la energía se libera. Mi libro aborda esas fronteras.

P.- En la página 136 habla de "las coincidencias y lo imprevisible", ¿a qué se refiere?
R.- Toda situación extraordinaria nos hace ver y percibir cosas que no seríamos capaces de ver en circunstancias normales. Es igual en el amor. Dos enamorados son más sensibles al canto de un pájaro o un atardecer. En momentos de emoción muy intensos, nuestras capacidades emocionales están al máximo, estamos abiertos. En los momentos de duelo nos pasa lo mismo. El poder percibir cosas muy dolorosas, es síntoma de que no estamos muertos.