Image: De la revolución a la sociedad de consumo

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Letras

De la revolución a la sociedad de consumo

Gabriel Plata Parga

17 diciembre, 2010 01:00

Aranguren, en su estudio (Begoña Rivas)

UNED. Madrid, 2010. 250 páginas, 35 euros


¿Cuál es la influencia de los intelectuales en la opinión pública? Hubo un tiempo en que, desde Zola hasta Sartre, se erigieron en conciencia crítica de la sociedad, pero en nuestros días, cuando predomina la cultura de masas, su prestigio se ha devaluado y en España son sobre todo las figuras del cine las que dan su imagen a las protestas a favor del pueblo saharaui o de cualquier otra causa que se considere progresista. Pero más allá de las tertulias radiofónicas y de las fugaces imágenes de los telediarios, los intelectuales tienen un papel en la promoción de nuevos conceptos y valores que no es fácil de medir. Plata lo intenta en un libro conciso, riguroso y bien escrito, De la revolución a la sociedad de consumo, que explora casi medio siglo de vida cultural española a través de la obra de Aranguren, símbolo de la oposición intelectual al régimen de Franco; de Tierno Galván, socialista del interior; de Gustavo Bueno, promotor del materialismo; de Manuel Sacristán, quizá el más destacado pensador marxista de nuestro país; del libertario García Calvo; del inclasificable Sánchez Ferlosio, maestro de la lengua castellana; del metafísico Eugenio Trías y del muy mediático Savater, cuya mordaz ironía es digna de Voltaire.

Digamos de antemano que Plata escribe desde una perspectiva conservadora. Su tesis es que la intelectualidad progresista propugnó en los años finales del franquismo diferentes orientaciones revolucionarias poco en consonancia con la democracia liberal por la que al final optamos los españoles, mientras que en años más recientes ha promovido unas actitudes inconformistas que se adaptan muy bien al espíritu individualista y hedonista de la sociedad de consumo actual, pero que en su opinión "no responden a las necesidades de hoy, que no son de crítica y liberación, sino de verdad y fundamento". No es necesario coincidir con esta afirmación para valorar la aportación de De la revolución..., una excelente introducción, nada sesgada por la perspectiva del propio autor, a un conjunto de pensadores a los que todos conocemos pero no necesariamente hemos leído.

Hay un detalle puntual en el que debo disentir, para defen- der el honor de uno de los padres del liberalismo. Plata da por válida una afirmación de Bueno que atribuye al marqués de Condorcet el lema "Que la cabeza del último rey cuelgue de las tripas del último sacerdote". Nada más lejano al espíritu de Condorcet, eminente matemático, filósofo y político ilustrado, que votó contra la ejecución de Luis XVI. Frases semejantes se han atribuido a otros escritores franceses y sobre todo a Jean Meslier, cura párroco de un lugar de la Champaña que a su muerte, bastantes años antes de que naciera Condorcet, dejó tras de sí un memorial en que se manifestaba como un original pensador ateo y comunista. Puesto que no he leído a Meslier no puedo garantizar su autoría de la frase en cuestión, pero favorable al regicidio lo era.

La sugerente tesis central de Plata es que las tendencias individualistas de los 60, bien representadas en los escritos del último Aranguren, el joven Trías y Savater, confluyeron en el cambio sociológico de los 80, que generó una sociedad plural y tolerante. Aranguren adoptó las nuevas tendencias trasgresoras cuando en 1969 se incorporó a la universidad californiana de Santa Barbara y de ser "un profesor encorbatado, y sobriamente vestido" pasó a la ropa informal, la melena y las largas patillas, al tiempo que su antiguo puritanismo daba paso a una defensa de la liberación sexual, sin renunciar a la fuerte exigencia moral que siempre le caracterizó. Y Savater propuso en La filosofía como anhelo de revolución (1976) la visión onírica de una "inimaginable subversión del orden del mundo" inspirada por "la ambición del pensamiento negativo" que pretendía "conseguir una cordura fuera de la Razón establecida".

La evolución política de Savater es bien conocida. Tras haberse complacido en la ensoñación ácrata de que el fin de la dictadura de Franco condujera a la destrucción de "las estructuras autoritarias que administran la semimuerte vigente", se ha convertido en un adalid de la democracia y en un referente intelectual del rechazo al terrorismo etarra. Se trata de un caso, más común de lo que creemos, en el que el intelectual más que anticiparse a la sociedad la sigue, porque como observa atinadamente Plata, la mayoría de los españoles ya tenían claro en 1978 que el modelo democrático occidental era preferible a cualquier otra alternativa. En los años finales del franquismo, no era ése el modelo al que aspiraban los intelectuales progresistas españoles, quienes planteaban ambiciosos proyectos de cambio, más o menos inspirados en el pensamiento marxista o en el libertario. De todo ello poco queda, salvo su promoción de una ética crítica e individualista, hoy tan común en nuestra sociedad permisiva.

No es un legado al que Plata muestre excesivo aprecio. Su conclusión es que las actitudes transgresoras y disolventes, que pudieran estar justificadas como oposición a la dictadura de Franco, pueden resultar perjudiciales en una sociedad libre como es la de la España de hoy. En su opinión nuestra época, en la que priman las tendencias hedonistas de la sociedad de consumo, se halla expuesta a "un ambiente cultural que proclama el individualismo igualitario, hace del yo el criterio único irreemplazable, fomenta una ética individualista cuyo supuesto básico es el escepticismo, y arrambla cualquier criterio objetivo". Se trata de una tesis sobre la que vale la pena reflexionar, pero que no me impulsa a renunciar al mejor legado crítico del siglo XX. Una sociedad libre necesita siempre estar alerta frente a la natural tendencia a imponer verdades y para ello es importante que haya voces críticas, opuestas a todo conformismo. Como sostenía el joven Savater, necesitamos un pensamiento abierto, que devuelva "la rutilante policromía de lo vivo al gris de toda teoría". Un mensaje de continua alerta que Ferlosio expresó en un delicioso villancico: "Si amanece la arrogancia/ de la fuerza y el valor,/ niño débil y cobarde,/ niño noche y deserción./ Nazca el niño negativo,/ nadie, nunca, nada, no."

Gente Sapiens

Profesan el oficio urticante de ejercer la lucidez en público. Antaño dicha actividad podía depararles multas, cárcel, destierro, alguna aplicación mortal de la justicia. Hoy, democracia mediante, el poder neutraliza a los intelectuales (sobre todo cuando se dejan) por la vía dulce de los honores, los cargos, las prebendas. Algunos ciudadanos se los quitan de encima cambiando de canal o saltando páginas del periódico hasta alcanzar las deportivas, con preferencia las del fútbol, que es el opio moderno del pueblo. Pero, sin ellos, ¿quién alumbrará con razonamientos lo que nos pasa, lo que nos hacen, lo que intentan hacernos creer? ¿El actor y la famosa? ¿El militante interesado? ¿Las habituales cafeteras de opinar? Admitamos o no sus ideas, los necesitamos para poder ver más allá del insulto y el eslogan; para conocer esas cosas raras: la ecuanimidad, la agudeza, la templanza; para que continúe encendida la llama crítica. Fernando Aramburu