Un impulso filial empujó a Natalia Menéndez a proponer a Ernesto Caballero montar Tres sombreros de copa. Su padre, Juanjo Menéndez, estrenó esta obra emblemática de Mihura en 1952. Lo hizo en el Teatro Español Universitario (TEU), bajo las órdenes de Gustavo Pérez Puig y acompañado por Fernando Guillén, Agustín González y José María Prada. La gente joven la acogió muy bien de entrada pero, cuando intentó abrirse camino en el régimen comercial, recibió el desdén de un público acostumbrado a fórmulas dramatúrgicas decimonónicas. Mihura, de hecho, la había escrito 20 años antes pero los empresarios a quienes se la mostró también le miraron con recelo. Él mismo era consciente de que le había salido “una obra rarísima, casi de vanguardia”. No en vano, pueden atisbarse en ella ingredientes que luego sustanciaron el teatro del absurdo.

En ese universo se amamantó Menéndez, que la sube este viernes a las tablas del María Guerrero. “Mi padre estrenó no solo ésta, sino varias obras de Mihura. La codorniz era habitual en mi casa. Conocí a Tono y a Mingote. Este humor que luego continuaron Berlanga, Ionesco y Beckett en Europa o los hermanos Marx, me interesa mucho”, explica la actriz, directora, dramaturga y máxima responsable artística del Festival de Almagro entre 2010 y 2018. Confiesa también que su padre conservó siempre en casa el sombrero de copa que lució en las funciones.

En su montaje huye de cierto maniqueísmo con el que a veces se ha presentado: las costumbres burguesas vistas como una latosa reclusión y el gremio circense como un territorio estimulante de bohemia y libertad. Entre ambos se debate Dionisio la noche antes de contraer matrimonio. “Para él -explica Menéndez-, la boda es el principio de una nueva vida, pero se le aparecen fantasmas, deseos, miedos y apetencias. En la vida diferente que atisba esa noche también hay cosas muy oscuras. El tema no es una crítica a la burguesía, esto sería muy fácil. Creo que es la comparación entre el mundo de la noche y el del día, y la conclusión de que ambos tienen sus pros y sus contras y que nada es perfecto”. La directora madrileña también advierte que Mihura escribió inspirado (más bien frustrado) por una experiencia biográfica. Y es que él también afrontó el mismo dilema que Dionisio: “Su novia de toda la vida, una gallega de buena familia, le abandonó porque se fue con una bailarina y siempre dijo que esa ruptura le marcó para siempre”.

Más allá de este debate existencial que angustia al gris protagonista, la comedia de Mihura refleja otras cuestiones espinosas.“Habla del compromiso, del racismo, del alcoholismo, del abuso de poder, de la prostitución…”, enumera Menéndez, que cuenta en este proyecto con un amplísimo elenco de casi una veintena de intérpretes. También muestra el potencial popular que tuvo en su época el circo en España y Europa. Menéndez alude al tirón de figuras como Pinito del Oro o los arlequines pintados por Picasso para ejemplificarlo. Su puesta en escena se mueve así entre la imaginería circense y el onirismo. “No quería verla valleinclanesca, oscura, sino en tonos brillantes, blancos, crudos. La habitación se mueve, cambia de tamaño. En un sueño las cosas no son como en la realidad, todo es deformado. Así, con músicas y bailes, con locura, borrachera y mareo crearemos este mundo”.

@albertoojeda77