Image: Careos poéticos en las tablas del Español

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Teatro

Careos poéticos en las tablas del Español

27 mayo, 2016 02:00

Irene Escolar, Silvia Abascal, Carlota Ferrer (directora), José Coronado y Helio Pedregal. Foto: Javier Naval

Alma y Cuerpo, de José Manuel Mora y Carlota Ferrer, enfrenta a Santa Teresa (Irene Escolar) con Emily Dickinson (Silvia Abascal) en La habitación luminosa, donde protegen y proyectan su creatividad. Y a Baudelaire (José Coronado) con Cernuda (Helio Pedregal), que debaten sobre el vampirismo artístico durante La hora oscura. Desde el 1 de junio.

La idea partió de Juan Carlos Pérez de la Fuente, de manera vaga: alumbrar un espectáculo a partir de la poesía de cuatro figuras esenciales: Emily Dickinson, Teresa de Jesús, Luis Cernunda y Charles Baudelaire. Para huir de la lectura dramatizada al uso, se puso en contacto con José Manuel Mora (autor) y Carlota Ferrer (directora de escena y coreógrafa), un tándem cada vez más consolidado y garantía de experimentación, vanguardia y fusión de lenguajes escénicos. Lo prueban sus trabajos precedentes: Fortune Cookie y sus exitosos Nadadores nocturnos (Premio Max al Mejor Espectáculo Revelación en 2015). "La mayor dificultad era mantener la singularidad de cada una de sus voces sin renunciar a nuestra propia personalidad", explica Mora a El Cultural.

Tras rumiar diferentes enfoques y nexos, acabaron gestando Alma y Cuerpo, un díptico que veremos en la sala principal del Teatro Español y que se desdobla en dos ‘careos'. Uno femenino: Dickinson/Teresa, encarnadas por Silvia Abascal e Irene Escolar, respectivamente. Y otro masculino: Cernuda/Baudelaire, con Helio Pedregal y José Coronado. El primero se presenta bajo el título de La habitación luminosa (del 1 al 5 de junio), inspirado en Virginia Woolf y su conquista de un espacio propio para la creación. Mora lo justifica así: "Las dos fueron mujeres que se recluyeron. Dickinson fue una sacerdotisa literaria laica, que se aisló del mundo para escribir su correspondencia y sus poemas. Teresa también es un personaje vinculado a la reclusión motivada por su religiosidad y su misticismo. Las dos buscaron un refugio interior para proteger y proyectar su caudal íntimo".

Ferrer ha levantado un espacio de blancura totalizante. Vemos el reclinatorio donde reza Teresa y la silla en la que escribe Dickinson. También una puerta detrás de la cual aguarda un misterio (¿Dios?). Ambas esperan y, entretanto, charlan. Sus parlamentos se alimentan de sus propios textos. Mora ha buceado en las cartas de Dickinson y en su obra poética completa. Y para darle la palabra a Teresa ha entresecado pasajes del Libro de la vida, el Libro de las fundaciones, Las moradas… "El problema que encontré es que sus lenguajes, al ser tan irreductiblemente personales, no cuajaban en un diálogo. Se anulaban el uno al otro. Había que domesticarlos para que pudieran engranar pero esa opción nunca la contemplé", recuerda Mora, que finalmente se decantó por respetar su literalidad en algunos tramos y construir con textos de su propia cosecha un sustrato neutral sobre el que fluyese la comunicación. Eso sí, siempre impregnados de su estilo y sus obsesiones.

Irene Escolar y Silvia Abascal en La habitación luminosa

La personalidad de ambas autoras se prolonga a través de otras dos presencias sobre las tablas. La bailaora Olga Pericet aparece con su taconeo como una alegoría morturia. "Es curioso: en un principio pensaba que el flamenco se asociaría mejor con Teresa que con Dickinson pero luego me di cuenta de lo contrario", apunta Ferrer. "Dickinson escribió muchas escenas sobre cómo sería su muerte y su entierro. Esos escritos se acompasan muy bien con el baile flamenco, que tiene una tremenda fuerza abstracta y de ultratumba". Teresa, a su vez, se transmuta en la danza contemporánea desplegada por Paloma Díaz, alegoría ingrávida del alma. En el encuentro de Baudelaire con Cernuda también concurre otro bailarín (clásico): Carlos López, del American Ballet, que representa el deseo, una pulsión que emparenta a ambos poetas. Para las dos fue motor, liberación y condena.

Collage textual

"Si con ellas nos movemos en un terreno etéreo y místico, con ellos entramos en la pura fisicidad, lo corpóreo y, siguiendo el rastro de Baudelaire, desembocamos en lo demoniaco", advierte Mora. El método de escritura ha sido el mismo: collage textual que entreteje fragmentos originales con aportaciones de nuevo cuño del dramaturgo sevillano. Articular la conversación masculina ha sido más sencillo, porque hay materiales en prosa que la facilitan: especialmente útil ha sido un ensayo de Cernuda sobre Baudelaire en el que manifiesta su admiración por el autor de Consejos a los jóvenes literatos, también incorporados al cóctel, amén de los dos hitos poéticos más célebres de ambos: La realidad y el deseo y Las flores del mal.

Su charla gira en torno a una preocupación básica: ¿es lícito que el artista vampirice la vida para destilarla después en su obra? El modelo que siguen Mora/Ferrer es el Cuadro VI de El público lorquiano, el del debate intelectual sostenido entre el actor y el prestidigitador. En La hora oscura (así titulan la segunda parte del díptico, que podrá verse del 8 al 12 de junio) se desarrolla en un salón burgués, con su lámpara de araña, su galería de retratos de antepasados ilustres, sus sofás chester... Todos ellos signos característicos de la mullida vida burguesa. "Me atraía la idea de situarlos en un mundo que los dos combatían con su escritura", señala Carlota Ferrer, que se ha reservado una aparición en una de las proyecciones firmadas por Jaime Dezcallar. Da cuerpo a una de las prostitutas que frecuentaba Baudelaire, que mercadea con sus dones anatómicos a pesar de su fe religiosa. En esas contradicciones anclaba Baudelaire su poesía, siempre por encima de cualquier remilgo moral.

En Alma y Cuerpo aflora una serie de tensiones dialécticas perpetuas en la historia de la humanidad: la que enfrenta la luz y la oscuridad, lo etéreo y lo corpóreo, el laicismo y la religiosidad, la palabra y el silencio, la individualidad y la empatía, lo divino y lo diabólico… José Manuel Mora y Carlota Ferrer las exhiben sobre la escena para que el espectador cierre significados. Su teatro exige esa pincelada final de un tercero, ajeno a una autoría ‘compartida', en la que el autor escribe sobre el papel y la directora sobre la escena, un ejercicio simultáneo y sujeto a un viaje de ida y vuelta incesante a través del cual van afinando el resultado.

"Eso no significa que yo vaya escribiendo apaños pensados para las necesidades puntuales de la puesta en escena", aclara Mora. "Sé que mi texto va a acabar en las manos de una artista con un universo propio, una artista en la que confío plenamente y con la que mantengo una continua confrontación de ideas. Pero eso no quita que, con mis miserias y limitaciones, intente escribir desde el principio una obra maestra, completa y autosuficiente".

@albertoojeda77