Image: Las reglas del caos

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Teatro

Las reglas del caos

El 2 de mayo se estrena el último montaje de Rodrigo García

1 mayo, 2002 02:00

Juan Llorente, Rubén Escamilla y Patricia Lamas durante un ensayo

Es un terremoto escénico que arrastra tantos seguidores como detractores. El autor y director Rodrigo García regresa a la Cuarta Pared de Madrid, donde estrena mañana Compré una pala en Ikea para cavar mi tumba, una vuelta de tuerca a su estilo heterodoxo y donde ataca al consumo desenfrenado

Explicar una obra de Rodrigo García es tan difícil como intentar dar sentido a una película de David Lynch. Cada montaje es una carretera perdida hacia un universo escénico que discurre en sentido contrario al teatro convencional y que se rige por sus propias reglas. él se justifica: "Me gusta ofrecer mundos inesperados porque la realidad no tiene una sola lectura. Lo previsible me aburre, no me emociona, es una teatralidad muerta. Y yo creo que el teatro es algo vivo que uno debe inventarse. Me interesa torcer la letra en ese discurso escénico, pero también quiero que esa letra sea legible y poética. Por eso hay gente a la que le encanta lo que hago y gente que no lo aguanta".

Rodrigo García (1964) hace "otro teatro". Lo lleva haciendo desde que llegó de Argentina en 1986 y creó tres años después su compañía La Carnicería, por la que han desfilado colaboradores como Carlos Marquerie -un habitual y que trabaja en este estreno-, Chete Lera, Antonio Fernández Lera, Patricia Lamas, Juan Llorente y Rubén Escamilla (estos tres últimos protagonizan su nuevo montaje).

Presencia en el extranjero
A lo largo de una veintena de producciones, más trabajos escenográficos e instalaciones aparte, García ha trazado su particular camino de baldosas amarillas hasta llegar a montajes como After Sun (2000), personalísima lectura del mito de Faetón y decálogo de su teatro. En el extranjero se lo rifan: los franceses le han puesto el Teatro Nacional de Bretaña y el de Toulouse a sus pies, y en Alemania y Suiza no para de hacer funciones.

Sin embargo, García sigue trabajando en nuestro país. Prueba de ello es el estreno mañana de su último montaje Compré una pala en Ikea para cavar mi tumba, un paso más en su propuesta escénica de caos y violencia "porque me jode lo organizado que está todo", y de investigación sobre el contacto del público con los actores, en lo que lleva trabajando en los últimos tres años. El cartel del montaje ya advierte: un tipo con la frente atravesada por una tarjeta de crédito. Tema y/o excusa: el anticonsumo -"nuestras condiciones de vida son irreales frente a la realidad de un mundo que se muere de hambre"-. Resultado: "una obra plural en ideologías" donde García ha seguido indagando en la dialéctica palabra-acción. "Lo más importante es la idea. Lo que me interesaba en este montaje es cómo utilizar el texto en escena, sin abusar de él, y seguir indagando en el juego corporal de los actores, algo primordial".

Lo que sucede en el escenario de La Cuarta Pared a partir de mañana es una suerte de experiencia en la que el espectador es abofeteado por la propuesta de la compañía. En ella se reúnen los elementos característicos del teatro de García: fragmentación, ausencia de anécdota y acciones claras y concretas que los actores desarrollan. "Soy muy publicitario en cuanto a la expresión -profesión que ejercí durante muchos años-, aunque reconozco que quizá mis montajes incurren en un exceso de imágenes".

El caos, la violencia, el discurso ambiguo, las imágenes potentes y la expresión corporal fragmentan su discurso igual que una silla lanzada contra un espejo. Y cada añico, como demostró en sus trabajos A veces me siento tan cansado que hago estas cosas (2001), Haberos quedado en casa, capullos (2000), o Conocer gente, comer mierda (1999) es una lectura teatral y abierta de la realidad. Por eso, que nadie se extrañe ante ciertas ideas y formas "absolutamente fascistas"que hay en algunas de sus obras, como él mismo reconoce. "Está claro que esa no es mi opinión ni de lejos, pero me interesa a nivel teatral mostrar otras lecturas, porque esa ambigöedad es una invitación a pensar. La opinión pública se ha convertido en un consenso irracional sobre lo que está bien y lo que está mal. Ahora mismo tendría éxito seguro con una obra anti-Sharon, pero en Compré... prefiero destapar la parte oculta del individuo que está a favor de pequeños y cotidianos fascismos".

La violencia y la poesía de los cuadros de Bacon encuentran su traducción teatral en las obras de García. En ellas hay una herida interna que no cicatriza: "Hay mucha gente que vive en la miseria en el mundo, aunque no lo explicite en los textos. Por eso mi teatro tiene una energía un poco jodida". Y también hay una evolución: "Cuando empecé me interesaban mucho las vanguardias y la experimentación, y no tenía conciencia social del
teatro. Ahora, gracias al paso del tiempo y a que he crecido, hago un teatro más combativo sobre temas que son también inquietudes personales".

Huída de lo banal
Esa fusión entre experimentación y conciencia social son el punto de partida hacia una única meta: transmitir ideas. El teatro que defiende Rodrigo García no es ni efectista ni hueco. "Me fío mucho de mis contenidos, de lo que estoy diciendo, por eso no pretendo mantener la atención del público de manera banal. Prefiero que me digan que soy utópico, obvio o idealista a que me tachen de moderno o abstracto. Lo que más miedo me da es que piensen que soy un moderno que está jugando con cuestiones formales". Después de Compré una pala... tiene pendientes la lectura dramatizada de su Rey Lear en la Comedie Francesa, el estreno en Portugal este verano de Carne humana en mi pizza y Jardinería humana en los
Teatros Nacionales de Toulouse y de Bretaña.