En esta ópera de 1987 John Adams, que había dejado ya su impronta compositiva en varias obras de cámara y sinfónicas, demostrando que su visión del minimalismo iba mucho más allá de pioneros como Riley, Reich o Glass, mostró una cara desconocida de una obra escénica: aquella que centra su atención en una visión política de la realidad y que trata de hurgar en su sentido más profundo. Movido por el entusiasmo de la libretista Alice Goodman se metió de hoz y coz en las relaciones entre Estados Unidos y China recreando con fantasía y una profundidad rara las relaciones entre ambos países y, más aún, observando las psicologías de los principales personajes de la historia.

Porque de lo que trata esta ópera no es solamente de las consecuencias de un hecho histórico, sino de las relaciones personales. El texto ahonda, de manera muy poética, en los comportamientos humanos. Y la música, de raíz minimalista penetra en ellos de forma insólita y sorprendente. El empleo del ritmo, más variado de lo que parece, el sentido del color, la armonía, funcional, de base tonal, los rasgos melódicos contribuyen a dar forma a la acción y a moldear conductas a lo largo de un proceso que alcanza a veces dimensiones oníricas en opinión de Alex Ross.

El afamado crítico norteamericano dice bien cuando afirma que “la música mezcla pop estadounidense de segunda mano con Strauss y Wagner de segunda mano. Y la música alcanza a veces una dureza gélida: la afable tonalidad de Si bemol mayor se martillea como si fuera acero. Y en lo más alto hay una ágil línea vocal”. Una línea vocal que discurre fluidamente, en diálogos y arias muy originales, en recitativos melódicos de forma irregular y a veces claramente repetitiva sostenidas por una orquesta de mil colores e irisaciones, que va dando forma a los insistentes temas a lo largo de minimalistas variaciones. Que en ocasiones se hacen un tanto fatigosas. Porque no hay siempre una directa correlación entre lo que suena y el momento psicológico descrito. Aunque tengamos que alabar la diríamos que triste conclusión, tan nostálgica, un instante de extraño y desolador lirismo.

Hay siempre una directa correlación directa entre lo psicológico y lo musical

No es fácil edificar paso a paso una obra que es en realidad muy compleja, que atiende a tan variados presupuestos y en la que pueden percibirse también herencias de Stravinski, Copland o Sibelius. La coreana Olivia Lee-Gundermann, una perfecta desconocida para nosotros, supo atar bien a la sinfónica unificando ataques y acordes, calibrando timbres, clarificando texturas, logrando con todo ello un discurso fluido y ameno. Las voces pudieron escucharse sin apuros ni problemas de balance.

Mencionemos entre ellas en primer lugar la del barítono Leigh Melrose, Nixon, un lírico de buen cuerpo, de timbre homogéneo, que se lució ya en su repetitiva aria de salida, News, news, news… Se mostró flexible, variado y expresivo si caer en la caricatura.

A su lado, como su esposa en la ficción actuó con garbo y soltura, sin tener una voz especialmente coloreada ni bella, la soprano ligera Sarah Tynan, que se mostró expresiva y cambiante, medrosa y triunfadora, según el momento. Otra soprano, de mayor envergadura, pero asimismo muy clara, Audrey Luna, esposa de Mao, se mostró centelleante y firme en su comprometida aria de bravura, son repetidas escaladas al sobreagudo, del segundo acto. Mao, personaje aquí semibufo y estridente, estuvo en la voz de Alfred Kim, un lírico bien dotado, de timbre poco grato pero de zona aguda segurísima.

El barítono, algo apagado de timbre, Jacques Imbrailo, excelente Billy Budd de Britten hace pocos años en el mismo escenario, dio firmeza y carácter a Chou En-Lai, el personaje más centrado y juicioso, resumidor en muchos aspectos de la situación. Borja Quiza, barítono lírico que no bajo, actuó con soltura, como siempre, en el menos relevante personaje de Kissinger. Las tres secretarias de Mao, Ferrández, Coma-Alabert y Antipova, estuvieron magníficas, aunadas y entonadas.

La puesta en escena de Fulljames es sencilla, resumidora, alusiva y en cierto modo metafórica. Transcurre entre estanterías gigantescas de una suerte de archivos que contienen información acerca de todo lo que se nos cuenta, adornado también con continuas proyecciones históricas de la famosa visita de 1972. Por el estrado pululan decenas de funcionarios. Inteligente visión, que deja espacio para la imaginación del espectador.