Música

Lohengrin expía su culpa

Hartmut Haenchen y Lukas Hemleb reinterpretan a Wagner en el Real

28 marzo, 2014 01:00



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  • Tras la producción de 2005 que dirigiera en lo musical López Cobos, nos llega este jueves, 3 de abril, Lohengrin, que va a ser impulsado desde el foso por Hartmut Haenchen, maestro sólido, de maneras algo gruesas, que alcanzó un buen éxito hace dos temporadas con Lady Macbeth de Shostakovich. La escena será cosa del prestigioso Lukas Hemleb, un regista alemán residente en París famoso ya por sus propuestas avanzadas, tanto en teatro -de donde partió-, como en ópera. Ha trabajado sobre todo el repertorio barroco. Veremos cómo sale del trance de representar esta ópera romántica.

    Es complicado dar con el sentido profundo de una obra que puede diluirse si la contemplamos con una mirada superficial y que establece la contraposición Bien-Mal, Luz-Oscuridad. Una idea planea sobre todo el edificio narrativo-sonoro: la del milagro de que aparezca un salvador en defensa de una joven tratada injustamente y que actúa también como revulsivo y acicate de toda una comunidad. Un planteamiento que permitió a Wagner construir una teoría en torno a la culpa. Todo montado sobre una estructura dramática con escasas fisuras, que preconiza la melodía infinita, el recitado cantado dramático del Anillo.

    Entre italia y alemania


    En su conjunto es una ópera de magnífica construcción, dependiente todavía de esquemas clásicos, pero que abre una enorme cantidad de posibilidades futuras y entraña un espléndido trabajo orquestal. En lo vocal se atiende sobre todo a un recitativo cantabile de carácter dramático, por el que las voces circulan con gran libertad, muy didácticamente manejadas; con un melos que podríamos considerar a veces casi belliniano. El tratamiento instrumental y coral es soberbio. Los conjuntos, los grandes concertati, son en parte herencia de Italia y en parte de Alemania. Los nombres de Weber o Lortzing están presentes. Se emplea una técnica del leitmotiv aún incipiente, distinta a la más compleja aplicada en la Tetralogía, en la que cada motivo está trabajado y variado hasta el infinito.

    En estas funciones del coliseo madrileño se cuenta con un doble reparto para los principales papeles. Hay dos sólidas Elsas, dos sopranos líricas plenas, que han de saber desplegar las infinitas delicadezas y salvar los melindres de un cometido nada sencillo: la norteamericana Catherine Naglestad, creemos que nueva en la plaza, y la alemana Anne Schwanewilms, siempre interesante (recordemos su Mariscala de dos años atrás). Uno de los dos tenores, también líricos, Christopher Ventris, es un cantante musical y discreto; el otro, Michael König, habitual en el Teatro, es de muy mediocre calidad, irregular de emisión y usualmente calante. Franz Hawlata, primer rey Enrique, es engolado y nada señorial. El segundo, Goran Juric, posee mejor bagaje vocal y más empaque, es más oscuro y redondo, también más joven. Thomas Johannes Mayer y Tomas Tomasson, puede que algo faltos de reciedumbre, son aceptables para Telramund. De las dos Ortrude, la temblona Deborah Polaski, más soprano que mezzo, y la camaleónica Dolora Zajick, más mezzo que soprano, preferimos a ésta, en mejor estado vocal.