Image: Exploradores del sonido en el Teatro Real

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Escenarios

Exploradores del sonido en el Teatro Real

19 octubre, 2018 02:00

Davone Tines, Philippe Jaroussky y Nora Kimball-Mentzos en Only the Sound Remains. Foto: Elisa Haberer

Hay mucha impaciencia en el Teatro Real por mostrar Only the Sound Remains, la ópera de Kaija Saariaho que se ha erigido como referencia de la renovación lírica. A partir de dos obras del teatro no japonés adaptadas por Ezra Pound, la compositora abre caminos a la mística. Peter Sellars subraya la apuesta espiritual y el canto angélico de Jaroussky eleva su atractivo.

Unas clases universitarias que debía impartir su marido desplazaron a Kaija Saariaho hasta Nueva York. El apartamento donde se asentaron tenía varias estanterías con libros. Un día, curioseando, dio con los Cantos de Ezra Pound. Y sobrevino la conmoción. En particular cuando leyó las últimas composiciones, donde expresa el arrepentimiento por sus "errores". Muchos interpretan que se refería a su polémico apoyo al fascismo. A partir de esa base literaria compuso Sombre, una pieza camerística que maravilló a su viejo amigo Peter Sellars. "La escuché en su presentación en la capilla Rothko y me emocionó, me pareció una partitura mágica, así que inmediatamente le propuse hacer una ópera de cámara", explica a El Cultural en el Teatro Real, con sus pelos disparados hacia el cielo, sus collares y su contagiosa actitud zen.

Sellars le pasó las adaptaciones que Pound hizo de varias obras del teatro no. El poeta estadounidense trabajó sobre las anotaciones que había tomado el japonólogo de origen español Ernest Fenollosa. Saariaho quería seguir explorando la palabra de Pound porque veía en ella mucho potencial para su veta mística. "Su economía expresiva -apunta la compositora- deja mucho hueco a la música". Tras varias lecturas y conversaciones, se decantaron por dos historias: Tsunemasa y Hagoromo. Ambas son los mimbres originales de Only the Sound Remains, que llega al Real el martes 23, avalada por las críticas unánimente elogiosas que recibió tras su estreno en París. Estaban motivadas sobre todo por los nuevos cauces expresivos que abre al género lírico, con el peculiar recurso a los sonidos electrónicos.

Sellars, siempre hábil muñidor de talentos, sabía que Pound y Saariaho empastaban a la perfección. "En ambos es perceptible un poso medieval pero también una vocación formal muy contemporánea. Son muy antiguos y muy modernos a la vez", afirma el regista norteamericano. Por eso le deslizó esas obras japonesas que él tan bien conocía. Cuando dejó la universidad, su madre se mudó a Japón. Allí vivió cinco años, tiempo en el que Sellars viajó incesantemente al país nipón. Aprovechó la coyuntura para sumergirse en funciones de teatro no. "A mí ya me interesaba desde que era un niño pero vivirlo in situ fue una auténtica revelación. Hoy es parte de mi ADN", recuerda Sellars.

De hecho, uno de sus principios escénicos inquebrantables es la concepción del teatro como ritual. Su puesta en escena de Only the Sound Remains se mantiene en esas coordenadas. Despliega un díptico marcado por una dialéctica radical, la del combate entre la luz y la oscuridad. En el primer relato, Always Strong, el guerrero Tsunemasa, muerto en el campo de batalla, regresa al mundo de los vivos como un fantasma atribulado, incapaz de alcanzar el reposo eterno. Las imágenes violentas de la guerra le impiden alcanzarlo. Le frustra también la incapacidad para tocar su laúd con la gracia y la delicadeza que lo hacía en vida. El sacerdote Sodzu Gyokei intenta, mediante el ofrecimiento de ese instrumento al altar de los caídos, romper ese círculo vicioso que le hace penar como a un penitente de santa compaña.

La pintora Julie Mehretu firma la escenografía. Foto: Elisa Haberer

El segundo, rebautizado como Feather Mantle, refleja en cambio una atmósfera luminosa. Narra la peripecia del pescador Hakuryo, que un día se encuentra una capa de plumas colgada en un árbol. Su legítimo propietario, un ángel, se la reclama. Hakuryo duda. Al final llegan a un pacto: se la devolverá si el ser alado le hace primero un baile al ritmo de la música celestial. Así, bailando, desaparece más allá del Monte Fuji. Como el título de la ópera indica, tanto el ángel como el fantasma sólo dejan un rastro sonoro cuando abandonan la tierra. La música es el único hilo intangible que nos vincula al universo espiritual. Y de alguna manera es eso lo que buscan Sellars y Kaariaho: elevar al público hasta otro mundo. "Es algo muy necesario hoy -señala el primero-, porque el nuestro actualmente es un entorno hostil, con una textura demasiado áspera y con una insoportable preponderancia de la agresividad. Todo parece forzado, nada fluye de acuerdo a su naturaleza. Asomarte a un espectáculo tan delicado, que estimula la imaginación, es una delicia. Es como entrar en un sueño donde la música desprende su fragancia. Un placer para los sentidos".

Hay un eslabón que conecta ambas historias: la presencia estelar de Philippe Jaroussky, que encarna al guerrero y al ángel. "Tiene una voz alucinante", afirma Ivor Bolton, director musical del Real, que trabaja por primera vez con el contratenor francés y todavía anda abducido por sus prestaciones. "Kaija escribió específicamente para él, en una tesitura que le va muy bien. Jaroussky, como otros muchos contratenores, es muy preciso y limpio, pero además su fraseo es impecable. Este rasgo ya no es tan común. Y por si lo anterior fuera poco, su canto es muy sensual", dice Bolton, que aprecia en Only the Sound Remains conexiones con Monteverdi, por su intensidad expresiva y por su aire ritual. Saariaho usa la electrónica para explotar el potencial canoro de Jaroussky. Gracias a un micrófono, su voz se desplaza a su antojo y colma el enorme espacio de los coliseos operísticos. En ese detalle estriba una de las diferencias sustanciales con el teatro no. "En él -explica Sellars- los actores llevan máscaras que ni siquiera están abiertas por la boca. Por eso cuando cantan sus palabras apenas son inteligibles. Aquí el micrófono es la máscara".

Bolton, que defendió a principios de los 90 por todo el Reino Unido la abucheada versión de La flauta mágica que hizo Sellars para Glyndebourne (cortó sin contemplaciones sus diálogos y la redujo a hora y media de ‘metraje'), está al mando de un limitado conjunto instrumental. Lo componen un cuarteto vocal, otro de cuerda, un percusionista y un flautista, que juega un papel clave al prolongar la respiración humana y evocar el canto de los pájaros. A ese plantel se añade un kantele, instrumento tradicional finés. "Son pocos instrumentos pero Kaija ha conseguido que juntos suenen muy poderosamente. Da la sensación de que bajo la música se deslizan varias placas tectónicas. Recuerdo que el año que debuté en Salzburgo me colaba en los ensayos de L'amour de Loin y ya me impactó muchísimo su música. Me interesó cómo progresivamente se iban transformando los colores".

Bajo el espírutu de Diaghilev

Aquella ópera nació de la chistera de Mortier, que ya estaba despidiéndose de su fructífera dirección del Festival de Salzburgo. El gestor belga los puso a trabajar juntos y la alianza cuajó. Ellos en realidad ya se cono- cían a través de Esa-Pekka Salonen, de los tiempos en que dirigía la Filarmónica de Los Ángeles. Allí, en la ciudad donde vive Sellars, estrenó algunas partituras de Saariaho. Y un día les presentó, comenzando un fecundo diálogo artístico entre ambos. L'amour de Loin fue el prometedor arranque lírico de la compositora, recién galardonada con el Premio Fronteras del Conocimiento de la Fundación BBVA de Música Contemporánea. Desde entonces colaboran bajo la premisa de los Ballets Rusos de Diaghilev, que ensartaron a genios como Satie, Stravinski, Picasso… "Ahí nació el teatro moderno. Era una combinación fascinante de talentos que no se fundían. Todos mantenían su personalidad pero acababan creando algo único. Así es como me gusta trabajar con todo el mundo. Con Kaija también. Su música es espacio, tiempo, color y emoción".

@albertoojeda77