Image: Temporada Alta, IVA vs. vanguardia escénica

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Escenarios

Temporada Alta, IVA vs. vanguardia escénica

El festival gerundense, escaparate de los gurús del teatro del futuro, afronta una deuda millonaria con Hacienda

27 noviembre, 2017 01:00

Escena de El bosque que camina, de Christiane Jatahi. Foto: Marcelo Lipiani

La fiesta de Temporada Alta en el fin de semana en que concentra su menú de teatro contemporáneo para programadores y periodistas fue una especie de coitus interruptus. En mitad de la exhibición de los montajes de grandes figuras nacionales (Rocío Molina, Roger Bernat, Conde de Torrefiel...) e internacionales (Castellucci, Jatahy...), Salvador Sunyer, director del festival catalán, dio a conocer el desvelo fiscal que padecen: Hacienda les reclama cerca de un millón y medio de euros del IVA de las subvenciones públicas de los últimos cinco ejercicios. Es la cantidad fijada en la última inspección a la que se han visto sometidos. "Esto pone en peligro absolutamente todo", advierte. Así que la próxima edición estaría en el aire, ya que su presupuesto ronda los 3 millones de euros, un tercio procedente de ayudas de instituciones públicas.

La contrariedad de Sunyer y su equipo es enorme. Aducen que sus cuentas han sido auditadas en los últimos años por la Generalitat, el Ayuntamiento de Gerona, el Ministerio de Cultura y el de Economía y la Unión Europea. Y que ninguna de estas instancias les había indicado hasta la fecha que debían abonar el IVA por esas aportaciones. En cambio, la Agencia Tributaria se ampara en la doctrina emitida por el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (sentencia Le Rayon d'Or del 27 marzo de 2014). Los servicios jurídicos del festival están preparando su defensa pero se topan con una dificultad, el principio jurídico solve et repete, según el cual se ha de pagar primero para poder reclamar a continuación. En esta tesitura, el futuro de Temporada Alta, que este año celebra su 26 edición y es una referencia clave de los nuevos lenguajes escénicos en España, se tambalea.

Quién ha recurrido ya es el Museo Nacional de Cataluña, que está en una situación análoga. El monto reclamado en su caso ronda el millón de euros. Se lo exigen desde 2013, por lo que para ellos no es nuevo este conflicto, según han explicado a El Cultural fuentes del museo. En el recurso que han interpuesto argumentan que las ayudas de las administraciones (estatales, autonómicas y locales) no están destinadas a rebajar el precio final de sus entradas, sino que se utilizan para el funcionamiento ordinario del MNAC, que incluye labores de conservación, investigación, protección, divulgación... Otras instituciones a las que la Agencia Tributaria les está requiriendo el IVA por este motivo son el Lliure, el CCCB, el Mercat de les Flors... También las hay de fuera de Cataluña, como ha confirmado a El Cultural Jesús Cimarro, presidente de FAETEDA, la patronal de empresas teatrales, que también afirma que él, como director del Festival de Teatro Clásico de Mérida, sí ha pagado el IVA porque ya viene estipulado en las ayudas que le llegan a través del patronato que lo gobierna.

Los partidos políticos han cogido el toro por los cuernos en esta polémica. Gracias a un acuerdo entre ellos, la Ley de Contratación Pública recoge explícitamente desde hace unos días que las entidades culturales están exentas del pago del IVA por las subvenciones públicas. Pero esta especificación en principio no va a regir para los procedimientos ya iniciados. No tendría, pues, efectos retroactivos que liberaran a las instituciones a las que ya se les ha exigido, por lo que en Temporada Alta sigue imperando la inquietud. Ahora empiezan una batalla legal que habrá que ver que desenlace tiene.

El entuerto fiscal no es el único detalle 'extrateatral' que está marcando la edición de este año. En las distintas salas donde se muestran los espectáculos siempre se dejan varias butacas libres, que, según explicaron los organizadores, con Salvador Sunyer a la cabeza, están reservadas a los políticos y activistas presos por sus acciones durante el procés. En esos teatros, además, se han podido ver a lo largo de esta semana muchos montajes con un marcado poso político, cargados de visiones (y reflexiones) sobre encrucijadas sociales de nuestro mundo actual. Así el Conde de Torrefiel denuncia en Guerrilla las tensiones que están a punto de hacer saltar en añicos el proyecto de convivencia europeo y frágil equilibrio sobre el que se sustenta la paz mundial. Lo suyo es una distopía en la que muestran el precio de nuestra inconsciencia como ciudadanos: una guerra mundial en el año 2023. La califican como la bofetada que da una madre a su hijo cuando ya está harta de sus caprichos e insolencias. Entretanto caminamos hacia el abismo, la masa (encarnada por un amplio número de voluntarios) baila desaforadamente en una rave al son de atronadores decibelios, ajena al desastre que se avecina. Como en el Titanic.

Guerrilla, de El Conde Torrefiel. Foto: Luis Gutiérrez

El Conde de Torrefiel hace un guiño (sarcástico) a la figura de Castellucci, convertido en un gurú de la vanguardia escénica y asiduo visitante de Temporada Alta. El director italiano perora con tono monocorde sobre las esencias y fundamentos del teatro mientras le escucha una audiencia de jóvenes entregados a la causa de su líder espiritual. Este año Castellucci ha presentado su performance Ethica. Natura e origine della mente, una incursión en la obra del filósofo holandés Spinoza. En un espacio de límpida blancura, una alegoría de la mente humana, una mujer colgada de un cable (la luz) conversa con un enorme perro terranova negro (el caos). En esa dialéctica está en juego la libertad.

Del experimento metafísico de Castellucci, volvemos a caer en la realidad más escabrosa. La que trata de evocar, por ejemplo, Roger Bernat en No se registran conversaciones de interés. El espectador, provisto de unos cascos, debe ingeniárselas para ensamblar una historia que se le cuenta mediante la reproducción simultánea de grabaciones tomadas por la policía en el entorno de un terrorista islámico salido del barrio del Príncipe, en Ceuta. Los fragmentos de las conversaciones se reproducen a la vez, por tres canales de audio, recreados por una poeta, una actriz y una performer situadas en plataformas a distintas alturas. Así que uno va cogiendo información de aquí y de allá y haciéndose su propia composición del relato, que, en el fondo, intenta escarbar en la apariencia para evidenciar la raíz humana de la tragedia del fanatismo yihadista.

Por su parte, la brasileña Christiane Jatahy encierra al público sobre el escenario y lo enfrenta a cuatro paneles donde se proyectan episodios de migración forzosa, de corrupción política, de persecución de activistas... El poder que martiriza a un pueblo inerme: es el corolario de El bosque que camina, que parte y desemboca en Macbeth. Jatahy fragmenta y extracta el clásico shakespereano. Es una tónica apreciable en todo el festival: las historias se exponen como caleidoscopios, no existe la linealidad, todo se amalgama, se distorsiona, los códigos narrativos se retuercen y los lenguajes se hibridan. No vale sentarse en la butaca y permacer pasivo. Las formas han cambiado. Una nueva vanguardia está en marcha en nuestros escenarios. En algunos suscita perplejidad, estupefacción e hilaridad. Sunyer sólo les dice cosa: "También muchos se reían de Gaudí. Y mira hoy".

@albertoojeda77