Image: El corazón de los sentidos

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Escenarios

El corazón de los sentidos

5 julio, 2016 02:00

Un momento de la representación de El corazón de las tinieblas. Foto: TS

La compañía Teatro de los Sentidos estrena en el Festival Grec de Barcelona El corazón de las tinieblas, un montaje basado en la obra de Joseph Conrad que reflexiona sobre el mal y la violencia que puede llegar a ejercer el ser humano.

Hace más de 20 años que el Teatro de los Sentidos defiende un tipo de representación teatral que trasciende el mero espectáculo para adentrarse, como su propio nombre indica, en el terreno de lo sensorial. Una experiencia sensorial y no solo lúdica, como reivindica su fundador y director, el dramaturgo y antropólogo colombiano Enrique Vargas, que ha desarrollado un lenguaje poético de enorme influencia para el teatro contemporáneo. "Queremos reivindicar el valor de la intuición sobre la intelectualización en que se basa la mayor parte del teatro. Pienso que la gente tiene hambre de piel, estamos abotargados por la influencia virtual, dominados por la vista como sentido hegemónico", explica Vargas, "y cuanto más lejos estamos de las experiencias sensoriales más manipulables somos. El teatro debe sentirse, no es como oír una conferencia, leer un libro o ver un programa de televisión".

Este espectáculo de Teatro de los Sentidos busca aprehender la esencia de El corazón de las tinieblas, novela de Joseph Conrad publicada en 1899 que relata la búsqueda de Kurtz, un individuo perturbado, por parte de Charlie Marlow, un marinero que odia la mentira e intenta conocerse a sí mismo mientras se adentra en la selva africana. Con esta trama de sostén, Conrad elabora una brutal crítica del sistema colonialista e imperialista europeo, a la vez que elabora una compleja exploración de la actitud humana ante la dicotomía que enfrenta a la sociedad bárbara y el ser civilizado. "El tema de fondo es el viaje al infierno, al corazón de la violencia y de la maldad", asegura el director. "Partimos de que en el Congo, el gobierno belga creó el campo de concentración más grande que ha tenido el mundo, que masacró a 10 millones de congoleños. Pero por mucho que esto sea así y esté demostrado, mucha gente todavía piensa que la acción de Bélgica en el Congo, lo que hizo el rey Leopoldo II, fue una labor humanitaria, una intervención benéfica, y no un genocidio masivo".

Esta masacre, cometida en nombre de la civilización, no es muy distinta de las que todavía hoy tienen lugar en nombre de la democracia, la pureza de sangre o la religión... Todas, a decir del dramaturgo, esconden, sin embargo, una misma finalidad. "La pregunta de la que surge el montaje es esta reflexión: ¿quiénes somos los seres humanos, cómo pudo eso ser permitido? ¿Vamos a repetir estas mascares cada vez más vacías? ¿Hasta dónde podemos ser los creadores de nuestra propia historia y hasta donde funcionamos como objetos pasivos?" En este sentido la obra está de plena actualidad porque, como recuerda Vargas, los habitantes del continente europeo estamos siendo cómplices pasivos de nuevas matanzas masivas en nuestras fronteras. "Es interesante como esa crítica no es tanto a una persona como a un sistema, de hecho Kuntz, que es el malo del cuento, por decirlo así, era un idealista, un humanista, cuya intención era mejorar el mundo. Su intención era esa, pero se vio superado por la realidad".

Precisamente en este punto se articula la segunda pata del montaje, pues esta adaptación escénica va más allá de una lectura poscolonial y se adentra en la búsqueda de lo que las tesis de pensadores como Hannah Arendt dieron en llamar la semilla del mal. "La obra explora el potencial latente de corrupción que todos escondemos a la vez que busca discernir la responsabilidad que entrañan nuestras decisiones, la repercusión de nuestros actos en el mundo y si el saber el precio de nuestras acciones nos haría cambiar", explica Arianna Marano, integrante de la compañía y coordinadora del proyecto. "La búsqueda de la raíz del mal se aborda a través de experiencias que compartimos con el público, en las cuales la pregunta que nos hemos hecho es hasta donde podrías llegar tú en el momento en el que te enfrentas a una situación difícil que te lleva al límite de tus posibilidades".

Un momento de la representación de El corazón de las tinieblas. Foto: TS

Fiel al espíritu del Teatro de los Sentidos, el montaje busca hacer desaparecer la distancia entre actores y espectadores y crear una experiencia de inmersión sensorial, en la que la implicación personal de cada espectador en base a sus propias percepciones, emociones y decisiones, ayude a dar forma al espectáculo. "Aquí, el público está invitado a emprender un viaje, un trayecto por un paisaje desolado durante el que deberá sumergirse en las zonas más oscuras de su propia personalidad", explica Marano. Y es que las percepciones, emociones y decisiones de cada uno darán forma al espectáculo, que se marca como objetivo "que el propio espectador detenga la representación". Un viaje hacia el corazón de la violencia y la maldad en el que la compañía se adentra, por primera vez, en la poética de la destrucción.

La dureza del material literario original ha provocado un necesario cambio en el estilo del Teatro de los Sentidos que hace que los actores interpelen al espectador de forma más agresiva. "Normalmente hacemos un teatro muy suave y atento a crear una situación en la cual el espectador se sienta acogido, pero esta vez, por las características de la obra y del juego interpelativo que planteamos, hemos decidido hacerlo de otra manera, confrontarlo de forma más directa y hacer que se pregunte quién es, aunque le acompañamos y compartimos con él esta pregunta", asegura Marano. "El montaje es a la vez colectivo e individual, porque son varios actores pero las experiencias del público, la confrontación, son individuales, porque te sientas solo en un colectivo y puedes decidir si ensimismarte o entrar en colaboración con los demás, lo que es también una gran pregunta del momento político actual".

Un montaje que convierte de nuevo a los espectadores en viajeros, esta vez por el paisaje desolado que es ese infierno interior que todos guardamos muy dentro de nosotros. "Nuestra parte más oscura", como afirma Vargas, quien firma una obra más en la que defiende una construcción coral y un uso real de los sentidos. "Las obras se hacen porque hacemos un trabajo de investigación y de creación que es grupal. Lo que yo hago es aportar el punto de inflexión poética pero el colectivo es un grupo creador que podría perfectamente funcionar sin que yo estuviera". Tras tantos años de camino, Vargas afirma no saber qué ha conseguido ni qué le queda por conseguir, si acaso, continuar defendiendo su manera de ver el teatro y la vida. "Quiero que la inscripción de mi lápida cuando muera sea: lo intenté".