Imposible leer el Decamerón estos días y no recalar de golpe en la ensangrentada redacción de Charlie Hebdo. La singladura desde el texto medieval hasta el atentado de París no es nada forzada. Vargas Llosa da la clave en el prefacio de su adaptación teatral, que se estrenará el miércoles (28) en el Español: "Si uno piensa que ya en esta época [primeros años de la década de los 50 del siglo XIV, cuando el autor toscano remata su obra] el poder temporal de la iglesia era enorme y tenía atributos absolutos para combatir a sus enemigos, sorprende un rasgo que se repite incontables veces en los cuentos: la crítica despiadada, que llega a veces a la caricatura [¡subrayemos esta última palabra!], de los desafueros y vilezas que cometen por doquier los pastores de la Iglesia católica".



La valentía se la inoculó a Boccacio la peste, que introdujeron las ratas en Florencia en 1348 y que transformó la capital toscana en una inmensa morgue donde se apilaban los cadáveres a la espera de cristiana sepultura. Ese trauma le descabalgó de las bibliotecas, en las que vivía enclaustrado empapándose de doctrinas teológicas y helenismo. Boccaccio bajó a la calle y se mezcló con sus conciudadanos en plazas, tabernas, prostíbulos... El miedo a la muerte, que rondaba de cerca a cada florentino, y su inmersión en los placeres terrenales desbocaron su pluma. Hasta el punto de firmar cien relatos que rezuman, en su mayoría, lujuria, picaresca, descaro e incluso mal gusto... Y que comienzan a pasar página del Medievo para prefigurar el antropocentrismo renacentista.



El Nobel peruano ha seleccionado ocho de estas narraciones y, libérrimamente, les ha estampado su sello. Las ha agrupado en el libro Los cuentos de la peste (Alfaguara), que dedica a Natalio Grueso, al que agradece haber "resucitado" su teatro (el ciclo del Español ha escanciado ya La chunga, Kathie y el hipopótamo y El loco de los balcones). Vargas Llosa se ha reservado un papel protagónico, el del Duque de Ugolino, noble avejentado que mantiene una relación sadomasoquista con la vaporosa Aminta, la condesa de la Santa Croce. Ese papel espectral tenía destinataria fija desde que se puso a escribir: Aitana Sánchez- Gijón, su actriz fetiche, con la que ya se ha subido a las tablas en La verdad de las mentiras, Odiseo y Penélope y Las mil noches y una noches. Tres montajes orquestados por Joan Ollé, que también está al frente de este nuevo proyecto. El tridente escénico que forman desde hace años se abre esta vez a Pedro Casablanc (Boccaccio), Marta Poveda (Filomena) y Óscar de la Fuente (Pánfilo).



En total, cinco personajes que se refugian de la peste en Villa Palmieri (en Fiesole, cerca de Florencia). Allí detonan el ritual de la ficción, una barrera frente a la negra mancha que se extiende por Italia. Por turnos, van enunciando cuentos y, de pronto, los narradores y sus escuchantes se transubstancian en los protagonistas de las fábulas. La realidad y la imaginación vuelven a desdibujar sus contornos, una constante en la dramaturgia del autor de La fiesta del Chivo.



"Es como si el elenco tuviera a mano un armario lleno de trajes que se van poniendo y quitando sin cesar", advierte a El Cultural Ollé, que ha arrancado las butacas de la platea para ubicar ahí la arena roja de la quinta sobre la que transcurre la acción. "Habrá una grada de unos 150 espectadores en el escenario de siempre y otra de unos 100 en la trasera del patio. Aparte de los palcos, también hemos colocado sillas sobre la arena. El aforo será de unas 400 personas. La intención es crear la sensación atávica de estar alrededor de la lumbre escuchando cuentos". Dentro de ese anillo Vargas Llosa dará cuerda de nuevo a su vocación original: la de ser actor y dramaturgo, que trocó por el periodismo y la narrativa al no tener mucho respaldo en el Perú de sus mocedades.



"En todos estos años el nivel de exigencia interpretativa ha ido subiendo para él", explica Aitana Sánchez-Gijón. "Empezamos haciendo lecturas dramatizadas y ahora le toca afrontar varios roles. Su virtud como actor es la humildad, sabe que está en desventaja y su actitud es la de un aprendiz. Pero su presencia escénica, con su altura y su cabellera blanca, es muy potente y su dicción muy buena".



Mimar la palabra

Suscribe esas cualidades Ollé y añade otra: "Es maravilloso cuando se olvida del texto y se pone a improvisar nuevos adjetivos y nuevos órdenes sintácticos. En ese momento le ves redactando en directo y muchas veces la frase que se saca de la manga supera a las que ya está escrita. Es un privilegio que no puedes esperar de muchos actores, claro". Y sentencia: "Su mimo de la palabra es exquisito y su condición de escritor, conferenciante y político en su día hacen de él un magnífico estructurador de discursos". Todas esas armas las pone a disposición del director catalán, el lazarillo que la ha ido guiando estos años sobre las tablas. A él recurrió aconsejado por Juan Cruz cuando, hace ya una década, rebrotó su sueño juvenil al ver a Baricco narrando historias en un teatro de Turín junto a un músico.



Ahora sube la apuesta, aupado sobre una involutatariamente oportuna versión del Decamerón, canto vitalista que nos recuerda, mucho, a los Entremeses cervantinos y al mantra que se repite estos días en La Abadía: "Hasta la muerte todo es vida". Les hermana su realismo burlón, libidinoso y satírico. Hermandad contra la peste fanática que cruza los siglos y abraza a Wolinski y compañía, porque Boccaccio y Cervantes, oui, también fueron Charlie.

"Tengo el cuerpo cosido de cicatrices"

El Duque Ugolino Estuve en las Cruzadas y tengo el cuerpo cosido de cicatrices. Maté y herí a muchos paganos. Antes de partir al rescate de los Santos Lugares, vi cruzar el cielo de Florencia al cometa que según el obispo Ranieri anunciaría el fin del mundo. Mi nombre no es Ugolino. No soy duque.



Condesa de la Santa Croce Enviada por mi padre, el sultán de Babilonia, a casarme con el rey de Algarvio, padecí toda clase de percances y fui amante de ocho hombres. Luego de cuatro años de aventuras, pude viajar a desposarme con el monarca al que estaba prometida. No soy la condesa de la Santa Croce ni me llamo Aminta. Tampoco estoy aquí. Mi nombre es Alatiel.



Boccaccio No me llamo Giovanni Boccaccio. Nunca viví en Nápoles ni estudié Banca y Derecho. Tampoco me he pasado la vida entre viejos infolios y escribiendo libros que nadie leerá. Por mi hermosa caligrafía los benedictinos hicieron de mí un copista, pero jamás acepté iluminar manuscritos porque la pintura es diabólica y no quise exponerme a Satanás. Me habría quedado ciego dedicando diez horas diarias a copiar si el buen Dios no hubiera dispuesto para mí un cambio de oficio. ¿Cuál? Inquisidor.