El último trabajo de Nicolas Philibert se ocupa del Adamant, un centro de día para enfermos mentales que flota en mitad del Sena, y plantea desde su primera secuencia un dilema ético difícilmente resoluble.

Arranca la película con uno de los internos cantando La bombe humaine de Téléphone en lo que se adivina como el fin de fiesta del rodaje -por detrás de él pasan los técnicos, vemos los equipos- y no sabemos si la alarma de la empatía activa los mecanismos de la cautela o si las lógicas reservas morales van vaciándose a medida que la incuestionable fuerza de la actuación presiona el émbolo de las emociones.

Sea como fuere, la bomba estalla y el espectador será presa de esa fricción constante durante el resto de la obra. Philibert se mantiene fiel a su método observacional, solo que esta vez su habitual paciencia no se aplica al examen de un museo (La ciudad Louvre), de un zoo (Nénette) o de una escuela (Ser y tener), sino que se centra en personas gravemente enfermas que se exponen a su objetivo de manera aún más directa de lo que lo hacían que en La ínfima cosa (1997), título con el que este último trabajo del documentalista galo establece un provechoso diálogo.

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Esas disyuntivas nos asaltarán prácticamente en cada intervención de los usuarios. La interpelación de sus miradas perdidas, sus reflexiones extemporáneas o esos inevitables gags que a uno siempre le hacen preguntarse si está riendo con ellos o de ellos, son cuestiones éticas que resulta del todo lícito plantearse, más aún cuando Philibert introduce unos intertítulos finales en los que deja clara su defensa tanto de la institución como de la sanidad pública. Si esa apostilla era necesaria, ¿es porque las imágenes incorporan un problema de (ausencia de) distancia y de explotación de esos individuos?

Conviene señalar que la operación acometida por el autor de Un animal, animales (1996) no se reduce a entrevistar a los enfermos y a mostrarnos sus divagaciones, que pivotan entre el delirio, el autoanálisis sorprendentemente lúcido (las reflexiones acerca de la necesidad de medicarse) o el discurso artístico asociado a una creatividad desbordante y un talento connatural para la música, la pintura y la escritura.

Philibert no se limita a mostrar el día a día de los usuarios, sino que estudia la mecánica del centro, acomoda su cámara en los talleres como si fuese un alumno más, se suma a las asambleas diarias, se acompasa a la rítmica de sus dinámicas (es decir, se insiere en la temporalidad del Adamant), evita las situaciones conflictivas (salvo un apunte final) y busca integrarse antes que imponerse, algo que se percibe cuando vemos cómo en el montaje final decide conservar las interacciones entre los entrevistados y parte del equipo (este siempre en off visual) en los primeros compases de la película.

El respeto hacía lo filmado parece evidente y, sin embargo, los prolongados primeros planos o algunos reencuadres sospechosos le invitan a uno a preguntarse si no había otro modo de acercarse a tan particular ecosistema sin mostrar la vulnerabilidad de esas personas o si, precisamente, el retrato frontal es la mejor opción para señalar la necesidad de conservar una institución como el Adamant. Un misterio.

Más misterios sin resolver

En el capítulo de irrelevancias de esta Berlinale que toca a su fin figurarán Art College 1994 (Liu Jian, 2023) y Limbo (Ivan Sen, 2023). La primera, una película de animación china alicatada de diálogos tan presuntuosos como los propios estudiantes de arte que la protagonizan, se pierde entre citas cultas, referencias pop vinculadas al aperturismo que el país experimentó en aquel periodo y desencuentros románticos propios de la tardoadolescencia noventera. La película jamás consigue que los guiños pictóricos se reflejen en una animación pedestre ni que la inspiración literaria –se abre con una frase del Retrato de un artista adolescente de Joyce- contamine esta ficción eminentemente hablada.

'Art College 94'

Si se entiende la presencia de Art College 1994 como un guiño al eclecticismo de una programación que abraza todos los formatos y géneros, menos justificación encuentra la inclusión de Limbo en la sección oficial del certamen alemán. Este moroso neo-noir paisajístico situado en el interior de Australia asume la cadencia de una siesta en un fumadero de opio para ir desbrozando las claves del género.

Travis Hurley (Simon Baker) es un policía heroinómano desplazado a la zona minera de Coober Pedy para investigar un caso de hace 20 años: el asesinato sin resolver de una niña aborigen llamada Charlotte Hayes. Al guionista, director de fotografía, montador y realizador Ivan Sen le interesa menos revisar las reglas del film noir -basta ver la ingenua solución del caso- que ahondar en las tensiones raciales entre blancos y negros y, sobre todo, en refundar el concepto de familia a partir de la suma de elementos disfuncionales.

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Así, Hurley, interpretado por un hierático Simon Baker que borra cualquier rastro de esa extravagancia cool que lo catapultó al estrellato catódico en El mentalista (Bruno Heller, 2008-2015), es un agente divorciado que apenas se relaciona con su único hijo. En el otro extremo, la atomizada familia de la víctima la componen un hermano voluntariamente arrinconado del mundo que malvive en una autocaravana y una hermana que cuida en solitario tanto de su propia hija como de su sobrina.

Ivan Sen, indígena australiano, busca la comunión entre la aridez del paisaje y la sequedad emocional de los personajes –hoscos, desconfiados, mentirosos- mientras la contrastada fotografía en blanco y negro se recrea en la belleza adusta de tan remota zona minera como si en lugar de una película estuviese diseñando la exposición que le dará el relevo a la de Sebastião Salgado en PhotoEspaña.

'Limbo'

El problema no es tanto el ritmo -otros ya han trabajado sobre los tiempos muertos en el noir de manera más extrema y con mejores resultados, léase Nicolas Winding Refn – como el vacuo esteticismo y la aplicación de los rudimentos de escritura más básicos del género para componer el relato.

Ni por planteamiento, ni por ejecución, ni por la relevancia mediática de su protagonista, ni siquiera por cubrir una cuota continental (Rolf de Heer ya aborda cuestiones similares en Survival of Kidness), se entiende el lugar que ocupa Limbo en el máximo apartado competitivo de una Berlinale por la que han pasado las obras de Philippe Garrel, Christian Petzold, Angela Schanelec o Joao Canijo. Otro misterio.