Image: Nuri Bilge Ceylan: Si la vida es ambigua, ¿por qué no debe serlo el cine?

Image: Nuri Bilge Ceylan: "Si la vida es ambigua, ¿por qué no debe serlo el cine?"

Cine

Nuri Bilge Ceylan: "Si la vida es ambigua, ¿por qué no debe serlo el cine?"

22 marzo, 2013 01:00

Nuri Bilge Ceylan

Premio Especial del Jurado en Cannes, 'Érase una vez en Anatolia' es un filme único en su especie. Entre el 'western' y el 'noir', narra con hiperrealismo poético la investigación de un asesinato. Su director, el cineasta turco Nuri Bilge Ceylan, nos cuenta sus claves.

Los médicos siempre tienen grandes historias que contar. Sobre todo si el centro gravitatorio es un cadáver. Lo demostraron continuadamente escritores (y médicos) como Bulgákov y Chéjov. Sus formas literarias, es decir, las atmósferas envolventes del primero y la cualidad de los diálogos del segundo, pueden rastrearse en la extraordinaria Érase una vez en Anatolia, la mejor película (y eso no es poco) del turco Nuri Bilge Ceylan (Estambul, 1959).

La historia del filme, que comprime casi 24 horas en 158 minutos de metraje, se la contó un médico, Ecran Kesal, co-firmante del guión y también actor en la película. "Tuvo que acompañar a la policía en busca de un cadáver -explica Ceylan desde Londres, donde trabaja en su próxima película-. Durante la búsqueda, parte del equipo empezó a entablar cierta amistad con el asesino, pero cuando encontraron el cuerpo y vieron su estado sus sentimientos viraron hacia el desprecio".

En esencia, eso es lo que cuenta Érase una vez en Anatolia. Arranca en su oscuras y desérticas tierras y termina bajo la fría luz de una autopsia. La primera hora del filme se empapa de nocturnidad, se adentra en los dominios de una oscuridad que nubla a los personajes y desafía al espectador, a quien se le exige una paciencia que será recompensada. En los caminos polvorientos de Anatolia, durante toda la noche, el equipo de búsqueda, guiados por los asesinos confesos y liderados por el fiscal Nusret (Tanar Birsel), el comisario Naci (Yilmaz Erdogan) y el doctor Cemal (Muhammet Uzuner), se desplazan con sus coches de un lugar a otro mientras conversan sobre todo tipo de asuntos mundanos: yogures, cáncer de páncreas, cónyuges que esperan en casa... El director turco quiere que habitemos la noche y sus misterios, que participemos de la búsqueda, que sintamos el tedio y la espera y el absurdo que sienten los personajes. Ceylan introduce situaciones digresivas y dilata sin miedo los tiempos canónicos del relato para transmitir precisamente la frustración del equipo de búsqueda, pero sobre todo para que nos familiaricemos con los protagonistas. Y para ello no le importa arriesgarse a perder la atención del espectador más impaciente.

El tanscurso de la vida

"No me importa aburrir un poco al espectador", sostiene. "De hecho, creo que a veces es interesante conducirle a un cierto estado de tedio y de impaciencia, porque a partir de ahí será más probable apelar al milagro. Quienes estén esperando un thriller convencional, rápido y expeditivo, no vean mi película. Lo que yo quiero contar sólo puede surgir apelando al lento transcurso de la vida". Por la corriente sanguínea del filme circulan las hemoglobinas del cine negro y el western, pero su alma es la de un misterio de carácter existencialista, con sus respectivas epifanías.

El director de Lejano (2002), que ha desarrollado en sus seis largometrajes una extraordinaria sensibilidad para extraer significados poéticos de los paisajes y horizontes físicos que rodean a sus personajes (en esto, su cine le acerca tanto a Anthony Mann como a Michelangelo Antonioni), prepara el camino para una suerte de revelación espiritual. Un rayo rompe la noche y el silencio: el terror. El rostro de una joven, alumbrado por una antorcha, modifica el transcurso de la historia: la belleza. "Necesitaba un catalizador que modificara el signo del relato, y la aparición de una joven inocente en un entorno tomado por la crueldad, el absurdo y la vulgaridad es una poderosa razón".

Desde su debut con el corto Koza (1995), que fue seleccionado por Cannes, el autor de Los climas (2006) y Tres monos (2008) ha explorado las relaciones entre lo visible y lo invisible, lo material y lo inmaterial, que a su modo conforman el fundamento emocional de sus películas. Como las tormentas del Bósforo en Tres monos, los misterios no son ajenos al relato de Érase una vez en Anatolia. En apariencia es una película sobre el peso de la burocracia, con todo su absurdo y su humor, pero en su interior esconde muchos otros enigmas, tan enterrados bajo la superficie como el cadáver que ejerce de "pretexto" para sacar a relucir otros asuntos no tan terrenales. Entre ellos, la relevancia de los sueños y las apariciones espectrales.

Elementos realistas

"Los sueños son para mí elementos realistas porque forman parta de la vida -explica Ceylan-. Cuando el asesino ve a la víctima, o los habitantes hablan de un fantasma, no deja de ser algo normal en las pequeñas comunidades, que son muy dadas a conversar en voz baja sobre temas místicos. Rodé muchas escenas en relación a este hecho, pero no las introduje porque la película ya era suficientemente larga".

Pocos cineastas como el turco, que se trasladó a Londres a mediados de los años ochenta -donde robó metros de celuloide a un químico para realizar su primera película-, han sacado tanto partido del rodaje con cámaras digitales. La marcada estilización de la imagen en Tres monos ha dado paso en Érase una vez en Anatolia a formas más prosaicas, pero sin renunciar al sentido pictórico de su cine, especialmente en las escenas nocturnas. Ceylan rodó 120 horas de metraje durante la filmación, justificable porque grabó absolutamente todo, sin ensayos, "para capturar cosas que de otro modo se hubiesen perdido". Las conversaciones digresivas, el modo en que la esencia oculta de cada personaje va emergiendo a la superficie, y esa suerte de ambigüedad y melancolía que acaban definiendo el tono de la película, solo parece posible convocarlas desde el fuerte compromiso con la realidad que Ceylan mantiene en su oficio. "Si la vida es a menudo muy ambigua, ¿por qué no debe serlo también el cine?", sostiene. Y con esa afirmación, tan simple, parece estar tallando la piedra Rosetta de su cine.

En su viaje al fin de la noche, la película acaba por configurar toda una cosmogonía del mundo y de los hombres: las jerarquías de poder, el paso del tiempo, las tensiones entre vivos y muertos, entre el campo y la ciudad... "Creo que mis películas, y sobre todo esta, tratan de entender el lado oscuro de la naturaleza humana", explica. Ese lado oscuro va tomando una forma pregnante en el doctor Cemal, el personaje hacia el que el filme deposita su interés a medida que avanza, diluyendo el protagonismo coral de su arranque. "De todos los personajes, es el que siento más cercano -reconoce Ceylan-. Es una persona muy racional y algo nihilista, un poco como yo. Pero en la vida también hay que lidiar con la dimensión metafísica, porque hay cuestiones a las que el conocimiento no puede dar respuestas". Lo importante es que Cemal parece encontrar la forma de salir de sí mismo.