Image: Remake e ironía

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Cine

Remake e ironía

Zhang Yimou estrena su homenaje a los Coen

20 mayo, 2011 02:00

Un momento de Una mujer, una pistola y una tienda de fideos chinos

El director chino Zhang Yimou vuelve a las pantallas con Una mujer, una pistola y una tienda de fideos chinos. Bajo este título tan peculiar se esconde un remake de Sangre fácil, de los hermanos Coen.

Los ingleses atesoran en los alrededores de la garganta una veintena de vocales. Lo que para un español se despacha con el borriquito como tú (a, e, i, o, u), para un británico es algo más sutil. Del sonido ae (todo junto), en el que la boca descansa en la más vaga de las vocales, a la a abierta y sonora se admiten todas las variaciones posibles de la tortura para cualquier estudiante del idioma de Shakespeare. De otro modo, con el mismo aparato fonador (perdón por el palabro), el ser humano, cualquiera de ellos, es capaz de reconocerse diferente. Por lo menos, de vez en cuando.

No está claro si el ejemplo es trasladable al cine, pero algo hay. Dos películas completamente iguales pueden resultar radicalmente diferentes simplemente por un problema fonético. Parecen iguales y, sin embargo, las sílabas se rompen en un lugar distinto, la entonación se pierde en lugares de la frase nunca sospechados y, definitivamente, los matices (la madre de todo) mudan.

Esfuerzo de libertad
La película del maestro (pocas veces está tan justificado este apelativo) Zhang Yimou Una mujer, una pistola y una tienda de fideos chinos es un buen ejemplo de la dificultad de pronunciar bien una lengua extraña. Sobre el papel estamos delante de un remake. Otro más. Y como tal se presentó hace un par de años en el festival de Berlín. La película "rehecha" no es otra que el debut de los hermanos Coen Sangre fácil. Tal cual. Y surge la pregunta. ¿Había realmente necesidad? ¿A qué se debe tan, de entrada, estrambótico propósito? El propio Yimou respondía a la sorpresa del que osaba preguntarle con una poco disimulada sorpresa. Sorpresa por sorpresa: "Y por qué no. Qué mejor que rendir homenaje a las películas que nos gustan. En mi caso, además, ha sido un esfuerzo de libertad".

En efecto, lo que aparece en pantalla no es exactamente un remake, si por tal entendemos lo que normalmente entendemos. No se trata ni de una readaptación comercial de una película para hacerla accesible a otro público, ni de un ejercicio estilístico metacinematográfico con intención de reflexionar sobre el sentido de la copia. No es, para que nos entendamos, El mensajero del miedo, por poner un ejemplo socorrido, en el que Jonathan Demme reconfiguraba el universo paranoico del original de John Frankenheimer; ni Funny games, en la que Haneke se copiaba a sí mismo plano a plano para advertir al espectador de las "grietas" (llamémoslo así) que deja una historia cuando se repite. Yimou, más bien, utiliza el relato original para descomponer sus claves y, muy libremente, readaptarlas a las características y fisiología de otro aparato fonador. Y volvemos al símil del principio. En sus manos, el pulp ácido que estructuraba el cuento de los Coen se descompone en una especie de fábula grácil sobre, efectivamente, la estupidez de los buenos sentimientos. Y en este extremo las dos cintas bien podrían estar de acuerdo. Los hermanos de Minneapolis buscaban los pliegues del thriller tradicional para dar con el lugar exacto en el que la brutalidad produce el mismo efecto que las cosquillas. Yimou, si se quiere, es más frontal. En tono casi de parodia retoma las claves de su probablemente única comedia (Keep Cool) para dibujar un boceto bufo de la pasión. Si la referencia de los Coen era la ficción amarilla (‘giallo', lo llaman los italianos) mezclada con el clasicismo negro (‘noir', lo llaman los franceses); la del director chino es una extraña y nutritiva amalgama entre el cine de samuráis y, exagerando mucho, el de Jackie Chan. En los dos casos, eso sí, el relato tradicional es fracturado hasta dar con el sitio preciso de, hemos llegado, la ironía. Puede que haya demasiadas vocales para un oído poco habituado, pero, al final, la música es la misma. Y, ¿a quién le importa el aparato fonador?