Image: Adiós al Billy Wilder español

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Cine

Adiós al Billy Wilder español

por Juan Sardá

13 noviembre, 2010 01:00

Berlanga, junto a su esposa y su hijo Jorge en una de sus últimas apariciones públicas. Foto: Zipi

Aunque la mayoría no conociera a Berlanga personalmente, sí lo quería como si fuera un miembro más de la familia.

Hace tiempo que se sabía que Luis García Berlanga (Valencia, 1921 / Madrid, 13 de noviembre) estaba muy enfermo, y muy mayor, y que su desaparición podía ser inminente. Sin embargo, no por esperada la noticia nos deja de sorprender, como siempre nos sorprende la muerte de los seres queridos. Porque, aunque la mayoría no conociera a Berlanga personalmente, sí lo quería como si fuera un miembro más de la familia. A fin de cuentas, Berlanga, que era el Presidente de Honor de la Academia de Cine y desde luego el padrino del cine nacional, ha acompañado a varias generaciones de españoles a lo largo de los últimos años con sus impagables películas, con las que conseguía a lo que aspira todo artista: por una parte, divertir y entretener a un gran numero de público; por la otra, hacerlo con filmes de calidad incuestionable que forman parte de la memoria sentimental de millones: Bienvenido Mister Marshall (1953), Los jueves milagro (1957), El verdugo (1963) o los tres episodios de La escopeta nacional (1978, 81, y 82).

Hay quien cree que la función del cine, como la de la literatura, es dejar constancia del tiempo en que fueron realizados. Otros opinan, como Billy Wilder, el Berlanga de Hollywood, que el cine, debe ante todo hacer que el espectador olvide sus cuitas durante hora y media. Y aún hay quien opina que el cine debe, ante todo, buscar la esencia de la vida, una suerte de trascendencia universal y atemporal que nos muestre al ser humano tal y como es, sin importar el tiempo ni la época. El cine de Berlanga cumple las tres máximas a la perfección. Tomemos la que quizá es su película más famosa, Bienvenido Mister Marshall. Por una parte, nos deleitaremos con el ritmo perfecto de una comedia que deja hipnotizado por su infinita gracia, por la variedad de matices que desprende una sátira que, cuando termina, nos deja huérfanos de risas y diversión.

Pero Bienvenido Mister Marshall, como todas sus películas, también supone una radiografía, al mismo tiempo brutal y conmovedora, tan tierna como demoledora, sobre una España, la España de los años 50, traumatizada por el recuerdo de una Guerra Civil espantosa y que se debate entre los aires de modernidad que llegan de Occidente y la propensión a replegarse sobre sí misma en lo que constituyó la peor tradición autárquica del franquismo. Esa España real que Berlanga opone a la España oficial de pandereta en un pueblo de Castilla en el que no han visto una pandereta en su vida, esa mítica imagen del pueblo esperando expectante la aparición de los estadounidenses y que monta un decorado para recibirlos, supone al mismo tiempo la metáfora más triste y más hermosa que ha podido haber sobre unos años especialmente aciagos y duros en nuestro país. Generación tras generación, por muy alejada que esté de los acontecimientos que se describen, aún reconocen en esa película algo muy español y que nos define.

Y Bienvenido Mister Marshall también propone, y logra de manera sublime, una radiografía sobre el alma humana, ésa que Berlanga tan bien supo mostrar en todas sus películas con dosis iguales de sarcástico realismo y humana ternura. Esos seres codiciosos del pueblo de Castilla, esas autoridades deseosas de agradar a sus superiores y esas pequeñas miserias y vergüenzas que consolidan un país lastrado por el caciquismo y la corrupcion siguen siendo, hoy, por desgracia tan certeras y graciosas como en el día en que fue estrenada. Lo mismo puede decirse de la que quizá es su mejor película, El verdugo, uno de los mejores filmes del cine de todos los tiempos, en el que la fábula de una pareja deseosa de casarse y abandonar un sistema patriarcal que los ofusca se da de bruces con una realidad gris y mortecina. Y desde luego, ninguna película en la historia del cine ha lanzado un alegato de semejante poder y carisma en contra de la pena de muerte.

Iconoclasta y genial, el arte de Berlanga enlaza con algunas de las mejores tradiciones: del surrealismo, que en su caso surgía no de la exageración sino de la pura constatación de una realidad que superaba cualquier expectativa, a un humor negro negrísimo pasando por una decidida voluntad de contar la realidad narrando historias que se conviertan en algo más que historias, en fábulas y metáforas sobre lo que significa vivir y más concretamente, sobre lo que significa vivir sin libertad. Se ha dicho muchas veces, poniendo a Berlanga como ejemplo, que las dictaduras pueden servir como acicate para los artistas para devanarse los sesos y contar las cosas de una forma más compleja, menos directa y obvia que lo que permiten las tolerantes democracias. Él mismo se nego a darle la razón a este argumento y recordó muchas veces que la censura y la pacatez franqusita le hicieron la vida imposible. Junto a Rafael Azcona, que nos dejó hace poco, supieron, de forma tan valerosa como inteligente, darle la vuelta a las restricciones, pero eso no significa que las agradecieran, ni mucho menos.

Es, precisamente, ese compromiso con la realidad española más inmediata lo que no ha dado a Berlanga un reconocimiento internacional que sí han tenido los otros dos 'grandes' del cine español, Buñuel y Almodovar, el primero hermano de cuitas y el segundo heredero directo de Berlanga, sin duda deudor del maestro en ese tono que oscila entre la comedia y el drama que ha dado al manchego sus mejores éxitos. El propio director confesó alguna vez que fuera de las fronteras nacionales no se le reconocía tanto como quizá debiera. Es una injusticia histórica que quizá su muerte solucione. El cine de Berlanga, tan atento a las debilidades del alma, tan preciso a la hora de reunir en un solo plano a distintos personajes y explicar cómo se soluciona su conflicto de intereses, tan divertido al fin y al cabo, tiene asegurada la posteridad. Basta ver sus películas para descubrir, con mayor rigor y precisión que cualquier tratado e historia, cómo hemos sido y de dónde venimos. Por eso, los españoles siempre le quisieron y hoy, le lloran.