Image: Carlos Saura

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Cine

Carlos Saura

“Mejor que me valoren fuera y aquí me dejen en paz”

9 abril, 2010 00:00

Carlos Saura muestra una de sus fotografías de Io, Don Giovanni. Foto: Sergio Enríquez-Nistal.

Saura regresa a lo grande a los cines con Io, Don Giovanni, en la que narra de forma libérrima la “invención” de una de las óperas más famosas de Mozart a través de su letrista, Lorenzo DaPonte. El maestro recibe a El Cultural para explicar un filme que inaugurará el Festival de Málaga (mientras aún tiene pendiente de estreno Flamenco, flamenco), y el porqué prefiere quedarse al margen de la “terrible” España.

Aunque a veces parezca que vive escondido, nadie duda de que Carlos Saura (Huesca, 1932) es uno de los más grandes cineastas españoles de todos los tiempos. Repasar su filmografía (La caza, Cría cuervos, La prima Angélica, Carmen, etc.) significa adentrarse en un universo en el que conviven lo popular y la alta cultura, donde la herencia genuinamente española ha alcanzado nuevas cotas de brillantez estética e intelectual: un torrente de ideas, imágenes y palabras que trazan el perfil de un creador grandioso y un intelectual de primer orden. La suya es una España posible que durante muchos años fue imposible y que él simboliza en su expresión más exquisita. Y todo esto lo ha hecho Carlos Saura sin gritar ni hacer ruido en un país en el que el ruido es casi considerado de buen gusto; de forma discreta y casi artesana, como un sabio despistado de fábula para niños que de pura sabiduría casi no necesita ni abrir la boca para que cuando hable, todos callen.

Tiene menos pelo. Es lo único que parece delatar el paso del tiempo porque su mirada, incisiva pero bondadosa, no ha cambiado en nada. A los 78 años, Saura habla de sus películas como si le quedaran 300 años para seguir dedicándose con fruición a ser artista, que es lo que ha sido toda su vida aunque asegure sentir pavor “por las grandes palabras: no me gusta hablar de patria, ni de creación ni de arte”. Uno no sabe si en su modestia hay tanto de sinceridad como de la inteligencia de quien sabe que no creerse nada es la única forma de que a uno le dejen en paz en su casa de la Sierra de Madrid, donde pasa los días dibujando, imaginando películas, leyendo y viendo carreras de motos, para vivir en “la realidad pero sin salir de casa. Hace mucho tiempo que no voy ni a cenas ni a saraos. Se pierde mucho el tiempo”.

El motivo de la visita, que se alarga tres horas y en la que Saura demuestra una cortesía exquisita, es el estreno, ¡por fin! en el Festival de Málaga de Io, Don Giovanni, película con la que vuelve a la ficción pura y dura tras dos películas, Iberia (2005) y Fados (2007), puramente musicales, género al que no ha tardado en regresar ya que en breve veremos también Flamenco, flamenco, en la que, como ya hiciera en Flamenco (1995) a secas, ofrece una panorámica de esta música y su baile hoy mismo.

De momento, Io, Don Giovanni, superproducción cuyo final no ha sido nada fácil. La película se comenzó a rodar hace dos años en Valencia, en la Ciudad de la Luz, pero problemas de la productora (la de Andrés Vicente Gómez, a quien defiende a capa y espada) paralizaron el rodaje. Hasta que unos productores italianos vieron lo allí emprendido (la primera parte, la que transcurre en Venecia) y decidieron poner dinero para que la trama pudiera continuar en su apoteosis de Viena.

La acción nos traslada al siglo XVIII y sigue las peripecias del literato, aventurero y libertino Lorenzo DaPonte, letrista de tres óperas de Mozart (además del Don Giovanni, escribió Così fan tutte y Las bodas de Fígaro) acompañado del ínclito Casanova y el propio genio de Salzburgo como secundarios de lujo. El mito de Don Juan planea por una de sus cintas más ambiciosas: “En España se han creado tres de los más grandes mitos que hay en la historia: Don Juan, Carmen, que es francés pero lo hemos hecho nuestro, y Don Quijote. Es curioso”.

- Hay muchos “Don Juan”, ¿cuál es el suyo?
- El personaje es un machista irreductible, hoy se le ve como políticamente incorrectísimo. Pero como decía Freud en el inconsciente masculino siempre hay una parte de Don Juan. Al igual que en la ópera, funciona en un nivel dramático. En este sentido, hay dos escenas maravillosas: la muerte del comendador y la caída del mito a los infiernos. Pero luego hay momentos más divertidos, y hay casi una parodia. Por ejemplo, cuando se ponen a enumerar sus amantes por países y en España cuentan que hay más de mil, que es un número absurdo.

Juego metacinematográfico
La realidad y la ficción se confunden en un filme en el que los actores (todos ellos jóvenes, italianos y cantantes, destacan Lorenzo Balducci o Emilia Verginelli) se desdoblan para interpretar a los personajes de la vida real en que están inspirados y, a ratos, aquéllos de la ópera que están escribiendo. Un juego metacinematográfico en el que la imaginación del propio Saura se deleita en la de DaPonte y Mozart junto a lo que se sabe que sucedió realmente.

El proyecto surge cuando Andrés Vicente Gómez le pone en contacto con un productor austríaco interesado en la peripecia del letrista y Saura se interesa por el proyecto pero no tal y como está concebido: “Me mandaron un guión larguísimo, como para hacer una serie de televisión, que contaba toda la vida de DaPonte, que fue muy larga, murió a los ochenta y tantos en Nueva York tras haber introducido la ópera en Estados Unidos. A mí sólo me interesaba la parte de la invención de Don Juan. Ya he trabajado eso otras veces. En Carmen había un coreógrafo y se explicaba cómo se puede hacer Carmen con el flamenco. En Tango hay otro coreógrafo como eje de la trama. Lo vemos también en Elisa, vida mía, donde el padre escritor sufre simbiosis con la hija y no se sabe quién escribe qué.

- El personaje de DaPonte es fascinante...
- Primero, a los 14 años lo bautizan (era judío) y se hace sacerdote, pero nunca tuvo ninguna dedicación a la Iglesia. Después se hace masón, y quizá por ello coincide en Viena con Mozart, que también lo era. Y Lorenzo DaPonte era un poco Don Juan, como el celebérrimo Casanova, amigo y colaborador suyo. Quizá por ello a ambos les interesa escribir precisamente de este mito.

- Don Juan es una excelente oportunidad para hablar sobre el amor y su naturaleza.
- No está tan relacionado con el amor como con el placer. Yo he puesto en la película una frase de Casanova: “Un momento de felicidad vale por toda la vida”. La idea es vivir el presente, estar incluso dispuesto a arriesgarlo todo por la felicidad inmediata, no preocuparse de lo que puede pasar mañana... Es una cosa egoísta y muy brutal, es el placer ante todo. Aunque, eso sí, en mi película hay una historia de amor real que hasta cierto punto lo redime.

- ¿Ha sido fiel a los hechos?
- Lo que se cuenta en la película podría haber sucedido. Ocurre que el pasado no existe, me lo he inventado forzosamente. Ahora sí, porque tenemos una referencia más clara por la fotografía y sabemos cómo eran nuestros padres, abuelos, primos... pero en tiempos antiguos el material que había para saber qué sucedía en la India o en la China era mínimo. El pasado se reinventa continuamente. Es muy poco lo concreto y muy frágil. Las imágenes son muy evanescentes.

La grandeza del mito
- Ese Don Juan que al final de la ópera se niega a arrepentirse es castigado pero quizá ha ganado la partida del tiempo. ¡Cuántos jóvenes no se identificarían con su hedonismo!
- Hoy Don Juan te molesta porque es un machista pero es innegable esa grandeza. No ves nunca en Don Juan que haya un sentimiento religioso, es más bien como Fausto.

- Esa evanescencia se transmite mediante la artificiosidad de las imágenes, donde los decorados reales son sustituidos por fondos cinematográficos.
- El cine, la literatura, la pintura... todo es una invención. No imitan a nadie sino que transforman la realidad. Una película nunca es un reflejo de la vida. En este caso, me apetecía contar una historia que me atrae muchísimo, soy un gran amante de la música y coincide todo: la fotografía, Mozart, la escenografía... Es todo muy teatral, muy operístico, hay poca cosa corpórea. Por ejemplo, se pasa de un escenario a otro a través de la luz, pero sin que haya truco, no hay nada digitalizado.

Como no podía ser de otra manera, sale a colación Buñuel, amigo íntimo de Saura y paisano suyo. “Me gustaba como cineasta pero más como persona. Era fantástico emborracharse con él. Y quiero pensar que hay algo en común en nuestro cine”.

- Hay un elemento onírico en las películas de los dos...
- La realidad es algo mucho más compleja: influyen los recuerdos más o menos modificados, lo que tú desearías que fueran las cosas. En Buñuel y la mesa del Rey Salomon, el protagonista dice: “Cada uno tenemos un cine en la cabeza, cuando cerramos los ojos ves la película que te dé la gana”.

La Caza, principio y final
- Ese desapego de la realidad parece haber ido a más con los años. Sus películas de los 70 y 80 estaban muy conectadas con el pálpito de la calle.
- Eran personajes marcados por la guerra civil española, gravitaba de forma tremenda el peso del franquismo. Últimamente no me ha preocupado demasiado la realidad española, a mí el cine costumbrista me aburre. En realidad, La caza es un comienzo y un final.

- ¿Cómo ve la España de hoy? Alguna opinión tendrá...
- La veo por los periódicos y me da terror. Yo creo que siempre ha sido así pero ahora se cuenta. Los mediterráneos somos muy tribales, tenemos eso de: “Oye, ¿puedes poner a mi sobrino?” Y luego, “¿te acuerdas de ese sobrino, pues ahora tengo un hijo?”.

- ¿Se siente más valorado fuera?
- Eso es un hecho. Pero mejor, así me dejan en paz aquí.

- ¿No le preocupa su posición en la historia del cine español, el reconocimiento?
- Me importa un pimiento.

- ¿Algún ego tendrá?
- Ego y vanidad tengo como todo el mundo, me gusta que la gente disfrute mis películas, pero trato de suavizarlo.

La conversación prosigue ante su colección de cámaras, surgen recuerdos de Bergman o sus dibujos para una exposición en la Fundación de su hermano, en Huesca. Saura, el genio tranquilo. El español más extraño de España.