Image: El pianista

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Cine

El pianista

náufrago de las ruinas

20 marzo, 2003 01:00

Adrien Brody en El pianista, de Roman Polanski

Para un productor, un gran negocio; para un actor, la mejor recompensa, y para un director, el Oscar es casi un seguro de vida. Recibir la preciada estatuilla todavía representa la cristalización del sueño americano. Al son de los tambores de guerra, la 75 edición de los Oscar -que se celebra el domingo en el Kodak Theatre de Hollywood con el cómico Steve Martin ejerciendo de maestro de ceremonias- tendrá un significado muy especial para el país de las barras y las estrellas. Pero el gran protagonista, como todos los años, será el cine. Los trabajos del debutante Rob Marshall (Chicago), de Stephen Daldry (Las horas) y de los veteranos Martin Scorsese (Gangs of New York) y Roman Polanski (El pianista) acaparan el mayor número de nominaciones, incluyendo las de Mejor Película y Mejor Director, categoría en la que compiten junto a Pedro Almodóvar. La noche del domingo puede ser la noche de cualquiera de los cinco cineastas, incluyendo al autor de Hable con ella, quien también aspira a la estatuilla por el Mejor Guión Original. El Cultural ha pedido a sendos escritores que defiendan su apuesta particular en la terna de los candidatos. álvaro Pombo se rinde ante el fenómeno poético de Las horas, Juan Bonilla destaca la inconfundible voz de Scorsese en Gangs of New York, Eduardo Mendicutti desentraña las virtudes del musical Chicago, Luis Mateo Díez desciende a los infiernos del holocausto retratados en El pianista y el poeta Gustavo Martín Garzo defiende a ultranza la libertad creativa que respira Hable con ella.

El relato biográfico del pianista Wladyslaw Szpilman es la historia que Roman Polanski llevaba mucho tiempo buscando para adentrarse en su propia memoria de la Polonia arrasada por las tropas nazis y del atroz destino de la comunidad judía. El pianista cuenta la vida de un Robinson Crusoe en medio de una ciudad devastada por la barbarie. Polanski, gran maestro de las distorsiones de la mirada y de los universos de perversidad, se impone en esta ocasión unas pautas de absoluta limpieza narrativa. Su fidelidad al testimonio de Szpilman es enorme y, a su vez, el filme alcanza una extraordinaria fuerza como creación autónoma.

La historia de Szpilman es la de un individuo no especialmente dotado para soportar una situación extrema que, sin embargo, sobrevive durante largo tiempo a unas circunstancias en las que es casi imposible sobrevivir. Y no es que lo consiga gracias a comportarse de forma extraordinaria; su actitud no pasa de ser la de alguien que apura los pocos medios de los que dispone. Logra superar lo insoportable porque encuentra la solidaridad que necesita en los momentos decisivos; no es, pues, un verdadero Robinson, almas anónimas velan por él. Primero, entre su gente (un conocido suyo que colabora con los nazis elige graciosamente salvarle de una muerte segura). Luego, entre aquellos polacos no judíos que se ponen en riesgo para ayudarle. Y, finalmente, le ayuda un oficial alemán, que siente en el virtuosismo de Szpilman al piano el indicio de una común identidad que hermana a ambos.

La violencia y el horror sin límites que salpican la pantalla no están en modo alguno banalizados, ni tampoco buscan primordialmente conmover al espectador. Las atrocidades aparecen sin énfasis, como si nuestra perspectiva fuera la de los personajes; éstos se van acostumbrando a vivir en unos umbrales de inhumanidad cotidiana tales, que se modifica su conciencia inmediata del daño. Sólo pueden pensar en salir vivos de cada agresión. No tienen tiempo de horrorizarse; a lo sumo son víctimas atónitas, aturdidas. La película va creciendo: la experiencia colectiva se individualiza paulatinamente; del sufrimiento compartido por millones de seres humanos pasamos a una peripecia personal e insólita, una anomalía en el férreo orden del exterminio, un milagro. Cuando Szpilman se convierte en el náufrago de la desolación, el relato refleja el heroísmo humano que late en las ruinas de Varsovia. El coraje de un mundo subterráneo que mantiene encendida la llama de la dignidad.

Con estilo clásico, el filme nos acerca a los sucesos y nos invita a meditar sobre su sentido. La cámara deja ver, no guía la mirada, aunque en determinados momentos hace que sintamos la angustia física de Szpilman. El alma del náufrago está plenamente exteriorizada en imágenes, en ruidos y en el anhelo de la música desaparecida con la que aún sueña Szpilman. No miente Polanski cuando afirma que es su obra más esperanzada. El pianista propone una fábula sobre las extrañas e inesperadas fuentes de la solidaridad. La salvación del náufrago tras años entre las ruinas del mundo humano tiene la ejemplaridad de las metáforas inverosímiles y verdaderas.

Las horas, una crítica de la razón poética, por álvaro Pombo
Gangs of New York, pulso y voz inconfundibles, por Juan Bonilla
Chicago, musical para sobrevivir, por Eduardo Medicutti
Hable con ella, la estancia iluminada, por Gustavo Martín Garzo