Image: La tragedia de un hombre ridículo

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Cine

La tragedia de un hombre ridículo

A propósito de Schmidt

13 febrero, 2003 01:00

Jack Nicholson construye un personaje memorable en A propósito de schmidt

Director: Alexander Payne. Intérpretes: Jack Nicholson, Kathy Bates. Guionista: Alexander Payne y Jim Taylor (III). Fecha de estreno: 14 febrero

¿Es la América del Medio Oeste el archipiélago del horror? Islas de cemento disgregadas como manchas de petróleo sobre una moqueta gris, habitadas por hombres grises que han gastado sus vidas en oficinas grises, en autopistas que les conducen a sus casas grises con jardín, sin más amigos que la televisión por cable y una caravana gris y reluciente dormida bajo los olmos. Alexander Payne nació en el Medio Oeste y allí ha situado la acción de su breve y brillante filmografía. El Omaha de Payne se parece más al Pittsburgh de George A. Romero que al Baltimore de Barry Levinson. Para entendernos, se parece más a la América de Zombi que a la de Avalon. Es una América que Warren, el protagonista de A propósito de Schmidt, tiene la responsabilidad de representar. A sus sesenta y seis años, esperando que la minutera del reloj llegue a las cinco en punto y marque el comienzo de una nueva época, tiene puesto todo el entusiasmo en su jubilación, en la libertad del ocio. Lo que le aguarda al otro lado de la puerta es, sin embargo, el vacío, los sueños enterrados de su adolescencia, el futuro prematuramente asesinado de una nación cuya joven historia se resume en la inquietante presencia de un edificio, sede de una compañía de seguros, que se alza como un tótem maléfico en un cementerio.

Si la extraordinaria Election suponía un elogio de la multiplicidad del punto de vista como método para analizar una realidad política que no sabe deletrear las palabras "ética" y "moral", A propósito de Schmidt es un manifiesto a favor del monólogo interior, un magnífico estudio sobre la verdad de lo que siente, piensa y observa un pobre hombre al borde de su propia miseria. Utilizando como astuto recurso dramático las cartas que Schmidt le envía a un niño de Tanzania que ha apadrinado a distancia, Payne y su co-guionista habitual, Jim Taylor, muestran sin pudor la angustia del americano medio, el que descubre que no soporta el olor de su mujer después de cuarenta y dos años de matrimonio, el que es capaz de enterrarla en el ataúd más barato de la funeraria, el que no quiere darse cuenta de que su hija le desprecia, el que iniciará un viaje con retorno para admitir que, a fin de cuentas, es demasiado tarde para volver atrás. Como el Willy Loman creado por Arthur Miller, Schmidt no sólo es un cascote de entre tantas ruinas del sueño americano sino también el fósil precoz de una civilización que se empeña en confundir los museos con los parques temáticos, la Historia con los mapas de los centros comerciales.

A esta ejemplar construcción de personaje, servida en planos generales, fríos y desangelados, no es ajeno Jack Nicholson, que hace de Schmidt una de sus creaciones más memorables. En un impresionante ejercicio de sustracción, sobre todo teniendo en cuenta su facilidad para la sobreactuación, Nicholson desaparece tras la piel de este burócrata cobarde y necesitado de afecto, exhibiendo su tristeza y su egoísmo, comprendiendo hasta la última de sus plegarias desatendidas. Ni un átomo de condescendencia asoma por los poros de la interpretación del protagonista de El resplandor. Ha desaparecido la hipérbole del gesto, la mueca del actor egocéntrico, la superioridad de quien sabe que puede reírse del personaje que encarna. Hay respeto por el patetismo, hay dignidad en una mirada que traduce la intensidad de la mirada de Payne. Nicholson está mayúsculo, inconmensurable: pocos actores sabrían transmitir la sensación de pérdida que da la muerte de un ser querido como él en la secuencia del entierro, cuando sus ojos se clavan en esos detalles -los que riegan las aceras, el cielo, el vacío- que hacen de la vida algo tan banal como indescifrable.

Cuando Schmidt decide asistir a la boda de su hija Jeannie (Hope Davis) para impedir que se case con un vendedor de camas de agua (Dermot Mulroney), la película se convierte en una road movie menos divertida de lo que parece. Es cierto que Payne es un director satírico, seguramente porque conoce muy bien el pequeño mundo que observa tras su lupa, pero A propósito de Schmidt está muy lejos de ser una comedia. Más allá de las risas que despiertan algunos de los comentarios a pie de página de Schmidt, más allá incluso del agudo retrato de una familia excéntrica liderada por una portentosa Kathy Bates, lo único que nos queda como espectadores es contemplar y sentir la tragedia de un hombre ridículo que creyó en el poder reparador e iniciático de un viaje para descubrir que a su vuelta sólo poseía el amor vicario de un niño africano. Schmidt se ha dado un garbeo por un país sin ironía y regresa con las manos vacías. Y hay algo de Schmidt en todos nosotros.