Image: Sutil y provocativo

Image: Sutil y provocativo

Cine

Sutil y provocativo

Retrospectiva de Todd Haynes

22 noviembre, 2000 01:00

Festival Internacional de Cine de Gijón

Tres largometrajes, tres joyas. El norteamericano Todd Haynes es uno de los más provocativos y originales directores del cine independiente. Autor de las obras Poison, Safe y Velvet Goldmine, el Festival de Cine de Gijón le dedica una completa retrospectiva en la que podrá verse un título inédito: Dottie Gets Spanked.

Mujeres aquejadas de extrañas alergias medioambientales, ídolos del glam-rock que rompen su imagen en astillas que arañan la memoria, niños que se suicidan y echan a volar, presos que descubren la homosexualidad en medio de escupitajos y cicatrices. Todos ellos son los protagonistas del cine de Todd Haynes (2 de enero de 1961, Los Angeles), el que tal vez sea uno de los independientes más insobornables -se me ocurre, claro, Jarmusch, Hal Hartley, Lodge Kerrigan, Todd Solondz, Jonathan Nossiter y, seguro, un breve etcétera- del cine moderno.
El Festival de Cine de Gijón, que sigue así con su impecable línea de programación, le rinde homenaje con un ciclo -en el que se proyectará su inédito Dottie Gets Spanked, realizado para la televisión- y un libro-estudio titulado Todd Haynes. El creador seminal, coordinado por el periodista Manuel Lechón. ¿Ciclo, con sólo tres largometrajes en su haber? Sí, ciclo: a Haynes se le debe reivindicar, también, por su trabajo en la sombra.
Junto a Barry Ellsworth y Christine Vachon, otra de las líderes del cine indie (productora, entre otras, de Go Fish y Boys Don´t Cry), fundó la Apparatus Productions, pequeña cooperativa neoyorquina que se dedica a sacar dinero de debajo de las piedras para financiar pequeñas películas. Licenciado en Arte y Semiótica por la Brown University, Haynes no ha cejado en su empeño de investigar cuál es el contorno, la validez y la verdad del concepto de representación en la cultura moderna. Lejos de ser un cineasta gay al uso (lo más curioso es que está considerado uno de sus ideólogos), Haynes es oblicuo, esquinado y profundamente sutil. Ninguna de sus películas es gay del modo en que lo podía ser el cine de Fassbinder o puede serlo el de su coetáneo Araki: lo define bien el crítico Geoff Andrew cuando habla del cine de Haynes como un ensayo sobre las diferencias irreconciliables entre "imagen" y "realidad", o "imagen pública" e "imagen interior".

Haynes recuerda con cariño lo que le dijo su admirada profesora de instituto Chris Adams: "El cine no es realidad; la realidad no puede ser un criterio para juzgar el éxito o el fracaso de una película, o los efectos que tiene sobre ti". La realidad es, según Haynes, el modo en que nos representamos a nosotros mismos. Con frecuencia, la realidad es, pues, una proyección de nuestras frustraciones, de la influencia que el entorno ejerce sobre nuestra imagen, rota en mil mentiras. Su ópera prima, Superstar: The Karen Carpenter Story, mediometraje de culto, es, tal vez, el más diáfano ejemplo de su filosofía conceptual.

Actores por muñecas

La mitad femenina de los Carpenter fue, sin lugar a dudas -como diez años antes lo fue Marilyn Monroe, o quince años antes lo fue James Dean: víctimas icónicas de la muerte mediática-, el paradigma de la antiheroina posmoderna: devorada por desórdenes alimentarios que derivaron, finalmente, hacia la anorexia y la drogodependencia, la Carpenter fue, en el fondo, el espejo donde se reflejaba la América del Watergate, la América de la Cultura Pop, la América del Amor Libre, la América de la Fama Efímera. No fue, sin embargo, el mayor atrevimiento de Todd Haynes el mezclar esta biografía -cuya exhibición prohibió Richard Carpenter, el hermanísimo, por mandato judicial, alegando que el cineasta norteame- ricano utilizó canciones del dúo sin adquirir los derechos- con testimonios, entrevistas y documentos varios. Su mayor osadía fue sustituir los actores por muñecas Barbie, símbolos "kitsch" de un americanismo que se sueña delgado y rosa, falso sin ambages.

A Haynes le interesaba la pintura. Pintó como método para medir la elasticidad de los límites de la representación; la tradición, los géneros, las modas. "Es una manera de desarmar las convenciones de las diferencias que nos han impuesto para reescribir nuestras propias diferencias", dice Haynes. ¿Es Poison la película escandalosa que el reverendo Donald E. Wildmon quiso denunciar? De ningún modo: Poison, gran película tripartita, transgrede las fronteras de los desconcertantes géneros en los que se encuadran sus sketches -el cine de ciencia-ficción de serie B de los cincuenta, el falso documental, el realismo mágico-melodramático- para construir un irónico y poderoso discurso sobre la tolerancia y la diferencia sin eludir temas tan escabrosos como el sida y sus consecuencias socioculturales.

Su insólita libertad formal, nunca gratuita, prefigura la estructura de puzzle de Velvet Goldmine. Ninguna de las tres historias, que parecen nacer y morir en infiernos distintos, tienen algo en común. Las tres superan con creces el estilo de los géneros a los que imitan, poniendo en duda, por tanto, los modelos a los que representan.

La enfermedad, que protagoniza el segmento "Horror" de Poison, colonizará el argumento de Safe, la película más lineal, austera, difícil y conseguida de Haynes. La extraña alergia que sufre Carol White (Julianne Moore: la mejor actriz imaginable para este personaje imposible) la aisla de su entorno hasta anclarla en un universo de planos generales, encerrada en inquietantes habitaciones de revista de interiorismo, recubiertas de espejos que no le devuelven ninguna imagen que no sea la de su propio vacío pelirrojo y pequeñoburgués. Haynes la refugia en un universo "New Age" típicamente californiano, visto con la frialdad y la distancia de quien aguarda turno para atravesar el umbral de su propio fin. No se equivocaba Emmanuel Levy cuando afirmaba que Safe se inscribe en el género de las "películas de mujeres" que Sirk y Fassbinder cultivaron con entusiasmo; pero la visión que tiene Haynes del melodrama, gélida y silenciosa, lo vacía de su contenido romántico. A Carol le faltan las palabras para describir lo que siente, porque las palabras "te enseñan lo difícil que resulta obtener la verdad, y lo difícil que resulta articularla". No es extraño que Safe, película que aplaudiría con pasión el Antonioni de El desierto rojo, termine, pues, con uno de los planos más desoladores del cine de los noventa: Carol repitiéndole "Te gusto" a su propia imagen reflejada en el espejo. El ser humano del fin de siglo no se puede identificar ni siquiera con su propia representación objetiva.

Biografía apócrifa

De seres humanos incapaces de reconocerse a sí mismos, turbados por la invasión de su máscara pública en su esfera privada, habla Velvet Goldmine, compleja biografía apócrifa que homenajeaba a la perfección la estética del cine de los setenta -el cine-rock de Donald Cammell, Ken Russell y compañía- sin olvidar que su argumento tenía mucho más en común con Ciudadano Kane y Oscar Wilde que con Performance o Tommy. En manos de un periodista fascinado por su misteriosa figura (Christian Bale antes de convertirse en Patrick Bateman), la estrella de rock Brian Slade -y su alter ego Maxwell Demon: algo así como David Bowie y Ziggy Stardust- se transforma en el signo de interrogación que ensombrece la brillantez y la nostalgia de toda memoria colectiva que se enorgullezca de haber vivido y protagonizado una época gloriosa.

Haynes recorre el oscuro camino que lleva de la memoria individual a la coral sin perder nunca la perspectiva crítica sobre el paisaje cultural que encuentra a su paso. Su cine, premeditadamente anarrativo, más atento al estilo que al contenido, resulta, definitivamente, una buena lección de Historia Contemporánea: una lección que parte de lo particular a lo general para enfrentarnos a los espectros de nuestra confusión sexual, cultural o ideológica. Si les apetece disfrutar con cada una de las imágenes de esta clase magistral, y no pueden acercarse a Gijón, no se preocupen: el ciclo visitará las Filmotecas de Valencia y La Coruña.

¿Qué ES EL "Queer Cinema?

En Hollywood, lo "gay" siempre ha sido sinónimo de "disfuncional". No fue hasta la consolidación del cine ‘indie’ -con un ojo puesto en las obras de Warhol-Morrisey- que la homosexualidad se convirtió en uno de los temas favoritos del celuloide filmado en los márgenes del sistema. Con el sida instalado en los cuartos oscuros del subconsciente gay, Miradas en la oscuridad, de Bill Sherwood, y Media hora más contigo, de Donna Deitch, contrataron como protagonistas a todos aquellos homosexuales que años más tarde serían banalizados en películas tan manipuladoras como Philadelphia. El "queer cinema" había nacido: Pauline Kael comparaba Mala noche, de Gus Van Sant, con Un chant d’amour de Jean Genet; Todd Haynes ganaba en Sundance con Poison, y Gregg Araki rodaba The Living End, su peculiar versión de Thelma y Louise. El "queer cinema" de calidad no habla tanto de la intolerancia social respecto al gay como de la "normalidad" moral del comportamiento homosexual. Pero el "queer cinema" sólo es la punta del iceberg de una tendencia que Hollywood ha desarrollado hasta el extremo más censurable: convertir a la homosexualidad en algo "políticamente correcto", un objeto de consumo de lo más rentable para atraer público (gay o heterosexual) a las salas de cine.