Cine

Cuarenta años de "Plácido"

LA INFELIZ CARIDAD

12 diciembre, 1999 01:00

Han pasado ya casi cuarenta Navidades desde la Nochebuena que de forma tan satírica recreó Luis G. Berlanga en su obra maestra Plácido. El Círculo de Bellas Artes de Madrid le realiza esta semana un homenaje proyectando la película que le llevó a Hollywood y concediéndole su Minerva de Oro. Según recuerda el director para EL CULTURAL, las cosas no han cambiado demasiado desde entonces en una sociedad que "cuando desea mostrar su cara más bondadosa acaba desvelando su verdadero carácter ruin".

A veces pienso que en la vida no cambian mucho las cosas. Cuando veo cada año por estas fechas el espectáculo de maratones televisivos benéficos, con toda su carga de publicidad encubierta, a señoras retratándose con niños pobres, o el sempiterno reportaje del mendigo al que le dan turrón, se me pasa por la cabeza que se podría hacer una nueva versión de Plácido. Algo así como Plácido 2000.

Volvamos sin embargo a la España de los primeros sesenta. En un panorama gris, hipócrita, de extrema sordidez, se nos vendía un alegre mensaje de paz y desarrollo económico. La burguesía pasaba del hambre de la posguerra al marisco como símbolo de la prosperidad. Había ante todo que aparentar, y la frugalidad dio paso a la orgía navideña.

Siempre me ha parecido que en las fiestas es cuando más se desnuda el verdadero fondo de los seres humanos, su realidad pavorosa, irracional y vil. Cuando el colectivo en plena euforia se convierte en una única y enorme bestia. Pensé en ese momento que las pascuas eran una excusa perfecta para retratar a esa sociedad que cuando desea mostrar su cara más bondadosa acaba desvelando su verdadero carácter ruin.
Yo era un admirador de los relatos de Rafael Azcona y estaba convencido de que su particular humor negro, su crueldad para descubrir las bajezas cotidianas podían trasladarse al cine. Con Marco Ferreri ya había escrito El pisito y El cochecito, unas películas en las que se reflejaba algo similar a lo que yo quería hacer. De inmediato adquirimos una perfecta complicidad para hacer el guión, que en parte recogía algunas cosas de sus cuentos Pobre y Muerto.

La idea central partía de una campaña de caridad: "Que por un día, todos seamos hermanos, que por un día olvidemos nuestros rencores, que por un día mostremos nuestra generosidad". Por un día. En principio se iba a llamar Siente a un pobre a su mesa, pero luego, no recuerdo bien si por razones de censura o de simple ahorro en los títulos, se quedó con el nombre del protagonista, Plácido. El esforzado conductor del motocarro con la propaganda al que le vence la última letra del vehículo el día de Nochebuena y no logra ir a pagarla, arrastrado por la vorágine de la solidaridad insolidaria.

La condición coral de la película tenía sobre todo intención de mostrar cómo el grupo acaba devorando a la persona. En eso Azcona me ayudó a transformar mi antigua anarquía vitalista por un concepto más definitivo de la miserabilización del ser humano. La idea de situarla en una ciudad de provincias, a la que llega un tren de artistas de segunda fila para dar de comer a los indigentes, nos ayudaba a crear un microcosmos que representaba a la sociedad española en general. El posible esperpento no dejaba de ser realista (el personaje que confundía los langostinos con sapos o la boda "in artículo mortis", moviendo la cabeza del agonizante para dar el sí estaban mismamente sacados de mi entorno familiar), y los personajes eran seres cotidianos, de los que podemos cruzarnos cualquier día por la calle, sometidos a una desgracia colectiva.

Paradójicamente, la historia de miserias me sirvió para ir a Hollywood a conocer el "glamour" del cine, junto al productor Alfredo Matas, y codearme con las estrellas en la cena de los Oscar. A lo mejor estas cosas al final sí tienen su recompensa caritativa. Aunque fuera algo parecido a "siente a un pobre director español en su mesa".

Luis G. Berlanga