Image: El otro Zúrich

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Entre dos aguas por José Manuel Sánchez Ron

El otro Zúrich

21 abril, 2017 02:00

Vista panorámica de la Escuela Politécnica de Zúrich (ETH). Foto: © ETH Zürich/ Gian Marco Castelberg

Dentro de Ciudades y Ciencia Sánchez Ron dedica su artículo a Zúrich, "una localidad con un pasado y un presente científico de primera magnitud". En su ruta particular, el académico recala en la Escuela Politécnica, también conocida como la ETH, donde Albert Einstein conoció a Mileva Maric.

Uno de mis lugares favoritos cuando viajo a Zúrich - y por razones familiares lo hago con cierta frecuencia- es la cafetería-pastelería Sprüngli situada en Paradeplatz. No es fácil encontrar sitio pues siempre está abarrotada, pero cuando lo encuentro pido un cappuccino, además de un pastel. Me gusta pensar que si fuese suizo y viviese en esta ciudad, los años del final de mi camino irían acompañados de muchas tardes sentado allí, viendo pasar los muchos tranvías que circulan por esa plaza, leyendo algún periódico o libro; dejando, en definitiva, pasar el tiempo. Lo que no es patente cuando uno está en Sprüngli, o cuando toma uno de esos tranvías, es que el subsuelo está ocupado por algunas de las muchas cámaras acorazadas de los poderosos bancos suizos. Zúrich es, en efecto, una ciudad elitista en la que, se podría decir, "se huele el dinero". Se huele y se ve, sin más que pasear por las tiendas de la Bahnhofstrasse, que, por cierto, pasa por Paradeplatz.

Yo, sin embargo, cuando estoy en Zúrich "huelo" otra cosa: una ciudad con un pasado y un presente científico de primera magnitud. Dominante en ese Zúrich no tan publicitado es su Escuela Politécnica, la Eidgenössische Technische Hochschule, o, como es conocida, la ETH (no debemos equivocarnos con que en su nombre figure "técnica", pues en ella la ciencia básica ocupa un lugar muy destacado). Fundada en 1855, la ETH fue una excepción en el sistema educativo suizo, al ser la única institución de educación superior financiada por el gobierno federal, lo que la distinguía de las doce universidades cantonales.

En 1855, su nombre era Eidgenössische Polytechniche Schule, o "Poly", un nombre (modificado en 1911) del que quedan restos en el tranvía eléctrico que permite subir, sin esforzarse, la empinada cuesta desde el centro de Zúrich a la Escuela, ya que se le conoce como "Polybahn". Tampoco en 1855 la Escuela disponía del impresionante edificio neoclásico, inaugurado en 1864, que se alza en una ladera que mira al río Limmat, con espléndidas vistas panorámicas sobre Zúrich y sus alrededores: las magníficas torres de sus iglesias, el lago, las montañas al fondo... En la fachada lateral de la ETH, orientada al noroeste, en la Tannerstrasse, aparecen una serie de frisos que recuerdan nombres que no se deberían borrar de nuestras mentes: Newton, Leonardo, Laplace, Cuvier, Gessner, Galileo, Bernoulli, Miguel Ángel, Homero, Durero, Alexander von Humboldt, Aristóteles, Pericles, Berzelius, Watt y Rafael.

En 1855 Suiza no era la nación rica que es ahora; en nada se podía comparar a Francia, Alemania o Austria. Su población era de 2,5 millones de personas y fundar una institución como la Poly constituyó una iniciativa tan inteligentemente previsora como arriesgada. Tal vez influyese la atracción que el desarrollo tecnológico estaba despertando entonces en todo el mundo, como muestra el extraordinario número de personas que visitaron la gran exposición mundial que se celebró en Londres en 1851, al igual que la Exposition Universelle de l'Industrie de París (1855). En consonancia con este auge tecnológico, durante el siglo XIX las enseñanzas que se impartían estaban concentradas en seis departamentos, de intereses prácticos: Arquitectura, Ingeniería civil, Ingeniería mecánica, Química, Silvicultura y Matemáticas.

Para mí, la ETH está unida indisolublemente al nombre de Albert Einstein. Allí estudió, conoció a quien sería su primera esposa, Mileva Maric, y ocupó una cátedra, la segunda de su carrera (la primera fue en Praga). Suiza -Aarau, Zúrich, Berna- fue para aquel alemán de nacimiento el lugar más parecido a una patria que conoció: nunca quiso abandonar la nacionalidad suiza que consiguió mientras estudiaba en la ETH. Pero el Zúrich científico es más que Einstein. Muchos de los grandes nombres de la física y la química de los años posteriores a su fundación, o bien enseñaron en la ETH o en la Universidad, situada justo al lado de aquélla.

En esta última, por ejemplo, enseñó Erwin Schrödinger entre 1921 y 1927; y si abandonó esta universidad fue porque había sido elegido -era un gran honor- para ocupar la cátedra que dejaba vacante en Berlín Max Planck al jubilarse. Por consiguiente, fue en Zúrich donde escribió y vio publicados los artículos en los que creó la mecánica cuántica ondulatoria. Y no hay que olvidar que fue la Universidad y no la ETH la que ofreció a Einstein su primer puesto académico, lo que le permitió dejar, en 1909, su empleo en la Oficina de Patentes de Berna.

También asociado a la ETH encontramos a otro de los grandes físicos del siglo XX, el austríaco Wolfgang Pauli (1900-1958). Considerado por algunos la "conciencia de la física" de su tiempo, su gran logro fue la formulación de una pieza esencial para la física cuántica: el "principio de exclusión" (recibió el Premio Nobel de Física por ello). Se convirtió en catedrático de la ETH en 1928, pero en 1940, alarmado por la guerra ya en curso en Europa, se trasladó a Estados Unidos, al selecto Instituto de Estudio Avanzado de Princeton. Allí, sin obligaciones docentes, rodeado de lumbreras intelectuales, podría haber pasado el resto de su vida, sin embargo, en 1946 decidió regresar a Zúrich.

Hombre con una compleja personalidad, Pauli necesitó ayuda después de una serie de sucesos traumáticos. La encontró en otro profesor de la ETH, el famoso psicoanalista Carl Jung. La relación entre ambos, que a la postre influyó en los dos, se recoge en un libro publicado en 1996 por Alianza Editorial: Wolfgang Pauli y Carl G. Jung. Un intercambio epistolar, 1932-1958, de Carl A. Meier Pero, aunque la física destaque, probablemente la química fue la ciencia más importante en Zúrich, algo no sorprendente si se tiene en cuenta las multinacionales farmacéuticas que tienen sedes y laboratorios en Suiza -Hoffmann-La Roche y Novartis, surgida ésta de la fusión de CIBA, Geigy y Sandoz, empresas ya bien establecidas en el siglo XIX-, y lo que la química orgánica representó y representa en el mundo de los productos farmacéuticos.

Si se toma como indicador de excelencia la obtención de un Nobel, encontraremos un buen número de químicos que trabajaron en la ETH y que recibieron ese galardón en Química; por ejemplo: Richard Willstätter (Nobel en 1915 por sus trabajos sobre los pigmentos de las plantas, especialmente la clorofila), Peter Debye (1936 por sus investigaciones sobre estructuras moleculares), Richard Kuhn (1938, por sus investigaciones sobre las vitaminas), Leopold Ruzicka (1939, por haber sintetizado la androsterona y testosterona), Thadeus Reichstein (1950, por descubrir la cortisona) y Hermann Staudinger (1953, por sus aportaciones en el campo de la química macromolecular, trabajos que permitieron que se expandiera la industria de los plásticos). En la Universtätstrasse, muy cerca de la ETH, se encuentra un testigo de aquel fructífero mundo químico: el edificio que acogía los Chemische Laboratorien (Laboratorios de Química) y que ahora alberga al Departamento de Informática y Ciencias de la Computación.

Estas son algunas de las muchas historias del pasado -y presente- científico esplendoroso de Zúrich.