Recreación artística de la fibra óptica

Si hay algo que caracteriza hoy a la humanidad es eso que llamamos “globalización”, un concepto que el Diccionario de la Real Academia Española define apropiadamente con las siguientes acepciones: “Extensión del ámbito propio de instituciones sociales, políticas y jurídicas a un plano internacional”; “Difusión mundial de modos, valores o tendencias que fomenta la uniformidad de gustos y costumbres”; y “Proceso por el que las economías y mercados, con el desarrollo de las tecnologías de la comunicación, adquieren una dimensión mundial, de modo que dependen cada vez más de los mercados externos y menos de la acción reguladora de los Gobiernos”. Sí, la nuestra es la “Era de la Globalización”, y sabemos muy bien que depende de un amplio conjunto de desarrollos tecnocientíficos entre los que destacan la invención (1947) del transistor, de esos “hijos” suyos llamados “circuitos integrados” y de la irrupción de lo digital (sistemas que sólo toman valores discretos) frente a lo analógico (sistemas que poseen valores continuos). Y no olvidemos que, de forma similar al caso del transistor, que debió su existencia a un avance netamente científico como es la física cuántica, el mundo digital es deudor de desarrollos procedentes de la matemática, siendo obligado recordar los nombres de George Boole (1815-1864), Alan Turing (1912-1954) y Claude Shannon (1916-2001).

Para mostrar la interconexión de esos mundos tecnocientíficos basta con señalar que en 1954 se completó el primer computador-ordenador digital, el TRADIC. Escalonadamente, pero cada vez con intervalos más pequeños, los computadores se hicieron más potentes, más rápidos, más pequeños y más baratos (en la década de 1970 llegaron los computadores personales). En la actualidad, el mundo digital es el reino de los terminales, los módems (aparatos que convierten las señales digitales de los ordenadores en analógicas para poder transmitir la información por la red telefónica de cobre, y viceversa), de los lenguajes-protocolos de programación como http, que sirve para transferir información por Internet; de los bits (acrónimo de binary digit), bytes (conjuntos ordenados de 8 bits), megabytes (1 megabyte es un millón de bytes) y las sucesivas unidades, gigabytes, terabytes, etc.; de Internet, del correo electrónico, los servidores, las “nubes”, las redes sociales, los teléfonos inteligentes, las tabletas, de la fibra óptica (cables constituidos por hebras de vidrio o de plástico transparente y flexible por las que viajan señales digitales de luz con muy poca pérdida de potencia, e ideales para transmitir millones de comunicaciones simultáneas) y de las realidades virtuales, que amenazan con reemplazar a la vida “real” durante una buena parte de nuestras existencias.

No hay duda de que todo esto ha cambiado el mundo que existía hace menos de un siglo. Pero a veces es bueno mirar hacia el pasado buscando precedentes. Y este mes de julio de 2016, podemos encontrar uno de esos precedentes: el 27 de julio de 1866, hace pues 150 años, se completó la instalación de un cable telegráfico submarino que unía Europa -la isla irlandesa de Valentia - con Newfoundland, en Canadá. El día siguiente llegaban a esa localidad, enviados desde Inglaterra, dos mensajes extraídos del periódico The Times: “Es un gran trabajo, una gloria para nuestra era y para nuestra nación, y los hombres que lo han conseguido merecen ser honrados entre los grandes benefactores de nuestra raza”. “Se ha firmado un tratado de paz entre Prusia y Austria”. (Con anterioridad, en agosto de 1858, es cierto, ya se habían enviado mensajes utilizando otro cable transatlántico, pero éste dejó de funcionar a los pocos días).

El 27 de julio hará 150 años que se instaló un cable telegráfico submarino que unía Europa con Canadá

El cable de 1866 no fue sino la culminación de una serie de desarrollos científicos y tecnológicos, basados en la física del electromagnetismo, que revolucionaron la transmisión de señales electromagnéticas mediante cables, instalados, primero, sobre la tierra o enterrados y, luego, atravesando ríos y, cuando la tecnología avanzó más y los empresarios se animaron a arriesgar capitales, cruzando franjas marinas como el Canal de la Mancha (agosto de 1850).

Como sucede con todas las tecnologías nuevas, surgieron problemas. Uno importante fue encontrar un material que evitase la pérdida de corriente y el deterioro de los cables depositados en los salados fondos marinos, algo que se logró con la introducción en 1849, procedente de China, de la gutapercha. Otros problemas graves tenían raíces científicas mucho más complejas, como el efecto de la inducción y el retardo de la señal en los cables submarinos, que se resolvieron gracias al talento de un extraordinario científico, William Thomson, al que, en agradecimiento por su trabajo, la reina Victoria premió con el título de Sir, al que años más tarde seguiría el de Lord, lord Kelvin.

Acostumbrados como estamos hoy a transmitir prácticamente de manera instantánea cantidades gigantescas de datos, puede parecer ridículo que yo titule este artículo “la globalización comenzó hace 150 años”. Ciertamente, se trataba de una globalización muchísimo más modesta, pero aun así, cualitativamente, la ruptura con el pasado fue enorme. Hasta entonces, para transmitir una noticia entre Europa y Norteamérica el procedimiento más rápido era una travesía marítima, y si pensamos en un viaje de ida y vuelta, esto es, en un diálogo, entonces pasaban varias semanas. Políticos, militares, hombres de negocios, toda la sociedad en definitiva, tuvieron que aprender nuevos modos de comportamiento. Si observásemos el globo terrestre, veríamos cómo, a partir de 1866, su superficie se fue poblando, como si fuera una inmensa tela de araña, de cada vez más cables telegráficos submarinos.

Después de aquella telegrafía, “con hilos”, llegó la “sin hilos”, esto es, las transmisiones inalámbricas de señales electromagnéticas por el espacio, que terminó conduciendo a lo que llamamos “radio”. El gran hito en este sentido tuvo lugar cuando el 12 de diciembre de 1901 Guglielmo Marconi transmitió un mensaje desde Poldhu (Inglaterra), a St. John (Canadá), separadas por 28.800 kilómetros.

Es cierto que la ciencia y las tecnologías que han producido el actual mundo digital son extremadamente superiores a las disponibles hace 150 años, pero aun así no era imposible vislumbrar entonces algo de lo que traería el futuro. Véase si no, lo que manifestó en 1897, durante una conferencia, un catedrático de Física aplicada e Ingeniería eléctrica inglés, William Edward Ayrton: “No hay duda de que llegará el día, en el que probablemente tanto yo como Vds. habremos sido olvidados, en el que los cables de cobre, el hierro y la gutapercha que los recubre serán relegados al museo de antigüedades. Entonces cuando una persona quiera telegrafiar a un amigo, incluso sin saber dónde pueda estar, llamará con una voz electromagnética que será escuchada por aquel que tenga el oído electromagnético, pero que permanecerá silenciosa para todos los demás. Dirá ‘¿dónde estás?' y la respuesta llegará audible a la persona con el oído electromagnético: ‘Estoy en el fondo de una mina de carbón, o cruzando los Andes, o en el medio del Pacífico'”. Suena familiar, ¿verdad?