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Ciencia

¿Qué recordamos y qué olvidamos del verano?

Las emociones son el mecanismo más utilizado por el cerebro y la mente humana para seleccionar lo que no olvidamos

28 agosto, 2019 08:24

La respuesta es fácil: recordamos la maravillosa habitación con vistas que nos dieron en el hotel, aquella cena romántica a la luz de la luna, el concierto de nuestra cantante favorita o la hermosa colección de fuegos artificiales que presenciamos sobre la playa. Pero, también recordamos lo mal que nos habló (o que le hablamos) a aquel camarero que tardó tanto en servirnos, la medusa que estuvo a punto de picarnos cuando nadábamos en el mar, el golpe que le dimos con nuestro coche al joven que conducía una moto, o la pesadumbre de los últimos días al pensar que las vacaciones se acababan y teníamos que volver al trabajo y la rutina cotidiana.

En definitiva, de las vacaciones como del resto de la vida tendemos a recordar todo lo que nos emocionó, positiva o negativamente. Las emociones son el mecanismo más utilizado por el cerebro y la mente humana para seleccionar lo que recordamos y, por exclusión, lo que generalmente se olvida, por intrascendente. Mejor no lo podía hacer nuestro cerebro, pues lo que nos emociona suele ser lo que de un modo u otro nos resulta importante y, por tanto, lo que conviene recordar. Lo que no nos emociona, poco puede importarnos y no parece conveniente inundar el cerebro con información irrelevante.

Cuando nos emocionamos, la amígdala, una estructura del cerebro emocional activa al hipocampo, una de las estructuras del cerebro más implicadas en la formación de las memorias. Esa activación es muy rápida pues ambos, amígdala e hipocampo, están próximas en el lóbulo temporal del cerebro y se comunican a través de las prolongaciones y descargas eléctricas de sus neuronas. Pero ahí no acaba todo, porque en situaciones emocionales la amígdala activa también al mismo tiempo el llamado eje hipotalámico-hipofisario-adrenal, una vía más lenta cuya consecuencia es que las glándulas suprarrenales segreguen a la sangre hormonas como la adrenalina y el cortisol que, a su vez, van a activar también al hipocampo facilitando la formación de las memorias. Como remachando el clavo, podríamos decir.

Es por ello que la comúnmente denostada adrenalina no sólo no es un deshecho que hay que eliminar del cuerpo (tirándonos, por ejemplo, de un puente, atados con una cuerda) sino que es una sustancia endógena, es decir, fabricada por nuestro cuerpo, que, además de energizarlo automáticamente en situaciones como las emocionales que pueden requerir acción (para huir, por ejemplo, en caso de peligro), también sirve para facilitar la formación de las memorias. Si no fuera por la adrenalina y otras hormonas como el cortisol, probablemente recordaríamos muy poco de lo que nos ocurrió en las vacaciones y tendríamos que inventárnoslo.

Pero no hace falta perder adrenalina para inventarnos recuerdos, pues las memorias son siempre interesadas y con el paso del tiempo y su repetida evocación solemos modificarlas a conveniencia hasta el punto de llegar a veces a creer que pasó lo que en realidad nunca pasó. Cuando se trata de recordar situaciones complejas, como los orígenes de una pelea, lo que se dijo en un debate sobre política o cómo fue la relación afectiva con una determinada persona, la evocación suele ser un proceso mental activo, una reconstrucción no siempre fiel de lo que verdaderamente ocurrió y se almacenó originalmente en la memoria.  

Por eso, cuando nos aprestamos a explicar a compañeros o amigos nuestras pasadas vacaciones, ya vamos parapetados sin apreciarlo para conducir el relato del modo más ajustado a lo que querríamos que hubiera ocurrido en lugar de a lo que realmente ocurrió. De tal modo que lo más probable es que, en contra de lo manifestado, ni lo pasamos tan mal cuando tuvimos el accidente, ni le cantamos las cuarenta al camarero que nos atendió (en realidad fue él quien nos las cantó a nosotros por intransigentes), ni ligamos tanto. Y lo más sorprendente es que podemos acabar creyéndonos nuestra propia tergiversación de la realidad. Pero, ¡tranquilos! No es que tratemos de engañarnos a nosotros mismos, es que esa es nuestra naturaleza, y a ella estamos, irremediablemente, abocados.

Ignacio Morgado es catedrático de Psicobiología de la Universidad Autónoma de Barcelona
y autor del libro
Deseo y placer, publicado por Ariel.