Se ve que últimamente los opinadores de cualquier gremio andan muy ocupados y con más tiempo de escuchar canciones que de leer poemas, y por eso se ha puesto de moda decir que los cantantes son poetas y cosas por el estilo. Dylan suena para el Nobel, a Leonard Cohen le dan el Príncipe de Asturias... Que digo yo: por la misma regla de tres, ¿arrasará Antonio Gamoneda en la próxima entrega de los MTV awards gracias a la extrema musicalidad de su poesía?



Voy a citar al gran Pero Grullo y me quedaré tan ancho: un poema no es una canción. Lo que no quiere decir, desde luego, que una gran canción no nos pueda emocionar igual que un gran poema. De hecho, lo normal es que nos emocione más, es lo que tiene la música. Pero no es lo mismo escribir un texto con el apoyo de la música que sin él. Ea, otra obviedad. Y leídas sin sus músicas correspondientes, las letras de los citados tienen un encanto innegable, pero no son más que borradores de poemas. Si Dylan rima Durango con fandango. No me fastidien...



A mí me encanta Dylan y me encanta Cohen, pero decir que son poetas es como decir que Ramón Gómez de la Serna era pintor porque hacía unas imágenes buenísimas. O fotógrafo, ya puestos.



Ni Dylan es poeta ni Cohen tampoco. Bueno, Cohen sí, pero bastante discreto. No están mal del todo La energía de los esclavos o Comparemos mitologías pero si no fuera por sus discos no creo que hubieran tenido más de un par de cientos de lectores. Su último libro de poemas, de hecho, El libro del anhelo, es horroroso hasta decir basta. Dicen unos versos de ese libro: "Soy esta cosa que necesita cantar / me encanta cantar [...] / OH DIOS quiero cantar / soy ESTA COSA QUE NECESITA CANTAR", grita Cohen, con todas esas mayúsculas incluidas, en un poema ingeniosamente titulado "Cosa". Pues que cante, hombre, quién le quita.



Tampoco era poeta Gainsbourg ni lo es Battiato aunque ganase el premio Eugenio Montale y se lo parezca a Eva Hache. Otra cosa es que sus letras nos den grandes versos sueltos, incluso grandes imágenes de conjunto, pero que no se sostienen sin la música. Sería un ejercicio divertido e interesante que algún poeta tradujera sus letras de canciones a poemas, haciendo los cambios necesarios para que funcionasen en el nuevo lenguaje.



La editorial zaragozana Eclipsados reúne ahora en un estuche con dos tomos la poesía completa de José Antonio Labordeta (Zaragoza, 1935-2010). Su título es Setenta y cinco veces uno y en realidad son dos libros: de un lado, un minucioso estudio de Antonio Pérez Lasheras titulado La duda del paisaje (Vida y obra de José Antonio Labordeta); de otro, la poesía del polifacético zaragozano.



Y, después de todo lo que hemos dicho... ¿Era Labordeta un poeta?





Pues sí. Otros tendrán que decir si era un buen cantante o si sus mandobles a la guitarra emocionan por otras causas. Pero sí que era un poeta y un poeta, además, de la estirpe de Machado, la que ha dado lo mejor de la poesía española del siglo XX, la de Blas de Otero, la de Ángel González. Esa era la cuerda de Labordeta, la de una poesía humana, ciudadana, que milita en la religión de un nosotros que nunca se olvida de que es la suma de muchos yoes. Labordeta era un poeta y ese era su árbol genealógico. Como muestra, un botón:



No hubo suficientes árboles

para cubrir de pájaros el arca de Noé.

Por esto,

las amables señoras del quinto derecha

bajarán con alcohol y mercromina

dispuestas a saludar al Año nuevo

con gotas de champán

-criado en cava-.

No hubo suficientes pájaros

para celebrar con laurel la última batalla.

Por esto,

los cadenciosos pasajeros del tren de los cadetes

despedían en bloque con pañuelos

los terribles paisajes de la calle

donde creció de golpe una paloma

-la Renfe se mejora-.

No hubo, nunca hubo,

demasiados gestos complacidos, complacientes

-Colón, el detergente más activo-

pasa con los callados paseantes de las ocho

Seguimos, eso sí,

y aquí el que tiene pan

-Bimbollos de las doce-

se siente fuerte.

No hubo suficientes árboles

y por eso fue prohibida

la ley de libertad individual

-Cantan, contigo-.

Nos hacemos más fuertes

más hermosos

ociosos

desastrosos los días que nos quedan

-con un reloj TITÁN

el tiempo no se acaba-.

Dijeron esto

momentos antes de que Hitler

mandara asesinar en las praderas.

Salud a los que tienen esperanza

porque, aquí, un servidor,

ya no la gasta.

He cambiado de marca.

Pepsi-Cola me da

lo que faltaba:



¡Agua!



Este poema debería haber sido parte de su libro Treinta y cinco veces uno (El Bardo, Barcelona, 1972) pero la censura decidió tacharlo. Esta nueva edición lo recupera junto a muchos otros.



Sin duda, muchos de estos poemas de Labordeta podían haber acabado en canciones. Pero estamos ante un poeta, capaz de emocionarnos con las armas únicas de la poesía. Y no es su poesía el único inédito de Labordeta que llega estos días a las librerías. Xordica acaba de editar Mercado central, una galería de retratos de diversos personajes aragoneses (escritores como Ismael Grasa, Cristina Grande o Javier Tomeo, bibliófilos como José Luis Melero, editores como Chusé Raúl Usón, el añorado Félix Romeo...) acompañado de las espléndidas ilustraciones de Luis Grañena.



Tenemos Labordeta para rato. No porque queden muchos más inéditos, que no lo sé; pero sí porque es un poeta al que sin duda volveremos para recordarnos que, por más adjetivos que nos pongamos a la hora de definirnos, siempre seremos, sobre todo, personas que viven con personas. Y sin falta de que nos cante.