La columna de aire por Abel Hernández

1993-2013: ¿Hora de recapitular?

6 enero, 2014 01:00
Hace unas semanas el británico Richard Osborne, escritor, bloguero y catedrático de Música Popular en la Universidad de Middlesex, publicaba en el semanario New Statesman un artículo donde se preguntaba qué había significado el último periodo de 20 años en el Pop. Según su criterio el lapso entre 1953 y 1973 abarcó un ciclo completo de invenciones desde el rock‘n’roll de Sun Records al postmodernismo de Roxy Music, y el siguiente, entre 1973 y 1993, mostró otro giro, con el punk, el post-punk, el hip-hop, el synth-pop, el house, el techno, el drum'n'bass, etc. Aunque Osborne se deja muchas cosas en su resumen (por ejemplo, shoegaze, dream pop, C86…), nos entendemos. En su opinión, el ultimo doble decenio que empezó en 1993 y acaba de terminar habría venido a ser el de la sustitución de lo innovador por lo novedoso, esa mercancía fresca y de rápida caducidad. La última habría sido esencialmente una época conservadora, sin otro estilo claro que la misma tendencia a la condensación de lo ya inventado en todas las décadas anteriores sucediendo a la vez y solapándose, que tan bien explicara ya Simon Reynolds en su ensayo Retromanía. Dejando al margen la ironía de que parece posible detectar una de las tendencias consolidadas en esos últimos tiempos en la profusión de libros y editoriales especializadas, en publicaciones periódicas y voces particulares desde los confines de Internet que tratan de explicar el Pop el historicismo y visiones académicas como la de Osborne, sí parece oportuno hacerse sin pesimismo la pregunta que el escritor birtánico se hace, sobre todo para situar un presente para la música pop que aparece tan poco reducible como apasionante. O sea, ¿acaba de consumirse un ciclo de dos décadas y empieza uno nuevo en 2014? Parece complicado afirmar algo así. Lo que sí parece claro es que en los últimos 4 o 5 años hay algo en el aire que permite pensar en cierto cambio de ciclo. Pero, quizá lo primero sea contestar la pregunta de Osborne sobre qué se ha cocido entre 1993 y 2013. Desde luego el periodo ha sido lo suficientemente complejo y rico como para dudar de una identidad muy determinada y para quien esto escribe contiene suficiente música buena como los anteriores. Pero, pese a esa difuminación, quizá sí hay una serie de características comunes. Para resumir algo parece claro: el doble decenido pasado ha sido el del desarrollo de un nuevo paradigma tecnológico donde lo digital, la difusión híper veloz y en red de la información y lo electrónico han sido los reyes. Su suma ha proporcionado un momento singular de una gran acumulación de la información en paralelo a una desconocida facilidad para cualquiera a la hora de crear, producir y publicar música, incluidos los menos preparados musicalmente (los no músicos) o adinerados. Esto es, una ruptura en la cadena de montaje de la industria y de los intermediarios clásicos. El papel de éstos se ha visto en buena parte desfigurada y se ha vuelto borrosa: figuras como las del sello discográfico, el vendedor de discos, el crítico o periodista especializado, han perdido preeminencia, a la vez que la exigencia de innovación, de renovación modernista ha sido sustituido por un conglomerado de variables. Ello, junto con la alucinante multiplicación de la oferta ha llevado a una imposibilidad para absorber y procesar una gran parte de lo surge y ha derivado en confusión, mezcolanza, mayor competitividad entre los músicos, añoranza de tiempos pasados (y más cristalinos) y creatividad a porrillo. Quizá se pueda concretar un poco más el resumen. Veamos:  

Electrónica

El podio durante el doble decenio 93-13 ha sido para la música electrónica a todos los niveles. Los músicos sintéticos y sus máquinas, los productores y los DJ’s se han convertido en los nuevos reyes del mambo. La estética y ética de club impera pasando de la marginalidad extrarradial, underground y marcada por las preferencias sexuales o la identidad étnica perseguidas (negros, latinos, LGBT…) y, desde principios de los 90, todos los nuevos estilos musicales han emergido de ese magma aún incipiente en los años 80. Pero, además, este auge de la música electrónica ha afectado a casi todos los contextos del pop y el rock (¿Cómo entender si no a bandas como Animal Collective, Beck, Radiohead, Primal Scream, Bjork o Caribou?, por usar sonados ejemplos) de la misma manera que ha llevado también a sus triunfadores electrónicos (músicos, salas, festivales) a adquirir algunos de los tics más nefastos del estrellato rockero.

 

¿Indie > Mainstream?

Si se quiere salvar algo del rock quizá sólo sea posible con cierta resistencia promovida por el entorno de difícil clasificación al que nos referimos como música Independiente de un modo tan general y variopinto que se vuelve dudoso. Pero sin duda algo así existe y de hecho esta última doble década puede verse como la de su consolidación. La de músicos que entienden la integridad artística por encima de todo lo demás, empezando por el rendimiento en el mercado. Un saco raro de cosas de carácter muy desigual y sin estilo claro, algunas muy populares y vendedoras mientras aguantó el negocio, donde puede meterse a Bill Callahan, a Pavement, a Portishead, a Blur, a Neutral Milk Hotel, a Vampire Weekend a Le Mans o El niño gusano, a Grimes o a Dominque A. En reverso: parece complicado acordarse de un disco de rock dentro del mainstream de los últimos 20 años que trascienda su momento de pelotazo. Mientras, en estos veinte años el mainstream ha explotado sus catálogos, sus derechos de autor, sus dinosaurios, y ha promovido a través de su poderosa maquinaria publicitario-propagandística, lo “nuevo”, fundamentalmente productos de televisión (concursos, realities, series de Disney Channel), y boys y girls bands y sus consecuencias, sin dejar de perder ventas de discos pero acaso no perdiendo sino ganando capacidad de influencia en la población.  

Global

Lo global es otro de los aspectos esenciales pero, pese a la consolidación de las etiqueta World Music y de la mayor presencia de lo étnico, pese a las ventanas abiertas a la música de África, Latinoamérica, India, los Balcanes o el mundo árabe, hemos asistido a una mayor globalización de lo anglosajón. Con contadas excepciones puntuales, el pop, en su gran centro comercial y sus comercios escondidos en los márgenes, sigue siendo esencialmente estadounidense-canadiense (con la Americana, y el neo-folk y los nuevos cantautores como fenómenos mudiales determinantes) y de las tierras del antiguo imperio británico, y la distancia en cuanto a la vitalidad de la música que exporta es grande. Lo que emerge aisladamente de países como Suecia, Alemania, Francia, Chile, Argentina e incluso España tiene un inconfundible sello anglo. Tras cierta efervescencia de la primera mitad de este doble decenio, el indie de los países europeos parece haberse quedado un poco estancado en sus propias maneras de un mimetismo ilustrado pasado por lo local y en un estado dubitativo entre buscar raíces o mimetizarse aún más con lo anglosajón.  

Autoconsciencia

Mainstream y géneros/estilos paralizados son cada vez más autoconscientes, sencilla y honestamente autoparódicos. La exhibición permanente de sus flaquezas, la ostentación de la necesidad de fama se alimenta en parte del “bucle virtuoso” en el que se encuentra con respecto a la valoración del público hipster y alternativo en general. La frivolidad, la intimidad mostrada en un constante flirteo con el escándalo cómplice de los Media, suman hoy mucho más que la música. El mainstream plagia, copia, viola el pasado, se regodea en el post-kitsch y exhibe sus vergüenzas en espejos de cuartos de baño particulares, entregas de premios o fiestas con paparazzi y se parte de risa haciéndolo. Es Hollywood Babilonia 2.0. Cabe mencionar aquí el asunto de la poligonización, la macarrización o como quieran llamarlo. Trance, progressive, EBM o techno industrial no dejan de reaparecer en estilos burlones de suburbio como el donk, a la vez que empapan las listas de éxitos de las estrellas de Youtube. El rollo malote y sucio no ha dejado de ir en auge.  

Retromanía

Buena parte del rock ha tomado la bandera del culto al pasado, a menudo mezclando con fantasía estilos, géneros y variantes cada vez más lejanos en el tiempo. Los cultos rockeros resultan cada vez más inmovilistas, más confinados a un gueto particular y vinculados mediante una nostalgia en parte falsificadora de un pasado desconocido. A medida que prolifera el avance de lo digital con su multiplicidad tan fugaz e intangible en todos los frentes de la música (creación, industria, usos y consumo), la facción “auténtica” del rock cada vez se vuelve más hacia esas idealizadas raíces.  

Negra

Además de la larguísima sombra de la música de baile fraguada a lo largo de los años 80 en el underground de Detroit (techno), Nueva York (garage) y Chicago (house), con sus consabidas herencias del dance y funk, gran parte de la música de masas actual (hecha y consumida por blancos y negros) se ancla en géneros negros pasados por electrónica: el hip-hop, el R&B antiguos y modernos y el soul o la música jamaicana (reggae, dub, dancehall, reguetón, ragga, a su manera, el grime…)  

Mujeres

El auge de las mujeres compositoras y productoras, es algo que simplemente hay que tener en cuenta. No es posible ni acertado hablar de una producción femenina, de un toque femenino. Pero es un hecho que las mujeres se han incorporado al mundo de la composición y producción y lideran proyectos importantes a menudo en solitario, cosa impensable hace unos años. Esta es una de las grandes noticias del doble decenio saliente. Aunque sólo sea por matemáticas y estadística puede afirmarse que una parte del talento secuestrado y raro de encontrar durante décadas empieza a ser liberado.  

Viejos

Parte de la historia del pop, fundamentalmente de su underground, se explica mediante la rápida sucesión generacional. Cada pocos años nuevos músicos, casi siempre los más jóvenes, aparecían para dar la patada a los que ya estaban consolidados. Lo nuevo de una generación era el mainstream de la siguiente (y a menudo vuelto a recuperar y honrar por parte de una tercera). Esto por ahora parece haberse acabado, en buena parte por motivos demográficos. Los músicos han visto aumentada su esperanza de vida y se mantienen activos sacando nuevos discos y tocando en directo durante mucho tiempo. Cada año destaca lo hecho un puñado de músicos que han pasado la edad de jubilación. Pero, aún logrando como logran mantener el nivel, a nadie extrañará que no sean capaces de ofrecer algo verdaderamente nuevo. Incluso aquellos que empezaron a hacer música a principios de los 90 son ya gente venerable más cerca de los 50 que de los 30. A ello se une otro factor esencial que es el cambio demográfico del consumo de Pop. Los discos ya no son comprados mayoritariamente por jóvenes y poco a poco tampoco las entradas de conciertos. En Reino Unido en 1976 el 75% de los discos los compraban personas de entre 12 y 20 años. En 2012 el porcentaje apenas llegó al 14%, muy superado por el de compradores de entre 30 y 50 años. El pop y el rock han sufrido este envejecimiento y ya no es música de esa nueva clase joven surgida en los 50-60 ni encarna sus valore, sino que se ha vuelto propia de adultos más o menos responsables. Ni las prohibitivas leyes de los gobiernos ni sus planes educativos han ayudado precisamente a estimular esta forma de creación entre los más jóvenes. La retromanía, la vuelta de los formatos analógicos, la marcha atrás de parte del rock, la falta de recambio generacional y de subversión y la proliferación de recuperaciones juveniles de modos y tribus del pasado, se explican sin duda en parte por este cambio demográfico.   La superación digital Decíamos al principio del post que se detecta algo que permite pensar en cierto cambio de ciclo. Más allá de lo electrónico, en los últimos tiempos parece que el nuevo campo de juego es lo digital en un amplio sentido, tanto estilístico como conceptual. Lo digital como ceros y unos, sí y no, polo positivo y negativo, encendido a apagado, a favor o en contra, mejor o peor. El universo pop se está polarizando en tendencias aparetemente contrarias. Sin embargo, a la vez todo resulta fragmentario, numérico, intercambiable, variable, imprevisible, generativo, algorítmico, automático... La superación de la bipolaridad mediante la afilada creatividad y el modernismo en el sonido mediante todas las herramientas nuevas, así como una búsqueda de la personalidad aunque resulte comercialmente suicida, parece característica esencial de ese nuevo momento. Intentaremos acercarnos a ello en la siguiente entrada de La columna de aire.  
Image: Carmen Amoraga, Premio Nadal 2014

Carmen Amoraga, Premio Nadal 2014

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