Isabel Carrasco fue asesinada la tarde del 12 de mayo de 2014. Era presidenta de la Diputación de León y lideresa del Partido Popular en la región. Su muerte y el proceso judicial que la siguió, en el que están encausadas Montserrat González y su hija, Triana Martínez, y la amiga de esta última, Raquel Gago, son analizados al detalle a lo largo de los cuatro episodios que componen esta mini-serie de no ficción dirigida por Justin Webster y co-escrita junto a Enric Bach. A la hora de enfrentarnos a esta producción de Movistar, es inevitable mencionar antecedentes como la non fiction novel (efectivamente, A sangre fría de Truman Capote o La canción del verdugo de Norman Mailer) o hitos televisivos mucho más recientes, inscritos dentro del género del true crime, como Making a Murderer (Moira Demos & Laura Ricciardi, 2015) o The Jinx (Andrew Jarecki, 2015). Lo más interesante de esta teleserie documental es que a partir de una indagación minuciosa que parte de un caso particular, se construye un gran panel en el que queda expuesto el funcionamiento de un país. La serie huye de cualquier reduccionismo, y no solo se esfuerza en acercarse a los tristes protagonistas del no menos triste suceso desde tantos puntos de vista como le sea posible -Webster y Bach no juzgan jamás- sino que además da un repaso al funcionamiento de los procesos judiciales y a las negligencias durante las actuaciones policiales; constata la existencia de un clientelismo político y una corrupción endémicas gracias al cual se compran voluntades y se silencia a los desafectos y, además, pone de manifiesto cuán importante puede ser el periodismo ejercido con libertad en una sociedad (presuntamente) democrática. Muerte en León es periodismo (televisivo) del bueno. Pone en jaque a los detentores del poder, cuestiona decisiones procesales del todo ilógicas y va más allá de donde llegaron fiscales, defensas, jueces y jurado. Cuestiona el papel de unos medios de comunicación que sobreviven gracias a las subvenciones institucionales, evidencia la dificultad para administrar justicia (algo que también sucede en Lo que la verdad esconde: el caso Asunta) y los problemas que entraña averiguar la verdad entre una maraña de mentiras, testimonios confusos y retórica jurídica. En definitiva, pone sobre el tapete una serie de cuestiones incómodas a las que preferimos no enfrentarnos. Algo que, por cierto, Justin Webster también hace en su documental El fin de ETA, basado en el libro homónimo de José María Izquierdo y Luis Aizpeolea, al que deberían ponerle los dos ojos encima cuanto antes.

Construido como un crescendo narrativo que alcanza su cénit en el último episodio, Muerte en León no se pone ningún límite a la hora de explotar recursos. Flirtea con la reconstrucción de los hechos empleando el blanco y negro como señal de advertencia sobre la realidad de lo que vemos (y conste que me parece una maniobra demasiado manida), la figura de los guionistas interviene cuando entienden que su presencia es necesaria para aportar más datos (sobre todo, y lógicamente, en el episodio final), se buscan testimonios ajenos al caso cuando su aparición aporta argumentos de autoridad a las indagaciones (la intervención de Carlos Castresana) y el trabajo de documentación y el uso del archivo es impecable. Un repertorio de estrategias que nos sitúan ante un producto clásicamente televisivo, que se nutre de muchos planos de recurso para acompañar a las revelaciones orales que se van sucediendo, algo que podría resultar monótono si no fuera porque las nuevas pesquisas que se acumulan están ordenadas para que la atención del espectador no decaiga. No se trata de que cada serie reinvente la rueda. Se trata de que la rueda gire. Y esta gira. Además, y como ya sucede en el capítulo final de The Jinx, es la televisión la que termina por llegar allá donde la ley no alcanza (porque no puede, porque no sabe o porque no la dejan), solo que al contrario que en la mini-serie de Andrew Jarecki no se revela la identidad de un testigo presumiblemente crucial y se espera que sea la justicia la que actúe. Es, en ese sentido, menos sensacionalista y más respetuosa con el material y con las personas, si bien la confesión de Robert Durst es de mayor alcance que las revelaciones halladas por Webster y Bach (que tampoco son moco de pavo). La aparición de dos anomalías dentro de la producción de series españolas como Muerte en León y Lo que la verdad esconde: El caso Asunta (León Siminani, 2017) ponen de manifiesto que la veta del true crime está por explotar en nuestro país, pero además, a través de las formas empleadas, mirándose en antecedentes como los arriba mencionados (pero también en otros como The Thin Blue Line o Capturing de Friedmans) demuestran que aun hay esperanza para el periodismo riguroso dentro de la televisión. Son dos ejemplos de cómo enfrentarse a sucesos escabrosos sin recurrir al sensacionalismo, apartándose de cualquier enfoque morboso y sin apelar a subterfugios barriobajeros. Las dos series seguirán: Webster y Bach ya preparan la continuación a raíz de las averiguaciones que ellos mismos han hecho y el productor Ramón Campos ya anunció en su día que Lo que la verdad esconde se ocupará de otros casos. Así que ya saben: Stay tuned.